domingo, 30 de diciembre de 2012


2013

Como veis, no he incluido en el título de este artículo la palabra próspero antes de la cifra de 2013. No ha sido un descuido. No me he atrevido a usar tal adjetivo, aunque esa omisión suponga contravenir un rito consuetudinario en estas fechas.
   Ya sé que podría haber forzado el lenguaje, a fin de expresar mi mejor voluntad para con los demás. Pero ¿cómo hablar de prosperidad, así sea como anhelo, con la que está cayendo? Cuando la distancia entre la realidad y lo que se desea resulta insalvable, las buenas palabras se convierten en hueras cáscaras vacías que solo transmiten nada.  
   A ver si salimos de esta, me dan ganas de decir por toda felicitación para el nuevo año, y con el menor daño, que es tanto como desear que nuestros mandamases no se salgan con la suya. O, lo que viene a ser lo mismo, que no se aminore la capacidad de lucha, antes bien, que se incremente hasta que nuestras voces acaben con el consabido reparto de sufrimiento en que han convertido la acción de gobernar (Curioso reparto este en que los sacrificios van a parar siempre a los mismos).
   Vamos a precisar de mucha solidaridad y espíritu de resistencia para salir de la quema y dejar, al menos, sin fósforos a los que incendian nuestras vidas. Pues que tengamos mucho de eso os (nos) deseo para 2013.

jueves, 27 de diciembre de 2012


MERLUZA CON GULAS

Eran otros tiempos. Cuando llegaban las navidades, en las casas olía a maravilla. A mí, al menos, esas fechas me entraban, sobre todo, por el olfato. El humo de las chimeneas traía consigo el anuncio de sabores ajenos a la vida cotidiana. Lo que no se podía comer habitualmente estaría en las mesas los días de fiesta y podríamos saciar nuestro apetito casi sin tasa.
   En mi caso, aún hoy no he olvidado un pollo relleno con su guarnición de patatas doradas que cocinaba mi padre, quien solo en ocasiones señaladas se ponía ante los fogones. Cuál será la fuerza de ese recuerdo cuando me confieso incapaz, tantos años después, de no elegir en la carta de un restaurante el gallo, si es de corral, como eran aquellos, pintureros, cuya dieta se hacía de lombrices y semillas silvestres antes que de pienso (y, sin embargo, quizás porque la realidad  nunca compite en igualdad de condiciones con el ideal, nunca me saben igual).
   Vinieron luego décadas de abundancia, donde ya no fue preciso aguardar a grandes festividades para satisfacer el hambre e incluso los platos antaño tan valorados pasaron a segundo plano en el imaginario colectivo. Una época que parece estar tocando a su fin. Las vacas, de nuevo flacas para la mayoría, apenas tienen ya fuerzas para mugir.
   A lo mejor (o sea, a lo peor, pero respetemos la frase hecha) hemos de volver a esperar a días especiales para llenar la andorga. Disculpadme la licencia, pero, aunque no fuese (ojalá) ese el caso, y solo se tratara de salir de mal año, quisiera regalaros la receta de la merluza con gulas. La tengo por antidepresivo eficaz y, aun cuando no lo fuera, es cosa segura que satisfará al estómago.
Se fríen patatas un poco más gruesas que para tortilla. Se ponen en una fuente y encima se coloca la merluza abierta y sin espina (previamente salada por ambos lados, a gusto del consumidor), con la piel para abajo. Sobre ella así dispuesta se vierten el aceite de freír las patatas y un poco de pimentón y se le añade, también, un poquito de agua, y al horno, que aguardaba ya caliente, diez o quince minutos.
Las gulas se preparan aparte, cuando ya casi esté hecha la merluza. En una sartén, en un poco de aceite se dora ajo, se retira y se echan las gulas y una guindilla picada: se deja un minuto y se vierte sobre la merluza. Después de un par de minutos, se saca del horno.
   Que la disfrutéis.

domingo, 23 de diciembre de 2012


MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS (SEGUNDA PARTE)

¡Si se nos apareciera el oso...! El guarda del bosque de Muniellos acababa de decirnos que le había desbaratado las colmenas en cinco ocasiones y noté en la mirada de Beatriz lo mismo que ella debía de estar percibiendo en la mía, la esperanza de que aquel día nos deparase un encuentro afortunado. No queriendo retrasar un punto esas expectativas, nos adentramos en la fronda. Enseguida todo fue un pasillo alfombrado de hierba, mullido por hojas amarillas, sinuoso entre una vegetación desbordante. Desde entonces, siempre nos sentimos en compañía de los árboles.
   A veces, unían sus ramas en la altura para formar una bóveda sombría y húmeda, y demorábamos el paso y experimentábamos una agradable sensación de frescura. Verdaderas esculturas vivientes, asimilables a seres existentes, unas, o caprichosas concesiones a la imaginación, las más, salían de la espesura a retener nuestra prisa. La figura decadente de algún tronco seco nos remitía a la herida del rayo, en una noche de resplandores y bramidos.
   Como contrapunto a esa feracidad, aparecían de cuando en cuando calveros de piedras, recalentados por el sol y estériles. Pero enseguida el bosque volvía por sus fueros y lo invadía todo, dejando solo libre la senda, y con reparos, pues árboles caídos obstaculizaban el camino y nos obligaban a practicar rudimentarias escaladas.
   Atravesamos elementales puentes de madera. Desde uno de ellos, que solo ofrecía como soporte para manos y pies dos travesaños paralelos y aéreos, Beatriz orientó mis ojos hacia el riachuelo, casi sedentario bajo nuestras figuras colgantes: la silueta de una trucha se dibujaba, huidiza, sobre el lecho de arena.
   Fuimos subiendo alturas y perdiendo sombra. Ya muy arriba, la vista ganaba en profundidad y lejanía. Un manto de robles crecía como hierba, reverdeciendo laderas, valles, lomos de montañas que se sucedían hasta más allá del horizonte.
   La primera laguna nos sorprendió tras una revuelta del sendero. Surgió sin previo aviso, cobijada en la base de un circo rocoso, embellecida por una pequeña isla verde. Creo recordar que en sus aguas calmas flotaban nenúfares. Nos dejamos caer en un espacio libre de arándanos y, mientras comíamos frugalmente, yo traté de poblar la soledad de aquel paraje con relatos legendarios de osos merodeadores, de ciervos que braman su celo, de manadas de lobos al acecho.
    Describía con un entusiasmo matizado por la fatiga cuando observé que los ojos de Beatriz se mantenían abiertos únicamente por un denodado esfuerzo de su voluntad. Entonces recordé lo aprendido en una de las coplas andaluzas de la rueda. Por si estaba soñando conmigo, la acuné con mi silencio y la dejé dormir.


NOTA- Ojo, nadie entra en Muniellos sin autorización escrita.

jueves, 20 de diciembre de 2012


MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS

Remontando el curso del río Narcea, en dirección oeste, por las Asturias del interior, llegamos a Cangas. Sin embargo, nos guía otro afán, y en su busca continuamos por la carretera que conduce a las minas de Rengos. Antes de alcanzarlas, donde la calzada dispara un ramal a las alturas del puerto del Connio, lo enfilamos para abandonarlo después, ya en el pueblecito de Moal.
   Entonces nos internamos por un camino de tierra, donde cedemos el paso a las vacas que salen al pasto, mientras resuenan en nuestros oídos los ladridos vigilantes de los perros de aldea o las imperiosas voces de mando del pastor, apenas un zagal, de trasero remendado y ojos vivos.
   Luego ya solo es el eterno monólogo del río, abroncado e insurgente unas veces, otras remansado y casi inaudible, siempre transparente, como si diese continuidad al aire; a ese mismo aire que nos trae la silueta de un pájaro, la conversación lejana, pero nítida, de algún campesino, el ruido del azadón en su encuentro cotidiano con la tierra.
   A cada momento tememos el golpe seco de una piedra que, al chocar contra los bajos del coche, interfiera en los cantos de las aves. Atendemos al frente de la vereda, no vaya a ser que aparezca otro automóvil y nos plantee el problema, que se nos antoja irresoluble, de que en el espacio ocupado por uno quepan dos. Cuando finalmente las montañas estrechan tanto el valle que en su fondo solo hay cabida para el carril y el río,  contemplamos el anuncio de nuestro destino. Está tallado en madera, como para no desentonar con el bosque que tupe las laderas y sube cumbres, y dice “Bosque de Muniellos”.
   Es mi santuario. El lugar oculto elegido para sentirme tierra, árbol, nube, lago. Le llevaba a Beatriz, por ver si la contagiaba y nos uníamos también en el culto panteísta a la naturaleza.

Post scriptum- Lea la próxima entrega quien desee entrar con nosotros en Muniellos. Aunque una cosa os advierto: si lo hacéis, os resultará insoportable la idea de no verlo con vuestros propios ojos.

domingo, 16 de diciembre de 2012


UNA LECCIÓN AFRICANA

A veces sale de mi memoria un hombre azul. Está ahí desde hace tiempo. Un día de verano apareció en la puerta de una casa, en un poblado aislado en medio de la nada. A cambio de 25 dirhams, nos sirvió de guía por caminos que eran solo rodadas de vehículos dibujadas en la tierra, entre camellos que pastaban una hierba invisible. Nos enseñó a no embarrancar cuando topábamos con la arena, y si, pese a sus orientaciones, el coche quedaba atrapado, siempre era el primero en ponerse a liberar las ruedas. Gracias a su auxilio, logramos alcanzar las dunas doradas de Merzouga (Marruecos) y salir luego de aquel territorio desértico. La casualidad quiso que, al despedirnos, encontrásemos a unos amigos catalanes que iban a hacer el recorrido inverso y que lo contrataron cuando nosotros lo dejamos. Todavía lo estoy viendo, diciéndonos adiós con la mano y esbozando una  sonrisa en sus dientes cariados.
   Algunos volvieron un año después y a su retorno a España refirieron que habían contado de nuevo con sus servicios. Los llevó, durante una semana, a lugares recónditos, inexplorados por los turistas, que los cautivaron. Al culminar aquel periplo prodigioso, se dieron cuenta de que habían cometido un error, pues no habían concertado el dinero que habrían de darle, y, por tanto, podría pedirles lo que quisiera. Su sorpresa fue mayúscula porque, al preguntarle a cuánto ascendía lo que debían pagarle, les contestó que nada, pues los consideraba sus amigos.
   En vano arguyeron que aquel era su único medio de vida. Cuando se convencieron, tras mucho insistir, de que no iba a admitir un solo dirham por su trabajo, sacaron del coche las maletas, las abrieron y le rogaron que tomara cuanto apeteciera, pero obtuvieron la misma respuesta, un no cortés y afectivo.    
   Fue uno de esos momentos en que te apetece franquear tu puerta y darlo todo. Justo lo contrario de lo que se está haciendo ahora con quienes llegan aquí sin más equipaje que su esperanza.

jueves, 13 de diciembre de 2012


LO QUE NOS DICEN

No sé qué nombre podría dársele a un estado de ánimo que oscile entre el pasmo y la indignación, pero que ignore cómo llamarlo no evita que lo experimente con frecuencia.
   Sin ir más lejos, cuando leo que nuestros jóvenes emigran por afán de aventura. O que se elimina la asistencia sanitaria gratuita a los inmigrantes sin papeles para evitar el turismo sanitario. O que reduciendo el subsidio de paro se fomenta la búsqueda de empleo. O que facilitando el despido (Reforma laboral) se favorecerán nuevas contrataciones. O que con una amnistía fiscal Hacienda recaudará mucho dinero. O que privatizar la sanidad pública no es privatizar la sanidad pública. O que se hable de combatir el fracaso escolar y a la vez se incremente el número de alumnos por aula. O que, o que, o que.
   Si al menos fueran extraterrestres los autores de semejantes declaraciones, aún podría entender que digan lo que dicen. Lo suyo serían, entonces, meteduras de pata fruto del desconocimiento. Como confusiones inocentes, es posible que  hasta nos provocaran la risa.
   Sin embargo, no estamos regidos por alienígenas, aunque en otra galaxia sí que están. Y no quiero decir que vivan en un despiste permanente. Es que en sus vidas no hay  paro, y para colegios ya están los de pago y para hospitales los privados. Ningún banco  llama a su puerta para desahuciarlos, ni se topan con inmigrante desprotegido alguno.
   En su reino, que no es de este mundo, no existen las cuitas que afligen a buena parte de los españoles, que estamos ahí únicamente como números que no acaban de cuadrar. Quizás piensen, entonces, de nosotros como Bernarda Alba, aquel personaje de Federico García Lorca, de los pobres, que, según ella, parece como si estuvieran hechos de otra sustancia.
   Seguramente por eso, además de apalearnos con sus recortes, lleguen a creer que somos burros y que pueden hacernos comulgar con ruedas de molino.

sábado, 8 de diciembre de 2012


MIRADAS FOTOGRÁFICAS

De niño, me gustaba mirar cromos que eran imágenes de sitios lejanos. De esas estampas salían a colmar mi curiosidad infantil entes fabulosos. Gracias a ellas,  supe de la existencia de la torre Eiffel, las pirámides de Egipto, la Gran Muralla, los rascacielos de Nueva York. Y fueron mi primer contacto con la diversidad del género humano, cuya piel no siempre era pálida como la mía, ni usaba de la misma vestimenta o vivía de igual forma que yo.
   Allí, en aquellas postales, estaba la única manera a mi alcance de conocer el mundo.
   Ahora que soy mayor, me sorprende que siga habiendo gente que continúe viendo la realidad a través de una cámara.
   Son esos turistas que se gastan un dineral en ir de acá para allá y sólo ven los países que visitan a través de un objetivo fotográfico. Naturalmente, no me refiero a quienes utilizan esas artes para inmortalizar con un documento gráfico que estuvieron ahí. Hablo de los que actúan compulsivamente, aquellos que, cuando miran a su alrededor, solo buscan  grabar, no en la memoria, sino en el móvil. Y no se ponen a ver de verdad hasta que, de regreso a casa, repasan las fotografías que han hecho.
   Todavía si les sucediera lo que a aquel personaje de un cuento de Cortázar, que se encuentra con que sale de su proyector una realidad diferente a la que había enfocado...  O como a mí de pequeño, que fantaseaba con el contexto de cada imagen, precisamente porque no lo conocía, y eso me permitía soñar. Pero ni una cosa ni otra. Ellos se han convertido en documentalistas inútiles, que repiten lo que ya muestran las páginas de libros de arte, aunque, generalmente, empeorando la calidad. Y encima, han desestimado la posibilidad de observar in situ, que siempre requiere de un tiempo superior al del enfoque y el clic del pulsador. Se llevarán la reproducción exacta del objeto, sí, pero han perdido la ocasión de emocionarse cuando lo tuvieron delante, y de recordar, después, acaso con un temblor, ese momento.
   Me molesta tener que sortearlos cuando hacen la foto, pero, sobre todo, me dan bastante pena.

miércoles, 5 de diciembre de 2012


SALVADOS ESTAMOS

La T.V. no sería lo mismo si le faltase “Salvados”. Sin ese espacio, su territorio se me antojaría aún más hostil.
   El periodista habla a menudo con gente que tiene mucho que decir -y a la que ningún medio suele, no obstante, requerir- sobre asuntos que preocupan a la mayoría social.
   Pero, sobre todo, me gusta cuando entrevista a personajes de la vida pública, a los que baja del Olimpo y sitúa a pie de calle.  En este programa, que prescinde del plató, el escenario son las aceras que se caminan o el lugar donde el sujeto ejerce su actividad,  el propio domicilio, incluso. De esa manera, el contexto pierde rigidez, se desritualiza y se gana en cercanía. Simultáneamente, el preboste, pierde su coraza, la protección que habitualmente le ofrece su pedestal. Más todavía cuando el diálogo se aborda sin formalismos y no desdeña el presentador, que viste corriente y sin corbata y no anda nada envarado, el tuteo.
   El espectador tiene al entrevistado ante sí desnudo de artificios, revelándose tal cual es. Paradójicamente, produce una cierta sensación de irrealidad el ver a alguno de esos individuos que gobiernan nuestras vidas teniendo que responder a preguntas incómodas en un tú a tú que les impide –les dificulta, al menos- el recurso al subterfugio o al despiste, tan frecuentes en otros formatos, como las ruedas de prensa. Sentados en un banco, andando un parque, les oímos decir lo que diariamente callan, forzados por preguntas nada diplomáticas.
   Les aprieta las tuercas Jordi Évole, atrevido aunque no pierda la compostura; sosegado pero incisivo, hurgando en la herida sin abandonar el tono afable ni alterarse. Por toda hemeroteca porta una tableta, cuyos textos e imágenes sacan (o deberían sacar) los colores a más de uno.
   Al final, uno, al menos me pasa, se queda con la refrescante sensación de que se ha abierto una ventana. Y el aire que ha entrado ha hecho caer una mordaza.
   Deben de tener ese programa los poderosos en su lista (los oligopolios de las eléctricas, por ejemplo, ya han protestado). Yo lo he apuntado en la mía. Justamente, para que no se me olvide encender el televisor los domingos a las 21.30, en LaSexta. 

sábado, 1 de diciembre de 2012


ÚLTIMAS IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES

En Canden Market, paseamos una calle de casas bajas, todas comercios. Es muy larga y se abre a numerosas bocacalles, llenas de tenderetes. Los puestos se multiplican aún más en el interior de ciertos edificios o en algún recinto sin techar. La intrahistoria londinense nos sale de nuevo al encuentro, mayormente en forma de ropa (de segunda mano, de imitación, artesanal...) y gente, mucha, en busca de algún chollo. En procura de emociones fuertes, nos metemos en una tienda gótica. Procuramos no hacer gestos ostensibles de sorpresa, por no llamar la atención. Era como si estuviésemos en un teatro y nos reserváramos el papel de espectadores. Sin embargo, no pudimos evitar ser nosotros los actores. La pinta extravagante era la nuestra, tan fuera de lugar que, por rara, concitaba el interés del público. En el Globe, en cambio, la que actuó fue la guía. Mientras ella peroraba en inglés, centré mi atención en ver el local con solo mis ojos. Es una reconstrucción tan perfecta del teatro original que por momentos siento a  Shakespeare sentado en la grada a mi lado, y me imagino mirando lo que él miró. Cuando mi grupo se alborota, supongo que me pierdo algo interesante y entonces atiendo a la mímica de nuestra cicerone y descubro detalles que me habían pasado inadvertidos (también es posible que recree lo que dice, o sea, que me lo invente). Procuro sonreír y asiento, como hace el resto, más que nada por no desairarla. Me prometo releer “Hamlet” tan pronto llegue a casa. No obstante, a algún amigo moderno le hablaré de la Tate Modern. Es admirable esa central hidroeléctrica reconvertida en museo, se pierde uno en su inmensidad, y no solo físicamente. Yo, al menos, también me quedo desorientado ante algunas obras expuestas, no sé darles el mérito que deben de tener para estar ahí, es más, me choca que estén ahí. El palacio de Buckingham sí se encuentra en su lugar. Allí los equivocados somos nosotros y la multitud que nos flanquea. Si no fuera porque hemos visto al gentío agolpado ante las verjas y consultando el reloj, no hubiéramos supuesto que iba a producirse el relevo de la guardia real y nos habríamos ahorrado media hora de espera vana al frío de noviembre. Ya podía Su Graciosa Majestad haber ordenado al  personal de servicio que advirtiese al público expectante que no tocaba hoy el ceremonial de bailoteo y vocerío con que unos soldados ceden su puesto a otros … Tentado estuve de presentar una queja  en la sede de nuestra legación diplomática. Solo me contuvo recordar que el embajador es Federico Trillo. No es santo de mi devoción y sabía que, si me acercaba por allí, sería incapaz de callar mi desagrado con que ejerza ese cargo. Y no era plan, porque en el empeño casi seguro que perdía el avión de vuelta.