lunes, 25 de julio de 2016

PP E INGOBERNABILIDAD

¿De quién será la responsabilidad de que se forme –o no- nuevo Gobierno? La pelota, según el Partido Popular, está, sobre todo, en el tejado del PSOE. Con su voto positivo, o al menos su abstención, debería facilitarle el acceso al Ejecutivo, dice. El PSOE se resiste como gato panza arriba a aceptarlo. Varias de sus vacas sagradas –algunos exministros y presidentes autonómicos- juegan, no obstante, a la contra y presionan con mayor o menor disimulo, para que se deje gobernar a la lista más votada. Lo mismo hacen influyentes medios de comunicación, como, señaladamente, el diario El País.
   Si es el interés de España lo que les preocupa, yo no entiendo ni su postura ni la del PP. No comprendo que éste último, en aras a la gobernabilidad, no esté dispuesto a renunciar a nada por facilitar el entendimiento y acabar con el impasse, y a los demás que no se lo exijan, como paso previo.
   Mariano Rajoy, por ejemplo, podría echarse a un lado, en bien del país, y no postularse para presidir el nuevo Gobierno. Sería un pasito. Cabría completar ese gesto suyo apartando a cualesquiera de sus cargos que, por acción u omisión, hayan colaborado con las prácticas corruptas en que ese partido se ha envuelto. Y, asimismo, debería aprestarse el PP a hacer borrón y cuenta nueva de aquellas leyes que aprobó en la pasada legislatura con absoluto menosprecio de cualquier enmienda o aporte de la oposición y entender que la etapa del ordeno y mando ha pasado, como su mayoría absoluta, a la historia.
   Pero lejos de emprender ese camino de regeneración, manejan los populares otro argumentario para hacerse con el santo y la limosna. Presionan para que les dé vía libre, culpabilizando a los demás de que haya unas terceras elecciones, si no ceden a sus pretensiones.
   Sinceramente, no veo cómo el Partido Popular podría irse de rositas a esos nuevos comicios, libre de polvo y paja, eludiendo toda responsabilidad en su convocatoria, aunque no haya habido por su parte un profundo examen de conciencia y el subsiguiente propósito de la enmienda.

   ¿Por qué prácticamente ningún otro partido compromete con ellos su voto? A esa pregunta deberían buscar una respuesta. Y obrar en consecuencia. Mientras tanto, que no esparzan entre los demás el peso de una carga que no le es ajena.

martes, 19 de julio de 2016

MARIANO RAJOY O LA SOLEDAD BUSCADA

Ganó las elecciones, si por tal entendemos que su partido fue el más votado y el que obtuvo mayor número de escaños. Pero con una reserva que relativiza ese éxito, si no acaba por llevárselo por delante: el número de sufragios que tuvo enfrente y el de diputados que le son contrarios superan a los suyos. Todo un problema. Porque de no conseguir acuerdos con parte de esos otros, no podrá alcanzar el Gobierno. O sea, que su victoria corre el riesgo de volverse pírrica.
   Una mayoría del pueblo español reprobó el 26 de junio la política del PP durante la legislatura anterior y castigó, además, la corrupción que lo enfanga. Con esos precedentes, a ver quién es el guapo que se atreve a facilitarle la investidura al señor Rajoy, sin arriesgarse a que sus simpatizantes les retiren los embajadores en el futuro. Y si eso es mucho, aún hay más.
   Porque tal parece que el Partido Popular se hubiera empeñado a lo largo de los cuatro últimos años en que nadie quisiera nada con ellos en un futuro. Hicieron un uso absolutamente abusivo de su mayoría absoluta, ningunearon a los demás. No negociaban lo que podían imponer, laminaban cualquier iniciativa de sus oponentes, las explicaciones o las rendiciones de cuentas sobraban. Fue como si no existiesen ni los contrarios ni los ciudadanos que los habían respaldado con sus sufragios. Olvidaron que no cosecha sino tempestades quien siembra vientos.
   Ahora, cuando las urnas no les han resultado tan favorables como para mangonear a su antojo, piden árnica. ¡Es España!, claman, envolviéndose en la bandera, para demandar la asistencia ajena. Si su propio interés está en juego, qué mejor que identificarlo con el de todos, deben de pensar.
   No será un chantaje, pero cómo se le asemeja, eso de apelar al argumento de que o se les presta auxilio para que formen gobierno o el país se verá abocado a unas terceras elecciones. ¿Se abstuvieron ellos tras el 20 de diciembre, evitando así la convocatoria de segundos comicios? ¿Por qué no dejaron entonces que gobernaran otros, si alcanzaban un número mayor que el suyo en apoyos parlamentarios?

   A poco que se hurgue en el Partido Popular, siempre termina por aparecer la fea patita (¡menudas garras!) por debajo de la puerta.    

lunes, 11 de julio de 2016

EL OPOSITOR INGENIOSO

Yo no viví esta historia, y por tanto no puedo certificar de primera mano que sucedió; sin embargo, voy a contarla como si efectivamente fuera cierta. Parece imposible, pero no seré yo quien ponga topes al ingenio humano, que de continuo me sorprende saltándose límites que tenía por infranqueables. La experiencia que me dan los años me ha enseñado, además, a desconfiar de la rigidez de las fronteras que separan la realidad de la ficción.
   Me refirió la anécdota un compañero que la situaba en el contexto de unas oposiciones. Lo que no consigo recordar es si había sido miembro del tribunal o si hablaba como mero transmisor de lo que escuchara. Cabe, incluso, la posibilidad de que todo fuera fruto de su invención.
   En su relato, un opositor había advertido a los examinadores de que iba a desarrollar de una forma muy peculiar el tema que le habían tocado en suerte  –la narrativa contemporánea hispanoamericana, si la memoria no me falla-. La originalidad consistiría en que, lejos de centrarse donde cualquiera esperaría que lo hiciese, esto es, en personalidades literarias y tendencias reconocibles, se dedicaría a sacar del anonimato a figuras cuya genialidad era habitualmente ignorada por los manuales literarios. Tras ese preámbulo, comenzó a perorar ante un tribunal un tanto sorprendido ya desde un principio por lo inusual del enfoque.
   Enseguida llamó la atención de sus miembros el enciclopedismo del aspirante a profesor. Asistían, atónitos, a una inopinada lección, transmutados en aprendices de un saber tan fuera de lo común. De la boca de aquel individuo salían atropelladamente autores, títulos de obras, argumentos apenas pergeñados, análisis que culminaban en valoraciones. A bote pronto, seguro que a más de uno de los examinadores, si no a todos, le dio por pensar en cuánto desconocía de la letra pequeña de la historia de la literatura de allende los mares.
   Agotado que hubo su tiempo, fuese el interfecto, no sin dejar a quienes habían de puntuar su exposición sumidos en el asombro. En el cónclave que siguió, alguien hubo de adelantarse a verbalizar su desconcierto, a solicitar, tal vez, a los demás que llenasen el vacío que, en cuanto a los datos recién escuchados, reinaba en su mente.
   Imaginad su estupefacción, y la de los interpelados, cuando se supo que a nadie sonaba ninguno de los nombres que habían sido citados. Tampoco comparecían en las historias de la literatura que consultaron, por exhaustivas que fueran, ni en la memoria o la bibliografía de ilustres colegas, expertos americanistas. De aquella pléyade de escritores secundarios no había quedado más huella que la evocación oral del opositor. Así de fugaz había sido su existencia.

   Creo que yo lo habría calificado con un 10… si hubiera concurrido a una plaza como actor y el ejercicio que se le demandara hubiera sido una improvisación… 

domingo, 3 de julio de 2016

“GALVESTON”, de Nic Pizzolatto

Iba pasando páginas y todo me sonaba conocido. Arrugaba el entrecejo, entregado a la desconfianza: no sería la primera vez que no me doy cuenta de que ya he leído un libro hasta haberme adentrado bien en él.  Pero en esta ocasión sólo era mi memoria, que me jugaba una mala pasada y me confundía.
   Porque yo sí que había visto escenarios similares a los de “Galveston”, si bien en el cine, y no en una película concreta, sino repartidas las imágenes entre muchas. ¿Quién no tiene in mente esos grandes espacios vacíos de los Estados Unidos, esos cenagales y pantanos, esos moteles de carretera, las apreturas del calor, la amenaza inminente de un huracán devastador, las sirenas y las luces de los coches policiales?
   La novela nos lleva a los bajos fondos de una Norteamérica profunda, donde campan por sus respetos la violencia y el alcohol, y asoman vidas rotas, con duros pasados a cuestas que gravitan sobre un presente inquietante, perturbador.
   Estamos ante un thriller un tanto peculiar. A mí,  me ha interesado en menor medida la trama que la caracterización de tipos y ambientes. Y no porque no haya intriga. Aunque ésta no se centre en averiguar la autoría de ningún crimen (los hay, pero sabemos quiénes matan), siempre nos mantiene en vilo la posibilidad de la persecución, sea gansteril o policial, con un ajuste de cuentas o un juicio como probables desenlaces, según quién atrape a los fugitivos.
   Sucede, sin embargo, que la descripción de los lugares donde transcurre la acción y la pintura de los personajes pasan a primer plano, de puro logradas.
   Entorno y sucesos aparecen descritos desde los ojos de Roy Cody, el protagonista, que habla en primera persona: un matón cobrador de deudas, aquejado de una enfermedad terminal, que huye de su jefe y de su banda, y también de la ley. Un individuo peligroso, capaz de propinar una paliza o de asesinar a sangre fría y sin escrúpulo alguno y que, sin embargo, muestra su lado más humano, casi diría que tierno, con su afán protector ante  la desnortada joven Rocky y la niña Tiffany. Una actitud que se manifiesta incluso en la tensión sexual que emana de la relación entre él y la muchacha, y que parece ir a resolverse a cada instante, y a cada instante se contiene.
   No importa la extensión del papel que desempeñan: los secundarios adquieren relieve. Los hay verdaderamente desalmados, sin resquicio para la piedad, como Stan, el patrón, y sus gánsteres acólitos; inconscientes y alocados, como Killer Tracy, drogadicto y ladrón; fríos y distantes cuando la situación cambia y media el tiempo, en el caso de Loraine, antigua amante, reconvertida en señora con marido acomodado (extraordinaria escena, de enorme plasticidad y dureza, la del reencuentro).
   Pero del fango emergen ocasionales buenas gentes, como las ancianas hermanas Elliot, que entretienen a la pequeña Tiffany, o la propia niña. Y Carmen, presa de sus contradicciones, que arriesga su vida por salvar la de Roy.
   A todos iguala la calidad en el retrato. Da igual las líneas que se les dediquen. Siempre los sentiremos vivos.
   Llama la atención cómo narra el personaje principal. Como si lo que le pasa (¡y tantas cosas le pasan!) no le sucediera a él, sino a otro. Ese realismo no excluye formas desgarradas, sin medias tintas, sin florituras literarias que rebajen la crudeza, la brutalidad de lo descrito.
   El final es sorprendente y conmovedor.