UNA TARDE DE PAJAREO EN MONFRAGÜE
(Mayo, 2023)
Cuando la tarde se va, y nosotros con ella, yo me los llevo en las pupilas. Y, de fondo, a tantas aves como nos han salido al paso.
UNA TARDE DE PAJAREO EN MONFRAGÜE
(Mayo, 2023)
Cuando la tarde se va, y nosotros con ella, yo me los llevo en las pupilas. Y, de fondo, a tantas aves como nos han salido al paso.
LA MUJER DE LA SILLA DE
RUEDAS
Iba por el centro de la
ciudad espoleado por una de mis prisas, que, no obstante, había de retener. La
acera no era muy ancha y que estuviera muy concurrida no ayudaba a avanzar con rapidez.
Y todavía hube de ralentizar, enseguida, aún más, mis pasos. Acababa de
encontrarme con una silla de ruedas, cuya marcha era más lenta que
la mía.
En cualquier otra
circunstancia, hubiera hecho malabarismos por sobrepasarla. Pero no lo hice:
algo había en ella que me llevó a acompasar mi andar al suyo, y no fue su
ocupante. Éste era un anciano que mostraba signos evidentes de hallarse
imposibilitado para desplazarse por sí mismo. Nada que resultara extraño. La
población envejece y cada vez se vuelven más notorias en las calles de nuestras
ciudades las consecuencias de esa longevidad. Así que no fue eso lo que llamó
mi atención y aplazó por un momento mis urgencias. Es que había reparado más en
quien empujaba que en su carga.
Todo en aquella mujer
denotaba lo penoso que le resultaba el esfuerzo que hacía. Fijaba la mirada,
como si la hubiera perdido en un infinito cansancio. Inclinaba el cuerpo hasta
dibujar una pronunciada curvatura en el aire y las manos, nervudas y
engarfiadas, se agarraban de tal modo a la barra trasera de la silla de ruedas
que más parecían aferrarse a un andador buscando sujeción para no dar con sus
huesos en tierra que un asidero para impulsar el vehículo hacia delante. No
debía de pesar casi nada, pues la carne apenas le daba para cubrir el esqueleto.
Coronaba su pequeña figura una mata de pelo ralo y blanquecino. La boca se le
abría sin hablar, tan solo jadeaba por la fatiga. Calculé que no volvería a
cumplir los ochenta años.
No podría decir si había
más de ternura o de patetismo en la escena. De lo que sí estoy seguro es de que la una y el otro estaban presentes.
23 J: FRENTE AL PESIMISMO
Sólo si la izquierda no
se moviliza ganará la derecha el 23 de julio. Una derecha muy escorada hacia el
extremo, dispuesta a acabar con cualquier atisbo de progresismo que no encaje
en su ideología, abiertamente reaccionaria: día tras día -en la constitución de
ayuntamientos o parlamentos autonómicos, en sus declaraciones y actitudes- está
dando pruebas de su talante. Me inquieta el pesimismo que parece haberse instaurado
en muchos sectores de opinión, según el cual es prácticamente seguro que PP y
VOX obtendrán la mayoría absoluta que necesitan para dar rienda suelta a sus
desmanes. No se puede encarar una batalla con moral de perdedor. Salgamos a vencer
y muy probablemente venceremos. Y no me refiero sólo a los partidos (yo no
estoy en ninguno). También a las gentes de a pie, que contemplamos con horror
la que podría venírsenos encima si no peleamos. Convirtámonos en militantes, no
digo de carné, pero sí de ideas y de consecución de votos. Ésta no es
únicamente una batalla a nivel institucional, de unas organizaciones políticas frente
a otras. También lo es de la sociedad civil. Miramos a veces sucesos terribles
y nos sentimos impotentes para ponerles remedio. Éste no es el caso. Todos
podemos aportar algo, salir del silencio y la conformidad. Actuemos en nuestro
medio, en las redes sociales, allá donde tengamos posibilidades de llegar a
alguien. ¿Que somos, individualmente considerados, muy poco? Quizás. No
olvidemos, sin embargo, que si un grano no hace granero, sí que ayuda al
compañero…
“El viaje a los
cien universos”,
de María Toca
Me gustan esas novelas a cuyos protagonistas
siento que podría tropezármelos cualquier día, tal ha sido el acierto con que
han sido creados que los tendría por personas. Los conozco bien, porque me ha
sido dado asomarme a su vida y a su mente. Sé de su carácter, sus pensamientos
y valores, su relación con los demás, sus reacciones. Tampoco se me escapan los
contextos que habitan.
Viene a cuento esta digresión porque termino
la lectura de “El viaje de los cien universos” y constato que Clara Pacheco es
uno de esos personajes. Trae consigo, además, un entorno de gentes, pero
también de situaciones históricas oportunamente aludidas, que en alguna manera
la influyen y explican el mundo en que se desenvuelve: la España de posguerra y
segunda mitad del siglo XX. Nadie es sin
su circunstancia, tampoco en esta ficción.
Merecen la pena las descripciones de esta
obra por su precisión, aunque a mí me llamen más la atención cuando evocan impresiones
o percepciones sensoriales. En cuanto a los personajes, no se detiene María
Toca en el aspecto exterior, ni relata desde fuera, como podría si adoptase el
papel de mero testigo de los hechos. Estamos ante una novela introspectiva, de
narrador omnisciente, que ahonda minuciosamente en caracteres y sentimientos:
de la protagonista sobre todo, pero también de quienes van surgiendo en su periplo vital. Estos aportan, por otra parte, una visión particular
de ella, lo cual amplía su caracterización.
El viaje de los cien universos
da cuenta de la historia de una ambición o, lo que en este caso es lo mismo, de
una superación constante, de una búsqueda que no detendrá a Clara Pacheco hasta
alcanzar lo más alto, con una infancia humilde en una apartada aldea cántabra
como punto de partida. Me resulta llamativa su capacidad para aprovechar
cualquier oportunidad que se le presente, que no le llega porque sí, sino
porque va a por ella. En ese camino con iniciales e importantes renuncias
afectivas que no parecen afectarla, se procurará apoyos de hombres y mujeres
que vayan facilitándole la subida de peldaños. He creído ver en su forma de
actuar con los demás lo que llamaría un cierto desapego sentimental, que no
lleva necesariamente aparejado el desentendimiento. Hay excepciones donde sí
manifiesta un profundo cariño, como la relación especial que mantiene con el viejo
maestro don Justo o con el torero Morenito de Córdoba. Llamativos me han
resultado también, en este sentido, los reencuentros con personajes de su pasado, aunque en los casos más trascendentes no se produzcan a iniciativa
suya.
La estructura de la novela es en general
lineal, cronológica. Y digo en general porque solo avanzado el relato cede ante
otro argumento, con una coprotagonista venida de un ayer que Clara Pacheco ha
dejado muy atrás, y que se intercala en el guion principal, transcurriendo en
paralelo. Desde mi punto de vista, constituye un acierto ese desdoblamiento. En
primer lugar, porque evita la reiteración del mismo esquema narrativo, ya que en un momento dado se le presenta a la protagonista otra persona importante de
sus primeros años, sin que por ello se altere la unicidad de la trama. Y, sobre todo,
porque da pie a conocer con mayor detalle a este nuevo-viejo personaje. Encima,
se aumenta la tensión dramática a ojos vista. Sabemos que el desenlace se
aproxima y percibimos que algo va a tener que ver en ello la confluencia, por
lo demás anunciada, entre las dos historias.
No terminaré esta reseña de “Viaje a los
cien universos” sin aludir a un detalle que, pese a su importancia, no he
citado hasta ahora y que no habrá pasado desapercibido. ¿En qué ha triunfado
Clara Pacheco? El mundo de la cosmética y el embellecimiento de la mujer (del
hombre en mucho menor grado) es el ámbito donde obtiene el éxito. Poco -y me
parece que exagero en mi conocimiento al utilizar ese adverbio- sé yo de ese
universo. Y, sin embargo, esta novela ha prendido mi interés. Mayor elogio no
le puedo hacer.