APUNTES
ELECTORALES (2)
Por
entre el ruido de la campaña electoral, llega una promesa de la derecha. Llámese
PP, Ciudadanos o Vox, declara que, de formar gobierno, reformará el sistema
tributario y bajará los impuestos. Habrá quien piense que se trata de una
añagaza para engaño del contribuyente, una estratagema para la caza de su voto.
Que, una vez en el poder, olvidarán ese propósito, por que no mengüen las
cuentas del Estado.
A mí me
preocupa que, por el contrario, estén decididos a cumplir lo que proclaman. Disfrutamos en España de una sanidad y una
educación públicas, que, pese a haber sufrido los embates de los recortes, atienden
al principio de universalidad en sus prestaciones. Son mejorables, como sucede
con las ayudas a la dependencia –en un país que envejece a un ritmo acelerado-,
a la vivienda social, al seguro de paro o a la investigación o el sistema de
pensiones, por poner algunos ejemplos, entre otros muchos posibles.
Superar el estándar actual, o evitar que se
degrade, exige dinero, y de dónde sacarlo si no es de quien lo tiene. Ahí les
duele a los partidos del arco liberal-conservador. Yo veo en su repulsa a
engrosar las arcas del Estado una doble motivación. De un lado está la
salvaguarda de la economía de las clases más pudientes, protección que se
aviene mal con el principio de la progresividad fiscal (que pague más, y en
mayor proporción, quien más tiene). De otra parte, cuanto más adelgacen los
servicios públicos, mayor será el campo que se abra a la iniciativa
empresarial. Beneficio en doble sentido, pues, para algunos; en detrimento, y
ésa es la otra cara –la cruz- de la moneda, para muchos. Quien quiera, o necesite,
una buena enseñanza, una medicina de calidad, una jubilación aceptable… que las
pague, que se entregue en manos del negocio privado. Que no espere que el
Estado redistribuya la riqueza, así sea sólo parcialmente, y palíe los efectos
de la desigualdad social.
Suena bonito reducir impuestos (de sucesiones,
de patrimonio, de renta). También eran dulces los cantos de las sirenas. Pero
los incautos navegantes a los que atraían, acababan, inexorablemente,
devorados.