domingo, 17 de mayo de 2020

PATRIOTAS SIN PATRIA EN EL BARRIO DE SALAMANCA

Veo en televisión a un energúmeno atizándole duro a una señal de tráfico con un palo de golf. No se esconde ni está solo. Cerca, decenas de individuos de ambos sexos, diversidad de edades y parecido pelaje (fino) golpean cacerolas. Son vecinos del madrileño barrio de Salamanca que se envuelven en los colores rojo y gualda y dan gritos pidiendo “libertad” y la dimisión del Gobierno de la nación. Al pronto, pienso que son una pandilla de insensatos, pues persiste el estado de alarma para hacer frente al coronavirus y pese a ello han bajado multitudinariamente a la calle, dando una oportunidad extra a la propagación del virus.
   Enseguida, se me ocurre que también son unos insolidarios, que muestran una considerable deslealtad hacia el resto de sus conciudadanos. Que no contemplen la posibilidad de infectarse puede ser su problema, tal vez un indicio de su estado de salud mental. Ven la vida con orejeras derechistas y se obnubilan. Pero si se contagian, transmitirán a otros, que nada tienen que ver con su fanatismo, la enfermedad. Además, necesitarán quien los cuide, y el personal sanitario bastante ha hecho ya como para merecer un mayor sacrificio.
   Agitan enseñas de España en tanto ponen en riesgo a sus gentes. ¿Qué representarán para ellos esos símbolos?
   El ordenamiento jurídico les trae al pairo. Y tienen valedores, quizás debería decir cómplices. El Partido Popular y sus socios ultras de la extrema derecha han salido en su defensa. Están en su derecho de protestar, arguyen, como si alguien se lo negase. Pero desde los balcones, donde no pueden contagiar a otros. “Manteniendo las medidas de seguridad vigentes”, añaden para justificar su adhesión. Y uno no sabe qué es más repugnante, si tratar de sacar partido a la crisis provocada por la irrupción de la covid 19 valiéndose de la insensatez de algunos de sus correligionarios, o la hipocresía de que hacen gala. ¿Medidas de seguridad? ¿Es que no han visto las fotos de la calle Núñez de Balboa? Miran para otro lado. Ellos no están aquí en lucha contra la pandemia. Lo suyo es derrocar al Gobierno.

P.D. Me había propuesto comentar los  libros de viajes que estoy leyendo durante la cuarentena por la COVID-19, pero…  

lunes, 11 de mayo de 2020

DE VIAJE, PESE AL CORONAVIRUS

Había leído libros de viajes, claro. Y no me refiero a las guías de países que visité, que también, sino a aquéllos escritos por descubridores, cuando no aventureros, que contaban lo que vieron antes que nadie, con esa mirada asombrada, ávida por conocer geografías o sociedades alejadas de su propia cultura. Siempre me interesaron lo suficiente como para hacerles un hueco entre la lectura de obras de ficción. Me admiraba –me admira- tanto el arrojo y la determinación de sus protagonistas como los mundos con que se topan. Sus palabras ponían a trabajar a mi imaginación, sentía que sus ojos trabajaban para los míos. Sus observaciones nutrían mi curiosidad.
   Sin embargo, ahora, puesto a la faena, aun siendo lo mismo, resulta diferente.
   Estamos confinados, sin apenas salir del domicilio particular, por orden del Gobierno, que, con la aprobación del Congreso de los Diputados, ha decretado el estado de alarma en todo el país. Llegue este artículo a donde llegue, no hará falta que explique por qué. El virus puñetero –coronavirus, le llaman, por otro nombre covid 19- ha acorralado a la Humanidad entera, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación, obligando, para huirle, a la reclusión universal.
   ¿Y qué puede uno hacer, enclaustrado entre cuatro paredes, además de espiar con envidia cómo tras los cristales sigue fluyendo la primavera, ninguneándonos, totalmente ajena a nuestros pesares? Cada persona habrá diseñado su propia estrategia de espera. La mía ha consistido en escapar. Físicamente me era imposible, no sólo porque no me dejaban, es que tampoco tenía adónde, pues en todas partes están igual. Pero otros pies caminaban por los  míos.
   El mundo volvía a ser ancho, de la mano de viajeros que vinieron en mi auxilio, y me sacaron del ostracismo general, o, al menos, lo atenuaron. En justa reciprocidad, he decidido dar fe de esos relatos que hicieron de mi ocio forzado oportunidad para saber y disfrutar de espacios y vidas distantes y de las gestas de quienes me los acercaron. Enseguida verificaréis que aún quedan alas con que volar…