viernes, 28 de febrero de 2014

LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE”, de Rosa Montero

En este libro, que no es una novela y al que me resisto a calificar de biografía (incluso añadiéndole el adjetivo sentida), Rosa Montero nos habla de Marie Curie.
   Si habitualmente el autor se retrata en su criatura, si  se refleja en lo que capta, con mayor motivo puede decirse eso aquí. Porque, página tras página, la escritora engarza su vida en la de su protagonista: al tratar de ella, es de de sí misma de quien trata, en gran medida.
   Facilita esa empatía que ambas compartan una circunstancia tan crucial como la pérdida de sus respectivos cónyuges, Pierre y Pablo. Precisamente, en el origen de la reconstrucción vital de Madame Curie por Rosa Montero está el diario que la primera redactó a partir de la muerte de su marido, aplastado bajo las ruedas de un carro.
   Conoceremos a la científica, seguiremos sus descubrimientos, las duras condiciones de su trabajo, su llamativa inconsciencia –y la de Pierre- ante el peligro de la radioactividad… Pero a la par, se nos revelarán la pasión o el dolor que experimenta, su entusiasmo, su capacidad de resistencia y sus momentos bajos.
   Y, por supuesto, las dificultades a que hubo de enfrentarse por su condición de mujer en un entorno machista. Para estudiar, para investigar con  tareas domésticas a cuestas, para ser reconocida; incluso en su vida privada, cuando, ya fallecido Pierre, se enamora de un colega, el mal casado Langovin y es condenada socialmente.
   Sucesos o sentimientos, vida profesional o íntima dan pie a numerosas digresiones. Estas se intercalan de formas diversas. Preceden a un hecho del que se va a dar cuenta o lo suceden, a modo de reflexión, pero siempre están bien traídas, no son forzadas, vienen a cuento. Tratan de la muerte, del sentimiento de culpa, del de ausencia, de la rareza en el existir, de la pasión, de la creación literaria… Esos comentarios afectan también a menudo al ser de la propia Rosa Montero y a su circunstancia, de un modo u otro ella siempre está presente. ¿Habrá un subgénero literario que entremezcle biografía con autobiografía? Si fuera así, ya sabría cómo clasificar esta obra, porque, tras su lectura, no sabemos solo de Marie, también la propia autora se nos ha desvelado.
     El estilo, no podía ser de otra forma, presenta registros varios. Se aprende ciencia (nuclear), o al menos se atisba, y surgen, entonces, los tecnicismos (“electrómetro piezoeléctrico”); en las divagaciones que acompañan al bucear en el alma, el lenguaje se vuelve literario, como en esa lograda comparación entre la llegada inadvertida de la muerte y el juego infantil del escondite inglés. Y no faltan las expresiones coloquiales, como esa peculiar interjección -¡guau!- con que festeja algún aspecto de Madame Curie que le merece admiración.
   Me ha gustado leerlo. 

miércoles, 26 de febrero de 2014

EL OTRO 23F

El pasado domingo, fui uno de los 5 millones de espectadores del programa Operación Palace, de Jordi Évole sobre el fracasado golpe de Estado del 23F.
   Asistí, perplejo, a  lo que se nos presentaba como una sorprendente revelación de lo que habría sucedido en realidad. Según nos contaban, Tejero había irrumpido en el Congreso interpretando, sin saberlo, una ficción teatral, dirigida por José Luis Garci e ideada por los líderes políticos, con la colaboración del rey y la aquiescencia de los servicios secretos. Con esa pantomima, buscaban hacer inviable, adelantándosele, una intentona golpista, esta sí verdadera, que se avecinaba.
   Yo estaba dividido en dos. “¡No me lo puedo creer!, ¡No puede ser!”, decía a cada paso, y en voz más alta de la que acostumbro a usar. Pero por otra parte, allí seguía, prestando oído a aquella fabulación, como hipnotizado ante la posibilidad de que, por inverosímil que me pareciera, y contra toda evidencia, pudiera ser cierto lo que se decía.
   Daba pie la situación a toda clase de delirios. Creo que en algún momento hasta imaginé qué cara estarían poniendo los autores de libros o artículos sobre el 23F, al constatar cómo sus investigaciones históricas acababan de convertirse en obras de ciencia-ficción.
   Qué digo, si hasta me recordé a mí mismo en aquellas horas turbias del golpe, alejado de mi domicilio, buscando refugio o maquinando una resistencia improbable contra la insania del franquismo redivivo, como sucediera a tantos. ¿No habíamos sido, todos, sino actores secundarios de un drama devenido en farsa? 
   Confieso que, ya después, cuando se nos desveló el engaño, me costó mucho poner en práctica el consejo de un personaje unamuniano, que recomendaba como hábito saludable reírse de uno mismo cada vez que se presentase la oportunidad. Y esta, desde luego, no era menor.
   Se no é vero, é molto ben trovato, me dije, como disculpa a mi actitud ingenua, que lo había sido, por más teñida de incredulidad que hubiera estado. Y sin embargo, esas palabras de Giordano Bruno, lejos de tranquilizar mi ánimo, dieron paso a una constatación inquietante.
   A menudo, contar bien algo, por falso que sea, lo vuelve verdad a ojos de la mayoría. No tiene importancia, siempre que se nos revele finalmente su falsedad, como fue el caso. Lo grave es que no solo no se nos descubra la mentira, sino que, además, se pretenda que creamos ella. ¿A cuántas manipulaciones asistimos, que hacen blanco de lo negro o tratan de que un gato se transmute para nosotros en liebre? ¿Os acordáis, y es tan solo un ejemplo, de lo que sucedió a propósito del 11M?
   Gracias por la lección, Jordi Évole (aunque, qué quieres que te diga, me has cabreado bastante).

sábado, 22 de febrero de 2014

BRAÑA LA PORNACAL

Venía aquel domingo de junio precedido de negros presagios. El mapa del Meteosat había informado con precisión fotográfica de que llovería abundantemente durante el fin de semana. Así que cuando ya de día abrí las contraventanas de mi habitación, encontré justamente lo que esperaba. Pocos viandantes transitaban la Plaza Mayor de Oviedo, y lo hacían con prisa, como escapando precautoriamente de un próximo aguacero.
   Algo más de dos horas después, pasábamos un puente diminuto y entrábamos en Villar de Vildas. Habíamos llegado allí tras rebasar Belmonte de Miranda, en las Asturias occidentales, dejando la carretera principal para seguir un ramal, que se abría camino con dificultad, disputando a la vegetación su derecho a la existencia. En nuestras retinas quedaban una mina abandonada, y dos pueblos, Pigüeña, cuyo topónimo coincidía con el nombre del río que recorría limpiamente el vértice de un valle verde, y la aldehuela de Corés.
   Villar de Vildas es un conjunto de casas de piedra y de horreos y paneras, que se arraciman al pie de una montaña, delimitando caleyas de tierra. Allí moría el asfalto y comenzábamos a andar. Unos paisanos nos indicaron el camino, bromearon y discutieron  sobre el tiempo que nos llevaría recorrerlo, y miraron al cielo, reflejando en sus gestos algo más que dudas: todavía el suelo estaba seco, pero amenazaba diluviar.
   Yo llevaba un paraguas, aunque ello redundara en detrimento de mi imagen montañera. Beatriz saltaba de piedra en piedra con envidiable agilidad, por sortear las inundaciones que se presentaban de trecho en trecho en la vereda, a causa del desborde de algún torrente o del excesivo caudal de una fuente.
   En un recodo, nos cruzamos con un campesino, caballero a lomos de un asno. Era muy viejo y tenía unos ojos muy grandes y muy azules, como si todo el color que las nubes se obstinaban en hurtarle al cielo se hubiese refugiado en sus pupilas. Nos recomendó que nos diésemos prisa, pues la tormenta no tardaría en descargar.
   Hora y media después de haber salido de Villar de Vildas, llegábamos a La Pornacal, y fue como si en lugar de transitar un camino hubiéramos dado un salto atrás en el tiempo. Estábamos solos, en medio de una aldea que parecía creada por la imaginación de René Goscinny y Albert Uderzo. Casi extrañamos no ver a Astérix y Obélix dibujarse en el vano de alguna puerta, o al druida Panorámix dirigiéndose al monte próximo, en busca de ingredientes para sus pócimas. Pero solo nos hallábamos en una braña, un espacio adonde los vaqueiros trashumaban en verano, en busca de pasto para su ganado. Con piedra habían levantado muros, que techaron con piorno, sujeto con travesaños de madera. No menos de 30 pallozas componen esta singular agrupación, sin que falte a cada cabaña su corral e incluso un cabanón adosado.
   Algo emocionados sí nos sentimos ante esas voces de otros siglos, tan integradas en su entorno que ya eran parte indisociable de él. Y acaso siguiéramos allí, ensimismados, largas horas, si de ese olvido no viniera a sacarnos un estrépito remoto. Se había puesto a tronar y pronto la lluvia anegaría los caminos.

martes, 18 de febrero de 2014

VINDICACIÓN DE INMIGRANTES

Últimamente, cuando leo la prensa, me asalta un temor nuevo. Desde que se ahogaron, al intentar pasar a Ceuta a nado, una decena larga de inmigrantes subsaharianos, me agobia la posibilidad de que el mar haya devuelto un cuerpo más, incrementando, así, las dimensiones de una tragedia ya mayúscula.
   Esas muertes –van 15 documentadas, cuando escribo- despiertan tantos sentimientos, duelen tanto, exigen tantas respuestas...
   Está, antes de nada, la desolación que producen. Tal vez lo entendamos mejor si vemos en ellos la gente que fueron. Desconocemos sus nombres y en algún lugar de Togo, de Senegal, de Camerún sus familias ni siquiera sabrán que los han perdido para siempre.
   Eran personas de muchísima valía. Antes de alcanzar las aguas que los separaban de su ideal –un ideal pequeño, de encontrar trabajo y mejorar la suerte de los suyos, ¿os suena?-, hubieron de enfrentar obstáculos imposibles, asumir riesgos, nunca quedarse en el suelo si caían. Mirad en un mapa lo lejos que está de donde venían. Hay miles de kilómetros, desiertos de por medio, mafias que trafican con sus aspiraciones, policías que los persiguen. Su viaje duró años, que se hicieron de incertidumbre, de privaciones, de sortear fronteras y acosos, y siempre de ánimo y de valor. ¿Os imagináis lo que habrían podido ser, considerando lo que fueron? ¿Lo que habrían podido dar de sí mismos, si hubieran logrado dar el salto de África a Europa?
   Ilusiones rotas… ¿o destrozadas? Desde el lado ceutí de la playa del Tarajal, la guardia civil disparaba –balas de fogueo y pelotas de goma- al agua. El problema es que por el agua venían ellos. Es más, si disparaban al agua era precisamente porque por ella pugnaban por llegar a tierra los inmigrantes. Eran una escuadrilla de desharrapados que se mantenían a flote a duras penas. De su penuria da cuenta que algunos usaran como flotadores botellas de plástico engarzadas.
   El delegado del Gobierno en Ceuta y el director general de la G.uardia Civil negaron que se hubiera hecho uso en el mar de material antidisturbios. Ahora, solo se habla de lo cerca o lejos que impactaron los proyectiles. El ministro del Interior asegura que fuera de  alcance, pues tan solo se pretendía disuadirlos. Las víctimas, todos lo fueron, incluso los que se salvaron, afirman que les tiraban a ellos. Asustados, abandonaron su propósito, la mayoría, pero al menos 15 perecieron en un mar que estaba calmo. Y los que consiguieron tocar tierra ceutí fueron devueltos de inmediato a Marruecos, sin que, a lo que parece, se respetaran los derechos que les otorga la legalidad.
   Ante este espanto, pienso que las autoridades concernidas deberían dimitir o ser cesadas de inmediato. Aunque solo sea para no confundir al mundo y enviar el mensaje equivocado de que todos estamos de acuerdo en cómo se actuó. Quizás así los españoles podamos salir de nuestras fronteras con la cabeza alta y sin la dignidad en entredicho. Y todavía, para recuperar del todo la paz, queda revisar nuestra política migratoria y de ayuda internacional, que, por más en crisis que estemos, no hemos de olvidar a quienes se hallan ya en estado crítico. 

viernes, 14 de febrero de 2014

INJUSTICIA UNIVERSAL

Siempre me ha llamado la atención que el mismo poder que menoscaba sin rubor a los de abajo se doblegue ante quien está por encima de él. Ved lo que está sucediendo, por ejemplo, con la ley de Jurisdicción Universal, que autoriza a nuestros jueces a perseguir delitos cometidos más allá de nuestras fronteras. Quieren cercenarla, reducirla, limitarla  a casi nada.
   Los delincuentes internacionales que saldrán beneficiados son de los Estados Unidos, de China, de Rusia y de otros países que, por la cuenta que les tiene, no reconocen la jurisdicción de la Corte Penal  Internacional, pero que, hasta ahora, sí podían ser encausados en España.
   Se trata de crímenes especialmente atroces como torturas, genocidios, desapariciones forzosas.
   Ya en 2009, cuando gobernaba Zapatero, se había impulsado una reforma para restringir el derecho a la jurisdicción internacional. Ese cambio normativo impidió que la Audiencia Nacional investigase, a instancia de colectivos palestinos, las denuncias de posibles crímenes israelíes en Gaza, durante la operación Plomo Fundido.
   Pero la vuelta de tuerca que hoy se acomete no es recorte, como aquella, sino verdadera asfixia. Si sale adelante, ya saben los desahuciados de la tierra donde no hallarán acogida sus reclamaciones, por justas que resulten, por execrables que sean los crímenes de los que hayan sido víctimas. Los juzgados españoles habrán de permanecer sordos a sus quejas, cerrados a cal y canto a sus demandas.
   Se trata de derechos humanos. ¿Recordáis a José Couso, el cámara de Telecinco al que mató en Bagdad el ejército de EEUU, que atacó el hotel donde se concentraban los periodistas? ¿Y la reciente orden de arresto contra el expresidente chino Jiang Zenin y otros cuatro exdirigentes por delitos de lesa humanidad? ¿Y la querella contra 13 responsables marroquíes del Sáhara Occidental por genocidio, en concurso con asesinatos, lesiones y torturas, contra ciudadanos saharauis entre 1976 y 1988?
   Todos estos procedimientos, y un largo etcétera, están abiertos. La aprobación de la ley supondrá que no se enjuiciarán casos similares en el futuro. (Y estos mismos corren el riesgo de que, contra toda razón, se les aplique la ley con efecto retroactivo y se archiven).
   Mientras tanto esto sucede en España, en Argentina una juez ha abierto indagaciones sobre hechos ignominiosos que afectan a nuestra memoria histórica. A alguien debería caérsele la cara de vergüenza (si la tuviera, claro).

martes, 11 de febrero de 2014

“EL PP O LA NADA

Es como si tuviera un virus en el ordenador. De esos que, aunque quieras, no dejan que los pierdas de vista y siempre retornan con obstinación a la pantalla. En mi caso, es el Partido Popular. No hay forma humana de que lo olvide. Pertinaz, aparece una y otra vez, para turbación de mi sosiego. Consigue superponerse a cuestiones que me interesan, con cuya recreación podría disfrutar, fuerza a que le preste atención, por más lejos de mí que lo quisiera, y no hay conjuro que me sea de utilidad para espantarlo de mis pensamientos y mi escritura.
   Al hilo de estas reflexiones, recapacito sobre unas palabras que Dolores de Cospedal pronunció en el cónclave que el partido en el Gobierno celebró recientemente en Valladolid. “Es el PP o la nada”, se atrevió a decir, sin el menor atisbo de vergüenza, con la mayor de las aposturas, como, por otra parte, tiene por costumbre, sea cual sea la desmesura verbal en la que incurra. Y de nuevo me veo metido en aquello de lo que pretendía escapar, o sea, hablando otra vez del PP, ¿lo veis?
   Claro está que ahora ya sé dónde estoy instalado, o dónde pretenden que esté. Con esa rotunda disyuntiva, se me arroja al reino de la Nada, se me niega el derecho mismo a la existencia, o, lo que es lo mismo, a pensar distinto, a mí como a tantísimos otros. Y aquí me tenéis, revolviéndome contra tamaña simplificación, escribiendo, pues, otra vez, sobre el Partido Popular, o buena parte de él.
   Qué más quisieran que poder negarnos a quienes no somos como ellos. De hecho, lo intentan. Realmente, hacen todo lo que está a su alcance por arrojarnos al vacío a los que disentimos de sus principios porque, simplemente, tenemos los nuestros.
   Pero su esfuerzo es vano, esa desmesura sí que no conduce a nada. Fuera de sus mentes, la sociedad rebosa pluralidad, es multiforme en su ideología, dista de prestar oído a afanes uniformizadotes, se levanta en desacuerdos. De un reduccionismo como el suyo se han nutrido los totalitarismos que en el mundo han sido, que perviven, todavía, aunque a menudo traten de esconderse vanamente bajo apariencias democráticas.
   ¿El PP o la nada? Qué descaro, qué soberbia, qué ignorancia, qué manera de disfrazar la propia conveniencia.

sábado, 8 de febrero de 2014

MEJILLONES AL VAPOR     
     
Es este un bivalvo que tengo por manjar reputado, pese a su modestia. Humilde bocado que nos ofrecen los océanos y las rocas, parece, en su ser oscuro y en su lisura, forjado en pizarra. Abierto, su carne, en cambio, presenta  una tonalidad llamativa, con matices que van del naranja al rojo. Un contraste que lo hace, sin que medie para ello artificio,  sencilla obra de arte.
   Están por todas partes donde hay costa. Yo he dado cuenta de ellos en puntos tan distantes, bañados por mares tan distintos, como Estambul o Escocia. No importa que estuvieran rebozados y fritos, ensartados en varilla cual pinchos morunos, o en salsa, siempre la boca se me ha hecho agua al degustarlos. Aunque para mí los mejores sean de Galicia, y cocinados de la forma más simple, sin otro aditamento que el que les presta su propio jugo.
   Mi primer recuerdo suyo tiene que ver con una enchenta, palabra que se apresura a subrayarme el corrector, que no la encuentra entre el vocabulario castellano, sencillamente porque es gallega. Significa, en la traducción libre que yo le doy, comilona, atracón de esos que durante un tiempo llevan al individuo a evitar toda ingesta del alimento ingerido, que llega a provocarle, incluso, repugnancia.
   Debía de ser yo poco más que un niño y celebrábamos los amigos el cumpleaños de uno de nosotros. Y lo festejamos de modo singular. Vueltos improvisados mariscadores, recolectamos mejillones que teníamos al alcance de la mano en los roquedos que orillaban los arenales de A Coruña y nos dispusimos hartarnos de ellos en una merienda cena memorable.
   Alguien había traído una pota –nuevo aviso del corrector, que desconoce que se trata del equivalente a olla-. Lo demás fue fácil: recopilar palos que se había traído consigo alguna marea y que estuvieran secos, y encender un fuego, a cuyas llamas expusimos la cacerola, sustentada en un rudimentario hogar de piedras, rebosante del preciado molusco. En mi memoria no quedó registrado el lavatorio previo, si bien quisiera creer que se produjo en las mismas aguas que los habían criado. Lo que sí es bastante probable es que no les hubiéramos arrancado las barbas, cosa por lo demás recomendable, pero un poco latosa para nuestra impaciencia.
   Apenas hubo espacio para la espera, que enseguida se abrieron sus conchas. Comí tantos, que tardé en repetir. No os privéis vosotros de su sabor tanto tiempo, comedlos con mayor mesura cada vez que tengáis ocasión de probarlos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

ENSAYOS DE ALTA CUNA

En las novelas de género negro o en las películas o series policíacas, hay que estar atento a los detalles. Uno a primera vista insignificante, que pasa desapercibido de pura nimiedad, acaba siendo revelador, deviene en dato definitivo para la resolución de la trama.
   A mí, en el caso de la Infanta Imputada, que, por supuesto, no vayamos a pillarnos los dedos, es, como todo hijo de vecino, inocente hasta que se demuestre lo contrario, no me ha pasado por alto un hecho de apariencia fútil, y sin embargo muy publicado en los medios informativos. Y esta es otra, porque, curiosamente, los indicios en que más cuesta reparar son aquellos que están a la vista de todos, y nadie suele fijarse en ellos precisamente por esa tendencia a centrarse en la búsqueda de lo oculto.
   Me refiero a que, según parece, la susodicha señora dedica parte de su preciado tiempo a ensayar con sus abogados su próxima declaración judicial. Recuerdo haber leído que incluso se le formulan durante estas sesiones preguntas previsibles en la  comparecencia que la espera.
   La palabra “ensayo” me trae inevitablemente a la memoria a actores trabajando una puesta en escena. Con esto no quiero sugerir que la única interpretación posible sea la de que ella se disponga a hacer teatro. Al fin y al cabo, también cuentan con preparadores quienes opositan a plazas que requieran exámenes orales, por ejemplo, y no porque pretendan aparentar lo que no son.
   Es de suponer que querrá salir lo mejor parada de tan enojoso trance, pero se me ocurre que para lograrlo sobra tanto adiestramiento. Que bastaría que hiciese bueno en sus respuestas el compromiso que adquieren los testigos en cualquier juicio, por más que como imputada le asista el derecho a no hacerlo. O sea, que dijera la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
   Por lo demás, aun en el caso de que hubiera incurrido en prácticas delictivas, a mí me parece que quien más crudo lo tiene no es ella, sino el juez que la investiga. Difícil lo va a tener en sus indagaciones, entre una Infanta tan ensayada y una fiscalía que no la acusa.

domingo, 2 de febrero de 2014

FÉLIX GRANDE (MUY GRANDE)

La grandeza no le venía solo de apellido. Era poeta y era mucho más. Había trabajado de vinatero, como vendedor a domicilio de pomadas contra los sabañones, de recitador de casino, y fue también cabrero. Desde 1983 dirigía la revista Cuadernos Hispanoamericanos, pero en 1996 un Gobierno del PP lo destituyó, que todos sabemos que lo del PP viene de lejos.
   La preocupación que siempre mostró por su tiempo no le alejó del cuidado formal. Clásico e innovador, interesado en la música, particularmente el cante jondo, nada humano le resultó indiferente. Premio Adonáis de poesía (1964), Premio Nacional de Flamencología (1978), Premio Nacional de las Letras Españolas (2004), fue uno de nuestros grandes.
   Y digo fue porque acaba de morir. Aunque perdure entre nosotros en sus obras, y cada vez que leamos Blanco spirituals, o Las rubáiyatas de Horacio Martín, o La cabellera de la Shoah, sintamos que latimos a su compás.
   Yo lo recordaré siempre por Persecución, que supuso, para mí, una vivencia personal. Conocer ese poema y pensar en llevarlo a la escena, fue todo uno. Supe de su existencia gracias a un amigo andaluz a quien había acudido en busca de asesoramiento. Preparaba por entonces, con el grupo de dramatización del IES placentino “Valle del Jerte”, una obra teatral sobre la xenofobia y el racismo, que finalmente se tituló Un moro frente a mí, en el espejo. Quería incluir entre sus cuadros alguno sobre la discriminación de que es víctima el mundo gitano, y el poema de Félix Grande cantado por El Lebrijano me vino como anillo al dedo.
   Cuando, tiempo después, me planteé publicar la experiencia, contacté con él por medio de un amigo común y le pedí autorización para reproducir el texto. No solo me la dio, además se tomó la molestia de corregirme errores en que había incurrido al transcribir la letra directamente del CD. Y, cuando recibió el libro que le envié, me contestó con estas palabras:
                                   “Madrid 10 de julio 99
Amigo José (sic, soy Juan) Manuel: Gracias por el ejemplar de `Un moro frente a mí, en el espejo´. Y gracias por incluirme en esos trabajos. No soy muy optimista sobre la posibilidad de que la bestia humana, sobre todo cuando se agrupa, caiga en la cuenta de que el racismo es abyecto. Quizá de la forma en que tú enfocas la guerra contra ese horror –en la infancia- pueda ser posible dar pasos. Te felicito.
                        Un abrazo
                        Félix”
   Solo desde una humanidad tan grande como la suya me podía dar, él a mí, agradecimientos y felicitaciones. Y es que era de esos que, por alto que suban, nunca pierden de vista lo que queda a sus pies.