sábado, 8 de febrero de 2014

MEJILLONES AL VAPOR     
     
Es este un bivalvo que tengo por manjar reputado, pese a su modestia. Humilde bocado que nos ofrecen los océanos y las rocas, parece, en su ser oscuro y en su lisura, forjado en pizarra. Abierto, su carne, en cambio, presenta  una tonalidad llamativa, con matices que van del naranja al rojo. Un contraste que lo hace, sin que medie para ello artificio,  sencilla obra de arte.
   Están por todas partes donde hay costa. Yo he dado cuenta de ellos en puntos tan distantes, bañados por mares tan distintos, como Estambul o Escocia. No importa que estuvieran rebozados y fritos, ensartados en varilla cual pinchos morunos, o en salsa, siempre la boca se me ha hecho agua al degustarlos. Aunque para mí los mejores sean de Galicia, y cocinados de la forma más simple, sin otro aditamento que el que les presta su propio jugo.
   Mi primer recuerdo suyo tiene que ver con una enchenta, palabra que se apresura a subrayarme el corrector, que no la encuentra entre el vocabulario castellano, sencillamente porque es gallega. Significa, en la traducción libre que yo le doy, comilona, atracón de esos que durante un tiempo llevan al individuo a evitar toda ingesta del alimento ingerido, que llega a provocarle, incluso, repugnancia.
   Debía de ser yo poco más que un niño y celebrábamos los amigos el cumpleaños de uno de nosotros. Y lo festejamos de modo singular. Vueltos improvisados mariscadores, recolectamos mejillones que teníamos al alcance de la mano en los roquedos que orillaban los arenales de A Coruña y nos dispusimos hartarnos de ellos en una merienda cena memorable.
   Alguien había traído una pota –nuevo aviso del corrector, que desconoce que se trata del equivalente a olla-. Lo demás fue fácil: recopilar palos que se había traído consigo alguna marea y que estuvieran secos, y encender un fuego, a cuyas llamas expusimos la cacerola, sustentada en un rudimentario hogar de piedras, rebosante del preciado molusco. En mi memoria no quedó registrado el lavatorio previo, si bien quisiera creer que se produjo en las mismas aguas que los habían criado. Lo que sí es bastante probable es que no les hubiéramos arrancado las barbas, cosa por lo demás recomendable, pero un poco latosa para nuestra impaciencia.
   Apenas hubo espacio para la espera, que enseguida se abrieron sus conchas. Comí tantos, que tardé en repetir. No os privéis vosotros de su sabor tanto tiempo, comedlos con mayor mesura cada vez que tengáis ocasión de probarlos.

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