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martes, 31 de enero de 2017

SEMBLANZA DE DONALD TRUMP

Podría haber sido el protagonista chulesco y desmadrado de una película del Oeste. Tampoco anda escaso de cualidades para encarnar a un tertuliano feroz, uno de esos tipos viscerales que se curten en la intemperancia y el dislate; o, esto quizá venga mejor al caso, a un político que alimente de demagogia sus discursos, apelando a los instintos más bajos del electorado.
   Lo cierto es que los votantes  han encumbrado a la presidencia de los Estados Unidos a este sujeto iracundo, tan falto de sentido de la medida como sobrante en soberbia. Aunque suene a paradoja, cuántos se sentirían (nos sentiríamos) aliviados si dijese digo donde antes dijo Diego y volviese papel mojado sus promesas y dicterios de campaña, ahora que ha ganado.
   Pero ha venido para que pinten los bastos que anunció, y a diario así se lo recuerda al mundo, con el que tan mal avenido se muestra. Cualquier día de éstos, declarará abolida la palabra empatía. Porque la actitud de ponerse en lugar del otro ya la ha desterrado y para qué un término sin referente que nombrar. Millones de personas, dentro y fuera de su país, tienen sobradas razones para sentirse más débiles, más desprotegidas, más en riesgo.
   No le arredra el aluvión de críticas con que se recibe su prepotencia, la autocrítica parece tan ajena a su comportamiento como la diplomacia. Si rechazas la taza, ahí lo tendrás, aprestándose a arrojarte a la cara tazón y medio.
   Yo creía que estos personajes sin fisuras, compuestos de un solo trazo, tenían limitada su existencia a las páginas de la mala literatura, para satisfacción de mentes simples, que sólo ven en blanco y negro. Debo confesar que me ha cogido por sorpresa, en el caso que nos ocupa, el salto que se ha operado, de la ficción a  la realidad. Y más inconcebible resulta aún que esa realidad sea la presidencia de los Estados Unidos.

   ¿Qué habéis hecho, estadounidenses?

lunes, 4 de abril de 2016

SEMBLANZA DE Fátima Báñez

Es asunto peliagudo hablar de la nada (y más todavía sin ser nihilista). Cómo tratar, sin embargo, de un personaje público como el que me ocupa sin que tal palabra se cuele en lo que escribo.
   Confieso no entender el porqué de la sonrisa que se le dibuja en la boca, perenne como hoja de alcornoque. Se diría, viéndola, que es la ministra más feliz del Gobierno de España, y no por estar en funciones y a punto de dejar el puesto, que eso se entendería, dados los resultados de su mandato. Ya antes, durante los cuatro años que lleva ejerciendo, pertinazmente ostentaba esa muestra de alegría sin par.
   Tentado estoy siempre a pensar en un fingimiento, casi en una mueca que fuese con el sueldo, un poner a mal tiempo buena cara, un disimulo. Pero parece insólitamente sincera esa expresión de contento, como si reflejase lo bien que se lo pasa en el desempeño de sus funciones.
   ¿Es manifiesto impudor, le importa un comino todo? ¿o  responde ese gesto a la inconsciencia pura de quien ignora dónde está pinada? Claro que peor sería, aún, que creyese que lo está haciendo a plena satisfacción.
   Se cuentan por millones los españoles que no encuentran el trabajo que justificaría la existencia de un ministerio con un nombre como el del suyo, otros muchos subsisten en condiciones de extrema precariedad, miles de jóvenes titulados buscan en el extranjero el empleo que aquí se les niega, la caja de las pensiones se vacía... ¿de qué se ríe?
   Debe de ser muy feliz en su vida privada. Pero incluso dando por supuesto que sea así, ¿cómo se las ingenia para que no se la amargue su actividad pública? ¡Se me antoja tan difícil dividir una existencia como la suya en compartimentos estancos, particular el uno, político el otro!
   ¿O se librará de polvo y paja transfiriendo la responsabilidad de su gestión a un tercero?  Hasta en eso es su conducta peculiar: yo la recuerdo encomendando la salida de la crisis a la virgen del Rocío. Si resulta un tanto paradójica en un Estado que se dice aconfesional la confianza en semejante amparo, tiene la innegable ventaja de que nadie podrá pedirle que rinda cuentas, por mal que vayan las cosas…

martes, 20 de mayo de 2014

SEMBLANZA DE PEPE MÚJICA

He aquí  a un personaje singular, y no por lo raro que sea él, sino porque no existan otros máximos mandatarios que se le parezcan.
   Lo primero que se ve al contemplarlo es un cierto descuido en el vestir. Vuelve inevitable el recuerdo de aquel torpe aliño indumentario del que hablaba Antonio Machado en su autorretrato. Otro hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno.
   Quizás porque comparte con nuestro poeta esa hermosa máxima de que “Nadie es más que nadie”, vive olvidado de los oropeles que aman los grandes en humilde habitáculo campestre. Gusta de comer en chiringuitos de poca monta, boliches creo que los llaman allá, donde, como uno más, aprovecha para escuchar y conversar con las gentes del común que se le aproximan o a las que él se acerca.
   Es este Pepe un hombre pausado, que para hablar no tiene prisas, que dice antes con la mirada que con la palabra. Gasta una suave ironía que descoloca a cualquiera que lo interpele buscando ponerlo contra las cuerdas o simplemente probarlo. Y de pronto se permite dejar de ser el centro de una entrevista y sorprende al periodista interesándose por alguna de sus circunstancias. “No sos tan tierno”, le comentó a Jordi Évole cuando este le respondió a una de sus preguntas que pronto cumplirá 39 años.
    Es un tipo tierno y dado a la curiosidad, que conquista por su bonhomía y sentido común. No menos que su persona, atrae su visión del mundo y de la sociedad. Bien venido el desarrollo, pero no el que se estila por estos lares nuestros, pues no ha de ir en menoscabo de quienes menos tienen, o de la esclavización de otros países, antes ha de estar al servicio de todos. Busca con pragmatismo la utopía, a sabiendas de que ha de moverse en un entorno hostil a sus ideas.
    Grava con muchos impuestos a los ricos y da mucho a los pobres, criticaba un ciudadano ante las cámaras. Esas palabras supusieron para mí el mayor elogio, todo un programa de buen gobierno.

    Es el presidente de Uruguay y ya me gustaría que fuese el de nuestro país.

domingo, 13 de abril de 2014

SEMBLANZA DE  aznar

Si no se tratara de un señor, y fuera yo un chef y él un plato de cocina, no lo vería con otra identidad que la de una patata a la importancia. Y no porque la tenga (la importancia), sino porque él mismo se la otorga, en un ejercicio de generosidad  y autocomplacencia que no conoce de límites.
   Anda por la vida como esos malos actores que se resisten a abandonar la escena. De cuando en cuando, amenaza con volver, como si alguna vez se hubiera salido de foco. En su fuero interno, alimentado por un ego inexplicable, tal vez confunda el rechazo a su protagonismo con ajena cortedad de miras.
   Con un rictus impostado, tan poco natural que invita a no creer nada de lo que pregona, se sitúa en el mundo como vaca sin campano. Y hace a tirios y troyanos blanco de invectivas sin cuento, sin que su mala uva excluya siquiera a los suyos. Desmerece los logros de los otros en tanto pondera con desmesura los propios, aunque solo sean tales a sus ojos. Dotado de una elevadísima conciencia del propio valer, siempre pagado de sí mismo, habla habitualmente como si tuviera algo que decir. Hace inevitable el recuerdo de aquel adagio que enseña que perora más quien mas debiera callar.
   El gesto, adusto, denota perenne enfado con una España que, acaso, no reconoce, la muy ingrata, sus méritos y sus gestas.
   Cuando ríe, gutural y espasmódico, dibuja una mueca que semeja más una muestra de condescendencia para con los demás que pura diversión. Aunque tal vez quiera mostrar un lado humano, por más que de esa forma ponga de relieve una máscara de cartón piedra.
   Me pregunto si se habrá creído hasta tal punto el papel que ha creado para sí mismo que ya no sea capaz de despojarse de su personaje y se vea obligado a ser ese otro, haciendo de su vida una perenne interpretación. En cualquier caso, en su pecado lleva aparejada la penitencia.