SEMBLANZA
DE DONALD TRUMP
Podría
haber sido el protagonista chulesco y desmadrado de una película del Oeste.
Tampoco anda escaso de cualidades para encarnar a un tertuliano feroz, uno de
esos tipos viscerales que se curten en la intemperancia y el dislate; o, esto
quizá venga mejor al caso, a un político que alimente de demagogia sus discursos,
apelando a los instintos más bajos del electorado.
Lo cierto es que los votantes han encumbrado a la presidencia de los Estados
Unidos a este sujeto iracundo, tan falto de sentido de la medida como sobrante
en soberbia. Aunque suene a paradoja, cuántos se sentirían (nos sentiríamos)
aliviados si dijese digo donde antes
dijo Diego y volviese papel mojado
sus promesas y dicterios de campaña, ahora que ha ganado.
Pero ha venido para que pinten los bastos
que anunció, y a diario así se lo recuerda al mundo, con el que tan mal avenido
se muestra. Cualquier día de éstos, declarará abolida la palabra empatía.
Porque la actitud de ponerse en lugar del otro ya la ha desterrado y para qué
un término sin referente que nombrar. Millones de personas, dentro y fuera de
su país, tienen sobradas razones para sentirse más débiles, más desprotegidas,
más en riesgo.
No le arredra el aluvión de críticas con que
se recibe su prepotencia, la autocrítica parece tan ajena a su comportamiento
como la diplomacia. Si rechazas la taza, ahí lo tendrás, aprestándose a
arrojarte a la cara tazón y medio.
Yo creía que estos personajes sin fisuras,
compuestos de un solo trazo, tenían limitada su existencia a las páginas de la
mala literatura, para satisfacción de mentes simples, que sólo ven en blanco y
negro. Debo confesar que me ha cogido por sorpresa, en el caso que nos ocupa,
el salto que se ha operado, de la ficción a
la realidad. Y más inconcebible resulta aún que esa realidad sea la
presidencia de los Estados Unidos.
¿Qué habéis hecho, estadounidenses?