SEMBLANZA
DE Fátima Báñez
Es
asunto peliagudo hablar de la nada (y más todavía sin ser nihilista). Cómo
tratar, sin embargo, de un personaje público como el que me ocupa sin que tal
palabra se cuele en lo que escribo.
Confieso no entender el porqué de la sonrisa
que se le dibuja en la boca, perenne como hoja de alcornoque. Se diría,
viéndola, que es la ministra más feliz del Gobierno de España, y no por estar en
funciones y a punto de dejar el puesto, que eso se entendería, dados los
resultados de su mandato. Ya antes, durante los cuatro años que lleva
ejerciendo, pertinazmente ostentaba esa muestra de alegría sin par.
Tentado estoy siempre a pensar en un
fingimiento, casi en una mueca que fuese con el sueldo, un poner a mal tiempo
buena cara, un disimulo. Pero parece insólitamente sincera esa expresión de
contento, como si reflejase lo bien que se lo pasa en el desempeño de sus
funciones.
¿Es manifiesto impudor, le importa un comino
todo? ¿o responde ese gesto a la
inconsciencia pura de quien ignora dónde está pinada? Claro que peor sería,
aún, que creyese que lo está haciendo a plena satisfacción.
Se cuentan por millones los españoles que no
encuentran el trabajo que justificaría la existencia de un ministerio con un
nombre como el del suyo, otros muchos subsisten en condiciones de extrema
precariedad, miles de jóvenes titulados buscan en el extranjero el empleo que
aquí se les niega, la caja de las pensiones se vacía... ¿de qué se ríe?
Debe de ser muy feliz en su vida privada.
Pero incluso dando por supuesto que sea así, ¿cómo se las ingenia para que no
se la amargue su actividad pública? ¡Se me antoja tan difícil dividir una
existencia como la suya en compartimentos estancos, particular el uno, político
el otro!
¿O se librará de polvo y paja transfiriendo
la responsabilidad de su gestión a un tercero?
Hasta en eso es su conducta peculiar: yo la recuerdo encomendando la
salida de la crisis a la virgen del Rocío. Si resulta un tanto paradójica en un
Estado que se dice aconfesional la confianza en semejante amparo, tiene la
innegable ventaja de que nadie podrá pedirle que rinda cuentas, por mal que
vayan las cosas…
Juan, es lo que se llama gente incombustible. Da igual como vengan dadas, ellos sonríen y esperan y los demás nos preguntamos "¿se puede saber de qué coño se ríen?"
ResponderEliminarUn beso.
Veo que compartimos estupefacción y enfado, Rosa...
ResponderEliminarGracias por acercarte al blog.