UN
PÚBLICO ESPECIAL
No
sé si os habrá pasado alguna vez, si os dedicáis al teatro, así sea como
afición. Que el respetable se niegue en redondo a abandonar sus butacas cuando,
urgidos por el tiempo, hacéis por acabar la función prescindiendo de alguna de
sus partes. En el caso que nos ocupa, la obra lo permitía, pues la componen
nueve escenas independientes entre sí, cada una con sus personajes y su
argumento.
Ved de qué iba, en la nota que introducía su
programa:
El
lobo de Caperucita nunca se sale con la suya, la madrastra de Blancanieves no
consigue ser la más bella, y Cenicienta, en cambio, llega a princesa... ¿Os
suena?... Es la imagen viva de la infancia, con toda su magia. La misma que nos
encandilaba el atardecer de un día cualquiera, muy abiertos los ojos, los oídos
asombrados, silenciada la respiración por que no se nos escapase una sola
palabra del cuento que escuchábamos contar a nuestros mayores. Acaso el paso
del tiempo se os haya llevado con su inevitable fluir el mundo maravilloso de Perrault,
de los hermanos Grimm, de Andersen… Pues atención, porque vamos a devolveros a
él. Hoy todo será como ayer. Cada vez que se enciendan los focos, encontraréis
sobre el escenario retazos de vuestra niñez, aquellos que precedían al sueño y
os hacían soñar. Comed perdices y volved a ser felices.
Representaba el colectivo de dramatización
del instituto Ría del Carmen. Los
espectadores eran niños de varios colegios del valle cántabro de Camargo, que
habían acudido al centro cultural “La Vidriera” para vernos. Previamente,
habíamos acordado con sus profesores que culminaría la actuación a las 5
de la tarde, pues a esa hora finalizaba la jornada escolar y vendrían los
autobuses a recogerlos. Cuando se aproximó el momento, esperamos a terminar el
cuento que estábamos escenificando y les agradecimos su modélico comportamiento
y les dijimos que y colorín colorado…
Entonces nos dimos cuenta de que habíamos
pactado con los maestros, pero no con ellos. Sabían que faltaban cuentos por
contar. ¡Y no todos los días tienes ante ti a sus protagonistas encarnados en
actores! Era como darles un caramelo y quitárselo cuando todavía no habían
acabado de saborearlo. Lo entendí enseguida, tan pronto comprendieron lo que
les estaba diciendo.
No tenían ningún interés en marcharse.
Querían más. Ignoro si alguno de los más pequeños hizo pucheros, pero ninguno
se levantó de su asiento, si no fue para manifestar su disconformidad. ¿Y qué
hacer en una situación así, si no poner a prueba tu talante negociador?
Hubo tiras y aflojas, propuestas y
contrapropuestas, y un entendimiento, al fin, en tiempo record. No recuerdo con
exactitud si fue El gato con botas,
tal vez El soldadito de plomo o Caperucita roja, quien salió al
escenario a saciar, al menos en parte, la sed de ficción de la multitud
infantil que se asentaba en el patio de butacas. Lo que sí es cierto es que, con
una historia más, se dieron ellos por conformes, y nosotros por contentos.
Verdaderamente, el teatro es una continua
caja de sorpresas.
Los niños, ja, ja, cualquiera les engaña. Podrás negociar con ellos y puede que cedan a regañadientes; podrás engañarles, si no has llegado a ningún acuerdo que romper, pero como les hayas asegurado algo y se lo cambies, que no te pase nada. Pues buenos son "esos locos bajitos"
ResponderEliminarEnhorabuena porque ganarse el corazón de los niños es lo más difícil.
Un beso.
Son, Rosa, sobre todo, un público muy agradecido. Sus caras, cuando veían sobre el escenario a sus personajes favoritos, eran todo un hermoso poema...
ResponderEliminarNiños con ganas de más, un triunfo. Y también adultos, que les sabe a poco lo que les ofrecemos. El viernes 29 en La vorágine y el domingo 1 de mayo en apoyo a los refugiados a Unos Cuantos nos protestaron por la brevedad. Sabemos que tenían razón. Y agradecimos el aplauso. Pero es que ya no podemos acelerar más, llevamos una marcha difícil de aguantar. ¡¡Orgullo de Unos Cuantos!!
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