viernes, 17 de julio de 2015

UN DESPERTAR AJENO

   Te has despertado con la sensación de que algo incomoda tu sueño. No es el frío, aunque hace un poco de frío. Tu mano se dirige, torpe e insegura, a la pared, para ahogar la luz que los párpados, aún cerrados, no han llegado a cercenar. Avanza por rugosas cercanías, lenta, sinuosa, con galbana. Palpa, se acerca, vacila. Ya está o ya debería estar, pero no se produce el esperado contacto con el interruptor, ni el chasquido seco y momentáneo que siempre lo continúa.
   Hay un instante de perplejidad, porque el terreno batido se te revela desconocido y como desconchado, y el interruptor no está donde debería, en su habitual ubicación, allí donde el dedo, todavía extendido, se extraña, ligeramente a la derecha de la cama, casi a la misma altura.
   Otro intento. Con todos los dedos desplegados, la palma, pegada a la vertical del muro, hasta donde más puede alcanzar el brazo, explora. Encuentra grietas, diminutas elevaciones oblicuas, un leve sabor a humedad, restos de cal añeja quizás, y el interruptor, que sigue sin aparecer.
   Lentamente, retiras la mano de la pared. La imaginas dejando sobre un blanco supuestamente impoluto estrías alargadas, como las huellas de un gato que se agarrara a una esperanza fugitiva bajo sus patas.
   Tratas de no olvidar qué habrás hecho del interruptor, cuándo lo cambiaste de sitio, si estará en otro lugar y por qué, si te resultaba tan asequible.
   Entreabres los ojos, los restriegas metacarpianamente, desvelas la película de niebla en que navegan. Casi has empezado a esbozar una sonrisa de respuesta a la que desde el encanto de una reproducción mural y parisina dirige cotidianamente a tu despertar la Gioconda, pero el emplazamiento del cuadro está vacío, o, mejor, ahora reparas en que no es ése el lugar del cuadro, quiero decir que estás mirando a otra pared, o sea, que la pared que habitualmente encuentras al dirigir la vista frente a ti, desde la cama, echado como estás, con la cabeza algo elevada por la almohada, tampoco es la que tienes delante: es azul claro la tuya, la de siempre, y ésta de un blanco sucio, y hay un contrafuerte con sus aristas ennegrecidas en vez de la ventana, que no está. Apenas te paras a constatarlo, porque, como en un torrente inacabable, sucede a un descubrimiento otro, convertido cada instante en nueva ausencia.
   Tú mismo transmites ese mensaje de carencias, aunque, atento a lo exterior, hayas desatendido hasta ahora las señales que el cuerpo te envía. Sientes agarrotadas las articulaciones, una ósea rigidez, la carne como magullada, los músculos tensos. Es un entumecimiento que te recorre entero, y sin embargo lo localizas preferentemente en el costado derecho, a lo largo de todo él, pero concentrado sobre todo en la cadera, o al llegar al brazo, inevitables puntos de encuentro con el lecho. Esas molestias son signos: te remiten a la superficie que te acoge, con su resistencia a ceder ante tu peso, a dibujar en su seno el recoveco muelle y hospitalario donde se hunda tu contorno y descansen tus fatigas.
   Llegas a la convicción de que debajo de ti ha huido la cama de todas las noches. Ocupa su sitio la evidencia de un plano liso y duro, que no es cemento; es más suave, menos frío, pero igualmente impenetrable, quizás madera.
   Recién lo has entrevisto y ya sientes la cabeza hundida en el atadillo de ropa, más bien magro, cuyo olor te devuelve tu propio olor; porque, en efecto, reconoces en la almohada, por fuerza improvisada, esos pantalones, los tuyos, que no están doblados cuidadosamente, con el respeto a que obligan sus pliegues, sino enroscados sobre sí mismos, formando una especie de bola achatada por el peso de tu cabeza, que así evita el duro contacto con la tabla, o lo atenúa al menos.
   La manta te pone en guardia con un hedor que no es tuyo ni de ayer. Su presencia resulta palpable, casi masticable, de puro agrio. Eso es al principio, pues pronto el tacto revela al olfato en su labor indagatoria, y te sorprendes frotando un picor –rascando, que es un movimiento de arriba abajo y viceversa de las uñas sobre la rodilla desnuda-, y el picor proviene del roce con una aspereza no suavizada por la intermediación de una sábana tibia y blanca, y esa aspereza la trae una rugosidad, la de un paño paradójicamente endeble, que no acierta a abrigarte de tu frío y contribuye, sin duda, a despertarte.
   Giras la vista en derredor para continuar apercibiéndote de que tu inventario de lo cotidiano únicamente puede hacerse con evocaciones, y van apareciendo otros detalles, igualmente inexistentes: el poema de Neruda enmarcado sobre la mesilla de noche que compraste en el rastrillo, y la propia mesilla de noche que compraste en el rastrillo, y la planta de hojas granate en el envés que se estiran verticales hacia el cielo al atardecer, y los libros, y la caja de puros rebosante de tus fetiches.
   Nada está donde debería estar, incluso tú, que comprendes al fin.
   Desde arriba, semioculta tras una rejilla, una bombilla contempla indiferente tu estupor y tiñe de amarillo fiebre tu presente.

NOTA: Escribí este texto hace algo más de 30 años. Inicia un relato más amplio, que nunca terminé. Lo reproduzco porque, sin embargo, creo que tiene entidad en sí mismo, como narración con final abierto. Por cierto, ¿dónde pensáis que despierta el personaje? Estaré ausente hasta principios de agosto, así que disponéis de tiempo para pensarlo, si os apetece. 

lunes, 13 de julio de 2015

ESPAÑA, A TODA VELA

Ojalá no fuera cierto, cómo me gustaría que al escribir estas letras tan solo estuviera evocando un sueño o dando vida a una ficción. Pero  sucedió el sábado 6 de junio en una localidad costera de Cantabria y yo mismo lo presencié, así que no hay invención que valga. Lo que voy a contar es lo que pasó.
   Estábamos en un restaurante y una camarera se acercó a nuestra mesa a cantarnos el menú. “De primer plato hay natillas”, dijo en un repente. “¿Natillas de primero? Mejor empieza por el postre. ¿Paella, quizá?,”, le replicó, con la retranca de un gallego,  pese a que no lo era, uno de los comensales. La chica se percató de inmediato de su equivocación y enseguida nuestras risas se sumaron a la suya, que sonó natural y llena de frescura. Esa fue la parte divertida de nuestro encuentro.
   “Yo a ti te conozco. ¿Tú no estudiaste Ingeniería de Obras Públicas?”, le preguntó ella poco después a quien había bromeado con su error, mientras le servía con diligencia su plato.
   El interpelado la miró con curiosidad, intentando reconocerla. Escaso tiempo de bucear en su memoria le costó dar con su identidad. En efecto, habían cursado la misma carrera, de eso hacía pocos años.
   “¿Una ingeniera, de camarera?”, tercié yo en aquel diálogo, como si no pudiera creer lo que oía.
   Ella había renunciado a su profesión, tras recabar trabajo en muchos sitios sin resultado.
   “No consigo entenderlo”, me oí decir, y no sé si primaba en esas palabras el desconcierto o la indignación. Aquello era una imagen de gran plasticidad y, al tiempo, de un enorme despropósito.

   “Pues yo sí lo comprendo”, me contradijo el ingeniero de obras públicas que se sentaba entre nosotros. “Será porque llevo años en paro”, añadió con una sonrisa que no me pareció risa.

martes, 7 de julio de 2015

OXI

Pude votar en el referéndum griego, solo que el sábado, en vez del domingo, y en España y no en Grecia, como acto de solidaridad, al culminar la manifestación de apoyo convocada por diversos colectivos cántabros. Ese voto de aquí no computó, claro está, en la consulta helena, pero hermanó un no con otro, con tantos otros como llenaron las urnas en la otra punta de Europa.
   Europa... Llevamos mucho tiempo oyendo la cantinela de que Grecia se enfrenta a Europa... Pero Europa somos quienes la habitamos, quienes día tras día la hacemos, no solo los mandatarios de los países que la componen. Y muchos no estamos de acuerdo con lo que están haciendo con Grecia, reduciendo la política al cobro puro y duro de una deuda que los mismos acreedores consideran impagable. Ignoramos cuántos somos los que nos oponemos a esas medidas draconianas que estrangulan su economía y sus vidas. Pero esa música estruendosa también nos suena en España.
   Nuestros gobiernos se han cuidado mucho de preguntarnos nada en cuanto a lo que nos afecta. Se han limitado a bajar la cabeza y a pagar, aunque fuera a costa de recortes en servicios básicos para la población, de facilitar despidos o desahuciar a familias empobrecidas. Incluso llegaron a reformar la Constitución para que el dinero fuera antes de nada para las arcas de los prestamistas europeos. Por eso no les entra en la cabeza algo que muchos entendemos perfectamente, y es que la democracia consiste, entre otras muchas cosas, en preguntar a los pueblos por su opinión y en actuar en consecuencia.

   Los griegos se han negado a aceptar la rapiña de una troika que ya no se llama así, pero no por ello ha dejado de existir. Han resistido a amenazas, a chantajes, a desvalorizaciones que los menoscababan, y se han plantado. No se niegan a pagar, pero sí a hacerlo en unas condiciones que los abocan a una austeridad y un sacrificio aún mayores que los que ya soportan. Quieren negociar quitas, plazos más amplios, intereses menores, y que no se les impongan unas condiciones que los asfixien. No han bajado la cabeza y se han puesto en pie. Hay que apoyarlos.  

jueves, 2 de julio de 2015

UNA OBRA DE ARTE (y 2)

¿Qué veréis, si acudís a alguna de las actuaciones que programará la Agrupación Escénica Unos Cuantos en meses venideros con este montaje como motivo?
   Abriréis boca en Altamira, con aves y bisontes sobre el escenario, y hombres del Paleolítico entre el público; y de la cacería os asomaréis al nacimiento del arte...
   A continuación, os espera la Gioconda, cómo hablar de pintura sin ella. El propio Leonardo da Vinci terminará de darle forma para que protagonice una historia que acaso fue verdad y en la que un Médici tiene también su papel.
   Del Renacimiento os llevaremos al Barroco. En el cuadro Charles I in three positions, Anthony van Dyck multiplicó a Carlos I y lo hizo tres. No podía imaginar que esos yos del rey inglés aparecerían siglos después dialogando entre sí ante vosotros…
   De Goya y de la dama que le sirvió de modelo para sus Majas, seguramente conoceréis alguna de tantas leyendas como se cuentan. Desde ahora, dispondréis de una más, que tal vez no ocurrió, aunque bien pudo haber sucedido.
   Desde la National Gallery, en Washington, os traemos a escena un Arlequín, de Cézanne. Y qué mejor que verlo en acción, como personaje de un divertido argumento, con sus habituales compañeros de reparto. Así, lo devolvemos a la comedia del arte, de donde Cézanne lo sacó.
   En Gernika en el Guernica, en fin, olvidaremos la risa, que en el teatro, como en la vida, habita junto al llanto...

Adenda: en el libreto de UNA OBRA DE ARTE, aguardan todavía su oportunidad de retornar al escenario La derelitta, La Pietá y Las Hilanderas. Algún día quizás volvamos a verlas hechas carne y hueso de actores y actrices.