ESPAÑA,
A TODA VELA
Ojalá
no fuera cierto, cómo me gustaría que al escribir estas letras tan solo
estuviera evocando un sueño o dando vida a una ficción. Pero sucedió el sábado 6 de junio en una localidad
costera de Cantabria y yo mismo lo presencié, así que no hay invención que
valga. Lo que voy a contar es lo que pasó.
Estábamos en un restaurante y una camarera
se acercó a nuestra mesa a cantarnos el menú. “De primer plato hay natillas”,
dijo en un repente. “¿Natillas de primero? Mejor empieza por el postre.
¿Paella, quizá?,”, le replicó, con la retranca de un gallego, pese a que no lo era, uno de los comensales.
La chica se percató de inmediato de su equivocación y enseguida nuestras risas
se sumaron a la suya, que sonó natural y llena de frescura. Esa fue la parte
divertida de nuestro encuentro.
“Yo a ti te conozco. ¿Tú no estudiaste
Ingeniería de Obras Públicas?”, le preguntó ella poco después a quien había
bromeado con su error, mientras le servía con diligencia su plato.
El interpelado la miró con curiosidad,
intentando reconocerla. Escaso tiempo de bucear en su memoria le costó dar con
su identidad. En efecto, habían cursado la misma carrera, de eso hacía pocos
años.
“¿Una ingeniera, de camarera?”, tercié yo en
aquel diálogo, como si no pudiera creer lo que oía.
Ella había renunciado a su profesión, tras
recabar trabajo en muchos sitios sin resultado.
“No consigo entenderlo”, me oí decir, y no
sé si primaba en esas palabras el desconcierto o la indignación. Aquello era
una imagen de gran plasticidad y, al tiempo, de un enorme despropósito.
“Pues yo sí lo comprendo”, me contradijo el
ingeniero de obras públicas que se sentaba entre nosotros. “Será porque llevo
años en paro”, añadió con una sonrisa que no me pareció risa.
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