domingo, 30 de diciembre de 2012


2013

Como veis, no he incluido en el título de este artículo la palabra próspero antes de la cifra de 2013. No ha sido un descuido. No me he atrevido a usar tal adjetivo, aunque esa omisión suponga contravenir un rito consuetudinario en estas fechas.
   Ya sé que podría haber forzado el lenguaje, a fin de expresar mi mejor voluntad para con los demás. Pero ¿cómo hablar de prosperidad, así sea como anhelo, con la que está cayendo? Cuando la distancia entre la realidad y lo que se desea resulta insalvable, las buenas palabras se convierten en hueras cáscaras vacías que solo transmiten nada.  
   A ver si salimos de esta, me dan ganas de decir por toda felicitación para el nuevo año, y con el menor daño, que es tanto como desear que nuestros mandamases no se salgan con la suya. O, lo que viene a ser lo mismo, que no se aminore la capacidad de lucha, antes bien, que se incremente hasta que nuestras voces acaben con el consabido reparto de sufrimiento en que han convertido la acción de gobernar (Curioso reparto este en que los sacrificios van a parar siempre a los mismos).
   Vamos a precisar de mucha solidaridad y espíritu de resistencia para salir de la quema y dejar, al menos, sin fósforos a los que incendian nuestras vidas. Pues que tengamos mucho de eso os (nos) deseo para 2013.

jueves, 27 de diciembre de 2012


MERLUZA CON GULAS

Eran otros tiempos. Cuando llegaban las navidades, en las casas olía a maravilla. A mí, al menos, esas fechas me entraban, sobre todo, por el olfato. El humo de las chimeneas traía consigo el anuncio de sabores ajenos a la vida cotidiana. Lo que no se podía comer habitualmente estaría en las mesas los días de fiesta y podríamos saciar nuestro apetito casi sin tasa.
   En mi caso, aún hoy no he olvidado un pollo relleno con su guarnición de patatas doradas que cocinaba mi padre, quien solo en ocasiones señaladas se ponía ante los fogones. Cuál será la fuerza de ese recuerdo cuando me confieso incapaz, tantos años después, de no elegir en la carta de un restaurante el gallo, si es de corral, como eran aquellos, pintureros, cuya dieta se hacía de lombrices y semillas silvestres antes que de pienso (y, sin embargo, quizás porque la realidad  nunca compite en igualdad de condiciones con el ideal, nunca me saben igual).
   Vinieron luego décadas de abundancia, donde ya no fue preciso aguardar a grandes festividades para satisfacer el hambre e incluso los platos antaño tan valorados pasaron a segundo plano en el imaginario colectivo. Una época que parece estar tocando a su fin. Las vacas, de nuevo flacas para la mayoría, apenas tienen ya fuerzas para mugir.
   A lo mejor (o sea, a lo peor, pero respetemos la frase hecha) hemos de volver a esperar a días especiales para llenar la andorga. Disculpadme la licencia, pero, aunque no fuese (ojalá) ese el caso, y solo se tratara de salir de mal año, quisiera regalaros la receta de la merluza con gulas. La tengo por antidepresivo eficaz y, aun cuando no lo fuera, es cosa segura que satisfará al estómago.
Se fríen patatas un poco más gruesas que para tortilla. Se ponen en una fuente y encima se coloca la merluza abierta y sin espina (previamente salada por ambos lados, a gusto del consumidor), con la piel para abajo. Sobre ella así dispuesta se vierten el aceite de freír las patatas y un poco de pimentón y se le añade, también, un poquito de agua, y al horno, que aguardaba ya caliente, diez o quince minutos.
Las gulas se preparan aparte, cuando ya casi esté hecha la merluza. En una sartén, en un poco de aceite se dora ajo, se retira y se echan las gulas y una guindilla picada: se deja un minuto y se vierte sobre la merluza. Después de un par de minutos, se saca del horno.
   Que la disfrutéis.

domingo, 23 de diciembre de 2012


MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS (SEGUNDA PARTE)

¡Si se nos apareciera el oso...! El guarda del bosque de Muniellos acababa de decirnos que le había desbaratado las colmenas en cinco ocasiones y noté en la mirada de Beatriz lo mismo que ella debía de estar percibiendo en la mía, la esperanza de que aquel día nos deparase un encuentro afortunado. No queriendo retrasar un punto esas expectativas, nos adentramos en la fronda. Enseguida todo fue un pasillo alfombrado de hierba, mullido por hojas amarillas, sinuoso entre una vegetación desbordante. Desde entonces, siempre nos sentimos en compañía de los árboles.
   A veces, unían sus ramas en la altura para formar una bóveda sombría y húmeda, y demorábamos el paso y experimentábamos una agradable sensación de frescura. Verdaderas esculturas vivientes, asimilables a seres existentes, unas, o caprichosas concesiones a la imaginación, las más, salían de la espesura a retener nuestra prisa. La figura decadente de algún tronco seco nos remitía a la herida del rayo, en una noche de resplandores y bramidos.
   Como contrapunto a esa feracidad, aparecían de cuando en cuando calveros de piedras, recalentados por el sol y estériles. Pero enseguida el bosque volvía por sus fueros y lo invadía todo, dejando solo libre la senda, y con reparos, pues árboles caídos obstaculizaban el camino y nos obligaban a practicar rudimentarias escaladas.
   Atravesamos elementales puentes de madera. Desde uno de ellos, que solo ofrecía como soporte para manos y pies dos travesaños paralelos y aéreos, Beatriz orientó mis ojos hacia el riachuelo, casi sedentario bajo nuestras figuras colgantes: la silueta de una trucha se dibujaba, huidiza, sobre el lecho de arena.
   Fuimos subiendo alturas y perdiendo sombra. Ya muy arriba, la vista ganaba en profundidad y lejanía. Un manto de robles crecía como hierba, reverdeciendo laderas, valles, lomos de montañas que se sucedían hasta más allá del horizonte.
   La primera laguna nos sorprendió tras una revuelta del sendero. Surgió sin previo aviso, cobijada en la base de un circo rocoso, embellecida por una pequeña isla verde. Creo recordar que en sus aguas calmas flotaban nenúfares. Nos dejamos caer en un espacio libre de arándanos y, mientras comíamos frugalmente, yo traté de poblar la soledad de aquel paraje con relatos legendarios de osos merodeadores, de ciervos que braman su celo, de manadas de lobos al acecho.
    Describía con un entusiasmo matizado por la fatiga cuando observé que los ojos de Beatriz se mantenían abiertos únicamente por un denodado esfuerzo de su voluntad. Entonces recordé lo aprendido en una de las coplas andaluzas de la rueda. Por si estaba soñando conmigo, la acuné con mi silencio y la dejé dormir.


NOTA- Ojo, nadie entra en Muniellos sin autorización escrita.

jueves, 20 de diciembre de 2012


MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS

Remontando el curso del río Narcea, en dirección oeste, por las Asturias del interior, llegamos a Cangas. Sin embargo, nos guía otro afán, y en su busca continuamos por la carretera que conduce a las minas de Rengos. Antes de alcanzarlas, donde la calzada dispara un ramal a las alturas del puerto del Connio, lo enfilamos para abandonarlo después, ya en el pueblecito de Moal.
   Entonces nos internamos por un camino de tierra, donde cedemos el paso a las vacas que salen al pasto, mientras resuenan en nuestros oídos los ladridos vigilantes de los perros de aldea o las imperiosas voces de mando del pastor, apenas un zagal, de trasero remendado y ojos vivos.
   Luego ya solo es el eterno monólogo del río, abroncado e insurgente unas veces, otras remansado y casi inaudible, siempre transparente, como si diese continuidad al aire; a ese mismo aire que nos trae la silueta de un pájaro, la conversación lejana, pero nítida, de algún campesino, el ruido del azadón en su encuentro cotidiano con la tierra.
   A cada momento tememos el golpe seco de una piedra que, al chocar contra los bajos del coche, interfiera en los cantos de las aves. Atendemos al frente de la vereda, no vaya a ser que aparezca otro automóvil y nos plantee el problema, que se nos antoja irresoluble, de que en el espacio ocupado por uno quepan dos. Cuando finalmente las montañas estrechan tanto el valle que en su fondo solo hay cabida para el carril y el río,  contemplamos el anuncio de nuestro destino. Está tallado en madera, como para no desentonar con el bosque que tupe las laderas y sube cumbres, y dice “Bosque de Muniellos”.
   Es mi santuario. El lugar oculto elegido para sentirme tierra, árbol, nube, lago. Le llevaba a Beatriz, por ver si la contagiaba y nos uníamos también en el culto panteísta a la naturaleza.

Post scriptum- Lea la próxima entrega quien desee entrar con nosotros en Muniellos. Aunque una cosa os advierto: si lo hacéis, os resultará insoportable la idea de no verlo con vuestros propios ojos.

domingo, 16 de diciembre de 2012


UNA LECCIÓN AFRICANA

A veces sale de mi memoria un hombre azul. Está ahí desde hace tiempo. Un día de verano apareció en la puerta de una casa, en un poblado aislado en medio de la nada. A cambio de 25 dirhams, nos sirvió de guía por caminos que eran solo rodadas de vehículos dibujadas en la tierra, entre camellos que pastaban una hierba invisible. Nos enseñó a no embarrancar cuando topábamos con la arena, y si, pese a sus orientaciones, el coche quedaba atrapado, siempre era el primero en ponerse a liberar las ruedas. Gracias a su auxilio, logramos alcanzar las dunas doradas de Merzouga (Marruecos) y salir luego de aquel territorio desértico. La casualidad quiso que, al despedirnos, encontrásemos a unos amigos catalanes que iban a hacer el recorrido inverso y que lo contrataron cuando nosotros lo dejamos. Todavía lo estoy viendo, diciéndonos adiós con la mano y esbozando una  sonrisa en sus dientes cariados.
   Algunos volvieron un año después y a su retorno a España refirieron que habían contado de nuevo con sus servicios. Los llevó, durante una semana, a lugares recónditos, inexplorados por los turistas, que los cautivaron. Al culminar aquel periplo prodigioso, se dieron cuenta de que habían cometido un error, pues no habían concertado el dinero que habrían de darle, y, por tanto, podría pedirles lo que quisiera. Su sorpresa fue mayúscula porque, al preguntarle a cuánto ascendía lo que debían pagarle, les contestó que nada, pues los consideraba sus amigos.
   En vano arguyeron que aquel era su único medio de vida. Cuando se convencieron, tras mucho insistir, de que no iba a admitir un solo dirham por su trabajo, sacaron del coche las maletas, las abrieron y le rogaron que tomara cuanto apeteciera, pero obtuvieron la misma respuesta, un no cortés y afectivo.    
   Fue uno de esos momentos en que te apetece franquear tu puerta y darlo todo. Justo lo contrario de lo que se está haciendo ahora con quienes llegan aquí sin más equipaje que su esperanza.

jueves, 13 de diciembre de 2012


LO QUE NOS DICEN

No sé qué nombre podría dársele a un estado de ánimo que oscile entre el pasmo y la indignación, pero que ignore cómo llamarlo no evita que lo experimente con frecuencia.
   Sin ir más lejos, cuando leo que nuestros jóvenes emigran por afán de aventura. O que se elimina la asistencia sanitaria gratuita a los inmigrantes sin papeles para evitar el turismo sanitario. O que reduciendo el subsidio de paro se fomenta la búsqueda de empleo. O que facilitando el despido (Reforma laboral) se favorecerán nuevas contrataciones. O que con una amnistía fiscal Hacienda recaudará mucho dinero. O que privatizar la sanidad pública no es privatizar la sanidad pública. O que se hable de combatir el fracaso escolar y a la vez se incremente el número de alumnos por aula. O que, o que, o que.
   Si al menos fueran extraterrestres los autores de semejantes declaraciones, aún podría entender que digan lo que dicen. Lo suyo serían, entonces, meteduras de pata fruto del desconocimiento. Como confusiones inocentes, es posible que  hasta nos provocaran la risa.
   Sin embargo, no estamos regidos por alienígenas, aunque en otra galaxia sí que están. Y no quiero decir que vivan en un despiste permanente. Es que en sus vidas no hay  paro, y para colegios ya están los de pago y para hospitales los privados. Ningún banco  llama a su puerta para desahuciarlos, ni se topan con inmigrante desprotegido alguno.
   En su reino, que no es de este mundo, no existen las cuitas que afligen a buena parte de los españoles, que estamos ahí únicamente como números que no acaban de cuadrar. Quizás piensen, entonces, de nosotros como Bernarda Alba, aquel personaje de Federico García Lorca, de los pobres, que, según ella, parece como si estuvieran hechos de otra sustancia.
   Seguramente por eso, además de apalearnos con sus recortes, lleguen a creer que somos burros y que pueden hacernos comulgar con ruedas de molino.

sábado, 8 de diciembre de 2012


MIRADAS FOTOGRÁFICAS

De niño, me gustaba mirar cromos que eran imágenes de sitios lejanos. De esas estampas salían a colmar mi curiosidad infantil entes fabulosos. Gracias a ellas,  supe de la existencia de la torre Eiffel, las pirámides de Egipto, la Gran Muralla, los rascacielos de Nueva York. Y fueron mi primer contacto con la diversidad del género humano, cuya piel no siempre era pálida como la mía, ni usaba de la misma vestimenta o vivía de igual forma que yo.
   Allí, en aquellas postales, estaba la única manera a mi alcance de conocer el mundo.
   Ahora que soy mayor, me sorprende que siga habiendo gente que continúe viendo la realidad a través de una cámara.
   Son esos turistas que se gastan un dineral en ir de acá para allá y sólo ven los países que visitan a través de un objetivo fotográfico. Naturalmente, no me refiero a quienes utilizan esas artes para inmortalizar con un documento gráfico que estuvieron ahí. Hablo de los que actúan compulsivamente, aquellos que, cuando miran a su alrededor, solo buscan  grabar, no en la memoria, sino en el móvil. Y no se ponen a ver de verdad hasta que, de regreso a casa, repasan las fotografías que han hecho.
   Todavía si les sucediera lo que a aquel personaje de un cuento de Cortázar, que se encuentra con que sale de su proyector una realidad diferente a la que había enfocado...  O como a mí de pequeño, que fantaseaba con el contexto de cada imagen, precisamente porque no lo conocía, y eso me permitía soñar. Pero ni una cosa ni otra. Ellos se han convertido en documentalistas inútiles, que repiten lo que ya muestran las páginas de libros de arte, aunque, generalmente, empeorando la calidad. Y encima, han desestimado la posibilidad de observar in situ, que siempre requiere de un tiempo superior al del enfoque y el clic del pulsador. Se llevarán la reproducción exacta del objeto, sí, pero han perdido la ocasión de emocionarse cuando lo tuvieron delante, y de recordar, después, acaso con un temblor, ese momento.
   Me molesta tener que sortearlos cuando hacen la foto, pero, sobre todo, me dan bastante pena.

miércoles, 5 de diciembre de 2012


SALVADOS ESTAMOS

La T.V. no sería lo mismo si le faltase “Salvados”. Sin ese espacio, su territorio se me antojaría aún más hostil.
   El periodista habla a menudo con gente que tiene mucho que decir -y a la que ningún medio suele, no obstante, requerir- sobre asuntos que preocupan a la mayoría social.
   Pero, sobre todo, me gusta cuando entrevista a personajes de la vida pública, a los que baja del Olimpo y sitúa a pie de calle.  En este programa, que prescinde del plató, el escenario son las aceras que se caminan o el lugar donde el sujeto ejerce su actividad,  el propio domicilio, incluso. De esa manera, el contexto pierde rigidez, se desritualiza y se gana en cercanía. Simultáneamente, el preboste, pierde su coraza, la protección que habitualmente le ofrece su pedestal. Más todavía cuando el diálogo se aborda sin formalismos y no desdeña el presentador, que viste corriente y sin corbata y no anda nada envarado, el tuteo.
   El espectador tiene al entrevistado ante sí desnudo de artificios, revelándose tal cual es. Paradójicamente, produce una cierta sensación de irrealidad el ver a alguno de esos individuos que gobiernan nuestras vidas teniendo que responder a preguntas incómodas en un tú a tú que les impide –les dificulta, al menos- el recurso al subterfugio o al despiste, tan frecuentes en otros formatos, como las ruedas de prensa. Sentados en un banco, andando un parque, les oímos decir lo que diariamente callan, forzados por preguntas nada diplomáticas.
   Les aprieta las tuercas Jordi Évole, atrevido aunque no pierda la compostura; sosegado pero incisivo, hurgando en la herida sin abandonar el tono afable ni alterarse. Por toda hemeroteca porta una tableta, cuyos textos e imágenes sacan (o deberían sacar) los colores a más de uno.
   Al final, uno, al menos me pasa, se queda con la refrescante sensación de que se ha abierto una ventana. Y el aire que ha entrado ha hecho caer una mordaza.
   Deben de tener ese programa los poderosos en su lista (los oligopolios de las eléctricas, por ejemplo, ya han protestado). Yo lo he apuntado en la mía. Justamente, para que no se me olvide encender el televisor los domingos a las 21.30, en LaSexta. 

sábado, 1 de diciembre de 2012


ÚLTIMAS IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES

En Canden Market, paseamos una calle de casas bajas, todas comercios. Es muy larga y se abre a numerosas bocacalles, llenas de tenderetes. Los puestos se multiplican aún más en el interior de ciertos edificios o en algún recinto sin techar. La intrahistoria londinense nos sale de nuevo al encuentro, mayormente en forma de ropa (de segunda mano, de imitación, artesanal...) y gente, mucha, en busca de algún chollo. En procura de emociones fuertes, nos metemos en una tienda gótica. Procuramos no hacer gestos ostensibles de sorpresa, por no llamar la atención. Era como si estuviésemos en un teatro y nos reserváramos el papel de espectadores. Sin embargo, no pudimos evitar ser nosotros los actores. La pinta extravagante era la nuestra, tan fuera de lugar que, por rara, concitaba el interés del público. En el Globe, en cambio, la que actuó fue la guía. Mientras ella peroraba en inglés, centré mi atención en ver el local con solo mis ojos. Es una reconstrucción tan perfecta del teatro original que por momentos siento a  Shakespeare sentado en la grada a mi lado, y me imagino mirando lo que él miró. Cuando mi grupo se alborota, supongo que me pierdo algo interesante y entonces atiendo a la mímica de nuestra cicerone y descubro detalles que me habían pasado inadvertidos (también es posible que recree lo que dice, o sea, que me lo invente). Procuro sonreír y asiento, como hace el resto, más que nada por no desairarla. Me prometo releer “Hamlet” tan pronto llegue a casa. No obstante, a algún amigo moderno le hablaré de la Tate Modern. Es admirable esa central hidroeléctrica reconvertida en museo, se pierde uno en su inmensidad, y no solo físicamente. Yo, al menos, también me quedo desorientado ante algunas obras expuestas, no sé darles el mérito que deben de tener para estar ahí, es más, me choca que estén ahí. El palacio de Buckingham sí se encuentra en su lugar. Allí los equivocados somos nosotros y la multitud que nos flanquea. Si no fuera porque hemos visto al gentío agolpado ante las verjas y consultando el reloj, no hubiéramos supuesto que iba a producirse el relevo de la guardia real y nos habríamos ahorrado media hora de espera vana al frío de noviembre. Ya podía Su Graciosa Majestad haber ordenado al  personal de servicio que advirtiese al público expectante que no tocaba hoy el ceremonial de bailoteo y vocerío con que unos soldados ceden su puesto a otros … Tentado estuve de presentar una queja  en la sede de nuestra legación diplomática. Solo me contuvo recordar que el embajador es Federico Trillo. No es santo de mi devoción y sabía que, si me acercaba por allí, sería incapaz de callar mi desagrado con que ejerza ese cargo. Y no era plan, porque en el empeño casi seguro que perdía el avión de vuelta.

miércoles, 28 de noviembre de 2012


IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES (3)

A mí, particularmente, el Soho y el barrio chino son de lo que más me ha gustado de la ciudad. Los grandes monumentos –el Parlamento Inglés, la catedral de San Pablo, la Torre de Londres, la Abadía de Westminster…- me pareció que los tenía muy vistos, como salidos de las postales que los reproducen, y demasiado perfectos, como si hubieran sido tratados con photoshop. Ya se sabe que a los provincianos nos pasan esas cosas. Puede maravillarnos lo monumental, pero nos atraen como la miel a las moscas las distancias cortas. Tenemos querencia por lo cercano, que enseguida se nos vuelve entrañable. Siento esa proximidad en el mercado de Borrough, deambulando a mis anchas entre productos de huerta y tenderetes de comida para consumo inmediato, aunque también haya restaurantes cerrados, tan bulliciosos en su adentro como lo es su afuera. Las verdulerías destacan por los cuadros que diseñan a partir de sus hortalizas. Un tomate siempre es un tomate, pero con muchos tomates puede el dependiente poner a prueba sus dotes artísticas. Recuerdo, todavía extasiado, una combinación en círculo de esos frutos, de distinto tamaño y variedad cromática (amarillentos,  rojos, verdosos...). Era imposible pasar sin detenerse y no ceder, además, a la tentación de felicitar efusivamente a su autor. El olfato nos arrebata de una tiendecita y nos conduce a otra, a otras, y apetecemos de todo. No hay oferta que falte, en comida para engullir de pie o paseando. ¡Mira tú dónde fuimos a dar con raciones de paella! (pronuncian como doble l la ll, sin experimentar vergüenza alguna aunque hablen mal, al contrario que nosotros, siempre tan temerosos del ridículo, prefiriendo callar a meter la pata). La bebida que nos sale al paso es tan variada como la comida. Nunca imaginé que pudieran existir tantas clases de zumos o que el vino lo vendieran por copas, sin que fuera en un bar. Miel y confituras, pasteles y tartas atienden a las necesidades de los golosos: por tentarte, te alargan una bandeja llena de exquisiteces. Los únicos ojos que no brillan aquí de gula son los de los peces, que escenifican una mirada fría e inexpresiva, de naturaleza muerta, desde sus cajas en las pescaderías. Ante uno de esos establecimientos, pasamos a engrosar una cola  interminable, aunque nos disuada de cualquier queja la cara que se les pone a quienes nos preceden  cuando, tras alcanzar su turno, obtienen el preciado manjar que preparan delante mismo del público: una torta de pan muy fina hecha cucurucho, cuyo interior encierra gambas, verdura picada, trocitos de pescado y una salsa especiada. Con ese sustento y los ojos ahítos de ver, ya hemos acumulado la fuerza suficiente para despegarnos de este edificio de fábrica antigua y una  sola planta a ras de suelo y salir en procura de nuevas venturas.

sábado, 24 de noviembre de 2012


IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES (2)

Ser turista, aunque sea accidental, resulta agotador. No es que uno se canse de ver, es justo lo contrario, que le entran  ganas de verlo todo, para lo que debe andar el día entero. En tales circunstancias, apetecerá cada vez más el sillón de orejas que lo esperará a la vuelta de Londres. En medio de esa contradicción constante vivo unos días, sin punto de reposo. El Museo Británico podría serlo del mundo. Veo momias egipcias, el famoso juego real de Ur, tallas africanas, la máscara de mosaicos azteca de Texcatlpoca... El relieve asirio de la leona herida, incapaz de levantar sus cuartos traseros, me conmueve especialmente.  De pronto caigo en la cuenta de que nada está donde debería estar. Hasta al Partenón lo han dejado sin el friso de su frontón, que cuelga de las paredes de una de estas salas. No acabo de entender que, en lugar de proceder a ocultar el fruto de un expolio (de muchos expolios), se haga de él (de ellos) orgullosa exposición pública. Me da por acordarme de la cueva de Altamira y tiemblo con efecto retroactivo. No peroré sobre eso en Hyde Park, subido a un cajón, porque ese día no había nadie que lo hiciera, y no era cosa de significarse tanto. Tampoco disponía yo de ningún cajón. Hyde Park es casi inabarcable. A lo mejor fue que nos distrajimos mucho con las monerías confianzudas de las ardillas o admirando árboles que desafiaban, dispersos en la amplitud del césped, cualquier sentido de la medida, pero fueron pasando las horas y no era para quedarse extraviado en las veredas cuando llegó la oscuridad. De noche, mejor perderse por las callecitas del Soho, de casitas de poca altura y ambiente gay y cosmopolita. Está a tope de restaurantes, locales para alternar y teatros, aunque también hay bombonerías (Lo recuerdo muy bien porque entramos en una y el chocolate era exquisito y el clavo, cuantioso). Cenamos en una pizzería, sentados ante una barra adosada a una gran cristalera, tras la que no cesan de pasar transeúntes. Ellos nos miran y nosotros los miramos. Como hemos leído que esta zona es hábitat del artisteo y la bohemia, los observamos con curiosidad, y no será hasta después cuando pensemos que tal vez sean, también, turistas (incluso alguno tenía cara de francés). El barrio chino es otra alternativa. La única pega  es pensar que, luego de visitarlo, ya no valdrá la pena viajar a China (con las ganas que tengo), que ya está ante ti. Lo dicen los farolillos rojos que sobrevuelan las calles, y las lavanderías, supermercados, peluquerías, farmacias, con clientes chinos y dependientes que también lo son. Me quedé deslumbrado viendo cómo, al otro lado de una vidriera, unos cocineros elaboraban, a la vista de los paseantes, bolitas de carne. Trabajaban a un ritmo vertiginoso, con limpieza y eficiencia, sin levantar la vista (les daría algo si nos viesen, a los pasmados, escrutándolos sin disimulo alguno).
                      (Continuará...)


miércoles, 21 de noviembre de 2012


IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES (1)


En las calles de Londres he visto que siempre hay, no importa si es de día o de noche, alguien que arrastra una maleta. Las maletas suelen ser pequeñas, de esas que caben en las cabinas de los aviones, y llevan ruedas. A eso del mediodía es muy frecuente ver a gente que, mientras camina, come, sin el más mínimo recato ni sentido del pudor. Los ingleses muy a menudo dicen sorry, casi podría pensarse que buscan ocasiones que justifiquen la pronunciación de esa palabra. A lo mejor no se tropezarían tanto si no formase parte de su vocabulario (pero esta suposición no deja de ser una maldad). Si te subes a un autobús, que son casi siempre rojos y a menudo de dos pisos, es fácil que el conductor sea negro o indio (de la India, no americano) y que aproxime tanto su vehículo al que va delante en una parada o un atasco que resulta muy difícil al viajero no prepararse físicamente para un choque inminente (o sea, exhalar un grito leve, experimentar un aumento súbito de pulsaciones, agarrarse a donde se pueda). En algún taxi, sería de tontos no regatear cuando el trayecto es largo: a nosotros nos bajaron 20 libras (de 120) para ir al aeropuerto de Stansted (volábamos con Ryanair). Por cierto que la cola para conseguir un asiento en el bus de bajo coste que nos había traído desde el citado aeropuerto a la ciudad nos hizo dudar de que estuviéramos en suelo británico, o quizás nos llevó a verificar que en todas partes cuecen habas: durante alrededor de una hora hubimos de soportar una temperatura gélida, mientras esperábamos asiento en una aglomeración bastante desorganizada. El frío de noviembre es intenso, particularmente cuando se combina con el viento racheado, que aprovecha cualquier resquicio en la vestimenta para no dejar a salvo ni el tuétano de los huesos. Viene a cuento esta digresión meteorológica porque sirve para constatar la resistencia a las bajas temperaturas que han desarrollado los nativos. En la City, por ejemplo, topamos con cantidad de ejecutivos que salían en fuga de bancos y oficinas de grandes empresas (era la hora del almuerzo frugal), muchos a cuerpo gentil, trajeados en tela fina y, algunos, a mayores, con un abriguillo corto y desabrochado. Y la piel que asomaba a las mujeres por el escote no era de gallina. Siempre he admirado en los súbditos de Su Graciosa Majestad (que enseguida tendrá su papel en esta historia) su fino sentido del humor. Desde ahora, he de añadir otro motivo más para calibrar sus méritos, esa fortaleza física que, con independencia de su envergadura, los vuelve imperturbables a las inclemencias con que castiga el cielo su atrevimiento por vivir tan en el norte. A lo mejor, pero no estoy muy convencido, es el té lo que los calienta por dentro y por eso yo, que salgo de Londres sin catarlo ni siquiera a las cinco de la tarde, andaba por allí tan aterido. Pero lo que tenía pensado contar desde el principio es que he descubierto que los ingleses hablan inglés. Esto, que a primera vista podría parecer una perogrullada, deja de serlo si se considera la aviesa intención que me guía al enunciarlo. En efecto, quiero decir que otras lenguas las ignoran o por lo menos se comportan como si no las conocieran.  Me replicarán que quién lo fue a contar, y no les falta razón, pues soy uno de esos españoles que solo  entiende a los demás en español, pero es que yo a ellos los creía más estudiados. Aunque, ahora que caigo, en su caso la falta de un interés ostensible por el bilingüismo tal vez venga dada porque su idioma ha devenido en una forma peculiar del esperanto, un medio de comunicación universal. Pese a lo que se oiga, la comida en Inglaterra es buena y variada: siempre puedes echar mano de un restaurante chino o de un italiano, por ejemplo. No hace falta dejar propina, es más, si la dejas te pasas de listo (o, más bien, de bobo), porque ya te la incluyen en la cuenta, y ronda el 12,5 % del total de la factura.
                    (Continuará...)

sábado, 17 de noviembre de 2012


“TIEMPO DE VIDA”, de Marcos Giralt Torrente

Siempre me asalta la misma duda. No sé si llamar novela a este tipo de literatura, que remite a la vida real del autor. No ignoro que este, de alguna manera, se transforma en personaje literario, e igual ocurre con su entorno, alterado por la perspectiva o el sentir. Pero si lo que predomina es la intención de reflejarse, tal vez fuera preferible catalogar a estas obras como relatos autobiográficos novelados.
   “Tiempo de vida”, escrita en primera persona, con un estilo directo, de frase breve, es un texto intenso. En ocasiones, la concisión se desborda y tras el punto y aparte solo aguarda una palabra, que reclama para sí todo el espacio y la atención. O, por el contrario, usa de estructuras reiterativas, sirviéndose, insistente, de la anáfora. Pero el lirismo, más que en el lenguaje, se concentra en la sustancia de lo narrado, la relación del autor con su padre, separado de su madre, y, por tanto, aunque no totalmente, de él mismo, en un antes y un después de que el progenitor se vea afectado por una grave enfermedad.
    En ese recuerdo de lo que fue, impera el discurso cronológico, con alguna mención anticipatoria de su final. La cronología se amalgama con el fragmentarismo, lo que siente se trasluce en las anécdotas seleccionadas, que son como breves pinceladas de sus encuentros o desencuentros con el padre, cómo le afectan. Pero también hay lugar para  interludios que ofrecen interpretaciones, datos, momentos para la introspección o, incluso, reflexiones casi filosóficas. Lejos de ser percibidos estos incisos como obstáculo para el desarrollo de la trama, son un medio para profundizar en ella.
   En un relato tan íntimo, las referencias contextuales pasan a segundo plano, son rápidas y hacen ver cómo vivieron hechos trascendentes los protagonistas. La misma razón justifica la escasa importancia que adquieren los personajes secundarios, salvando, en buena medida, a la madre y, en la última parte, a “la amiga que (su padre) conoció en Brasil”.
   Hay una confesión, un desnudarse del alma a través de los hechos contados, que sitúa al lector ante al narrador y su padre. Parece una cuestión meramente personal, suya. Si solo fuera eso, el lector sería una especie de voyeur literario, que se acercaría al libro con afán de hurgar en las interioridades familiares del autor. Pero el interés, a medida que nos adentramos en el texto, se revela otro, que lo trasciende y lo engrandece: incide en un tema, las vivencias en la relación paterno-filial, que a todos afecta. Seguramente por eso me ha emocionado tanto, sobre todo la segunda parte, más honda, más profunda, pese a su admirable sentido de la medida, a su contención. Creo que si hubiera llegado a llorar –a lo mejor se me ha escapado alguna lágrima- lo haría mansamente, no con un llanto incontenible. Conmovido más que sentimentalmente desbordado. 

jueves, 15 de noviembre de 2012


LA HUELGA GENERAL

Ayer, 14 de noviembre (14N), fue un día diferente a los demás. Se me hizo extraño no entrar en el supermercado, ni detenerme ante el quiosco a comprar el periódico, pasar de largo por la panadería, no hacer un alto para tomar un café en una cafetería, arreglarnos con lo que había en casa.
   Lo peor, cuando sucede lo malo, es hacer como si no ocurriera nada. Había que paralizar la vida, precisamente para que no se paralice la vida: para que no se quede parado el que todavía trabaja, o el que ya lo está pueda emprender al fin el camino hacia alguna fábrica, colegio u hospital. O para que no acabe definitivamente inmóvil alguno de quienes se quedan sin piso.
   Me he sentido muy bien dejando de circular por las aceras para tomar la calzada, sumando mi voz a un grito que no salía solo de las gargantas, que se hacía también de pancartas que hablaban por quienes marchaban en silencio, de mucho pito y mucho tambor, de tanta gente como había.
   Éramos una marea humana, que avanzaba por calles y avenidas y clamaba desde el silencio de las máquinas o las aulas y los despachos, y llevaba consigo y dejaba tras de sí un mensaje comunal y compartido, solidario y reivindicativo.
   Los que están enfrente, del otro lado, en las alturas, ¡qué solos se deberían de sentir! ¡O que mal acompañados! ¿Se harán, también, los sordos, para no escuchar y cambiar el rumbo?

lunes, 12 de noviembre de 2012


DESAHUCIO DE LA VIDA

   Se llamaba X. Era un personaje anónimo, fuera de su pueblo no se le conocía, hasta que se murió. No murió porque le hubiese llegado su hora, de viejo o porque una enfermedad hubiese dado término a su camino, ni siquiera por un desgraciado accidente, sino porque anticipó el momento en que le correspondería morir.
   Indigna pensar que el suicidio de X podría haber sido evitado. Habría bastado algo tan simple como un poco de humanidad.
    Pero la banca carece de entrañas. Sus balances y sus cuentas no se nutren de actitudes compasivas, la solidaridad social es un concepto que le resulta ajeno. En cambio, asume de buen grado que todos paguemos sus débitos.
   Desde hace unos días dicen que van a cambiar la ley de desahucios, pero por qué no lo hicieron antes. Cuentan que data de hace un siglo. ¡Cuánto tiempo tuvieron! Tal vez si la hubieran modificado, entonces X no se habría sentido empujado a cerrar sus ojos para siempre. Todavía tendría unos cristales a través de los que mirar la calle, estaría dentro y no fuera, expulsado, sin casa, como otros trescientos cincuenta mil en los últimos años de España.
   P. E. No he escrito nombres, aunque eso no significa que no los tuvieran. Eran exactamente como uno cualquiera de nosotros.

martes, 6 de noviembre de 2012


PLASENCIA, EVOCADA

Suele suceder los días de sol.
   A veces experimento la sensación de que no dejé Plasencia, es más, me da la impresión de que seguiré allí para siempre. En tales momentos me vienen a la mente, sin orden ni concierto, quizás por lo poético de sus nombres o por el encanto de su trazado, la calle Blanca, las del Sol y el Verdugo, la Rúa Zapatería, el Cañón de la Salud o el Resbaladero de las Capuchinas. Entonces es como si emprendiese un paseo ideal y fragmentario, hecho de retazos.
    En ese vagabundeo por los recovecos de la memoria, me detengo de cuando en cuando a admirar el detalle que descubría antaño en un monumento y que se me había pasado por alto en otras ocasiones. Pueden ser las cinco rosas en el escudo que corona el balcón partido de la casa del Deán o el pensil que llama a la mirada desde lo alto de los muros del palacio de Mirabel. Tal vez sea el abuelo Mayorga, que amaga con tocar las campanadas en la torre del Ayuntamiento, o el atrevimiento de un relieve de la sillería del coro de la catedral nueva.
   Ante  la fachada plateresca de ese templo me veo haciéndome de nuevo la pregunta de siempre, por qué estarán vacías sus hornacinas, qué pasó con las imágenes que debían albergar, y una vez más me propongo consultarlo a algún erudito local. No muy lejos, la casa de las Dos Torres me devuelve a la magia de los cuentos, cuando contaba a mis hijas que esa era la mansión de Blancanieves y ellas jugaban a creerlo. Y en la plaza Mayor vuelvo a ser uno más entre los que desde hace siglos acuden a Los martes  en procura de alguna fruta u hortaliza, o cualquier producto artesanal, si no es por el mero placer de sumergirse en una estética de colores y de formas.
   Con la ciudad, me asomo, en el parque de la Isla, al río Jerte, que viene de un valle de cerezos y cede a la tentación de acercarse, tal vez por capturar alguna imagen en el reflejo de sus aguas antes de perderse camino de su destino.
   Si apetezco de una vista panorámica, subiré a lo alto de las murallas o a la ermita de la Virgen del Puerto, y me sentiré, si es primavera o verano,  uno de los cernícalos primilla, cigüeñas o   vencejos que cruzan el  azul. Como ellos, en el fondo continúo allí o, mejor dicho, esa ciudad que ha de placer a Dios y a los hombres como reza en latín la leyenda de su escudo, forma parte de mis hechuras,  como recuerdo vívido, como emoción que se mantiene en el alma.
   Y es que ya lo decía Lope de Vega en uno de sus sonetos, dedicado al amor:”Quien lo probó, lo sabe”.
      

miércoles, 31 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (Y 3)
(Lea usted la 1ª y la 2ª, antes de esta 3ª y última, por no perder la perspectiva)

   Otro buen pellizco podría dársele al presupuesto del ministerio de Defensa. Están por las nubes los artificios bélicos, y si un pueblo no pretende dominar a otros y se conforma con protegerse a sí mismo, ha de sobrar mucha inversión en este capítulo. Esos sofisticados aparatos para la guerra resultan a la postre peligrosos, porque de su posesión siempre podrá derivarse la tentación de utilizarlos. Y un buen tajo a los gastos militares redundaría en el ahorro que ahora el Estado busca por otras vías (léanse recortes en educación, sanidad o subsidio de paro, por ejemplo).
   Al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios es máxima evangélica de poco uso por estos lares. En tiempo de sacrificios, nadie debería quedar al margen, la Iglesia tampoco. Es más, aunque no se vivieran momentos difíciles, no tendría que cobrar la clerecía del Estado, ni se justifica que no abone el impuesto de bienes inmuebles quien tanto edificio, y tan valioso, posee. La cantidad de dinero que se dilapida en esas y otras canonjías es, forzosamente, cuantiosa. Observe usted que no hablo de creencias, que respeto, sino de economía, de dinero que podría recaudarse sin necesidad de quitárselo a quien menos tiene.
   De corruptos andamos tan sobrados como poco provisto de fondos el Estado. Campean por doquier, como vacas sin campano. Y no faltan los casos en que no se devuelve lo cobrado indebidamente (circunloquio, este último difícil de superar). Convendrá conmigo en que dejar sin blanca a estos sujetos, por muy encumbrados que estén, redundaría  en la moralidad  y el erario públicos.
   Comprenderá que no es mi intención pergeñar un programa de reformas completo, máxime cuando no soy economista. Pese a ello, me resisto a no señalar lo obvio: también la casa del Rey y los propios políticos habrán de reducir, y muy drásticamente, sus emolumentos y costosas prebendas, para que el Estado haga caja, sin que sea a costa de los de siempre.
   Me objetará usted que no puede interferir en la política de un país soberano. Con el debido respeto, eso me parecen pamplinas. Porque, ¿qué otra cosa, si no es meterse en la política nacional, hacen cuando condicionan el rescate al cumplimiento de una serie de medidas, a cada cual más lesiva para el español de a pie? No solo pueden vulnerar usted y los suyos nuestra autonomía como Estado: es que ya  están en ello.
   Termino, no sin enviarle un burocrático saludo. Recíbalo de este firmante, que ni es ni aspira a ser su seguro servidor.

martes, 30 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (2)

Vaya por delante que, si de mí dependiera, la deuda la pagarían los deudores, o sea, los bancos, que son quienes mayormente la han contraído, y no el Estado, doblando aún más las espaldas ya muy encorvadas de la ciudadanía. Sin embargo, como preveo que no entrarán ustedes a ese trapo, y quienes se hacen la ilusión de que gobiernan España van detrás de todos los capotes que les tienden, tengan a bien cambiar, al menos, de estilo y de intenciones.
   Le haré, pues, algunas consideraciones, que ustedes podrían convertir en “recomendaciones” (tómelo cono puro eufemismo), que sustituirían a las que vienen formulando a nuestro Gobierno, y que  tanta devastación, tantas penurias, están provocando entre la población.      
   Un buen filón para recaudar fondos con que hacer frente al débito lo tendrían en quienes evaden capitales y, por tanto, impuestos. Aquí, en lugar de perseguirlos con saña y una buena tropa de inspectores, se les amnistía, como lo lee, lo acaban de hacer, por cuatro perras.
   Sume su voz al clamor de los funcionarios de Hacienda y exija que se incremente su número, que se combata el fraude fiscal en todas sus manifestaciones, que son muchas.
    La economía sumergida, por ejemplo, que no cotiza ni declara, campa por sus respetos en España. Podrían ustedes tirar de esos hilos, en lugar de machacar al contribuyente honrado.
   Y ya puesta, haga usted uso de su poder sobre nuestros dirigentes para que se lleve a cabo una reforma fiscal en condiciones, que obligue a aportar más al que más tiene.
   Luego, o antes creo yo, usted verá, están los bancos. ¿Sabe usted que, además de lujosas sedes, tienen cientos de miles de pisos confiscados a sus propietarios, que ni alquilan ni venden? Podrían habérselos arrendado a las familias a las que dejaron en la calle: aunque les cobrasen módicamente, algo más de dinero tendrían para hacer frente a lo que deben y, encima, ahorrarían sufrimiento. Naturalmente, a los banqueros habría que exigirles que respondiesen con sus fortunas de su mala gestión. Demande usted, además, que no les dejen irse de rositas o, más inconcebible aún, con indemnizaciones millonarias. Y a los que se quedan, reajústenles los sueldos.
   Fíjese si hay de donde sacar. Pero si todavía le parece poco, siga leyendo, que, mañana, encontrará más.

viernes, 26 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (1)

   Le escribo a usted, y no al presidente del Gobierno de mi país, porque lo veo tan entregado a sus dictámenes que dirigirme a él sería desperdiciar pólvora en salvas. Además, la política de recortes que se está llevando a cabo en España se produce en buena medida para rescatar a sus bancos (los suyos, los alemanes, sobre todo), que prestaron dinero a los de aquí sin considerar los riesgos que corrían (o sí, como lo prueba que les van a devolver hasta el último céntimo, aun a costa de la ruina de nuestra sociedad). Y antes de nada, quisiera aclararle que entre los paganos estamos muchos que no cedimos a los cantos de sirena con que embaucaron los banqueros a muchos ciudadanos, o sea, que no vivimos por encima de nuestras posibilidades. Lo cual, ciertamente, no nos está eximiendo de contribuir a satisfacer la deuda.
   Los dedos se les vuelven huéspedes a usted y a sus adláteres, a la hora de imponernos sacrificios para que no queden sin cobrar sus banqueros. Fíjese: nos prestan dinero para que los bancos españoles paguen a los suyos con prontitud. No les exigen a esos bancos  que abonen de su peculio lo adeudado, como sí hacen ellos con sus morosos, que se quedan sin casa si no pueden abonar las cuotas de la hipoteca. No, que hemos de ser todos los que lo satisfagamos, sometiéndonos a un durísimo plan de ajuste. Y nada les parece suficiente.
   Nos obligan a medio desmantelar nuestra sanidad pública, a empeorar las condiciones de la enseñanza, a restringir gastos en investigación y a mal atender a los dependientes. Disminuyen nuestros salarios a la vez que aumentan nuestros impuestos, se facilitan los despidos y se desboca el número de parados y no hay, como diría Quevedo, uno de nuestros clásicos, calamidad que no nos ronde.
   Y es que, por mor de sus imposiciones, que nuestro Gobierno, obediente, se esfuerza en cumplir al pie de la letra, la mayoría de los españoles somos cada vez más pobres. Créame, sin embargo, que ser más humilde no conlleva transformarse en lelo (por el contrario, existe en España un adagio que enseña que el hambre aviva el ingenio). Y somos cada vez más los que nos preguntamos por qué, si no queda otra que devolver el débito bancario, no sacan el dinero de donde lo hay sin que sea a costa de arruinar al país y de hacer pagar a justos por pecadores. Así que me permitiré sugerir unas cuantas medidas que podría usted  presentarle como de obligado cumplimiento al Gobierno de España, en la confianza de que, dados los precedentes, estos que nos están convirtiendo a todos en súbditos suyos le harán caso.
                        (Continuará...)

domingo, 21 de octubre de 2012


RECUERDO DE TEVERGA

Nunca había escrito esta historia. Alguna vez la conté de viva voz, pero ya se sabe que las palabras se las lleva el viento, y yo quiero que no se pierda en los desaguaderos de la memoria, porque es bella y, además, es comunitaria. Aunque, pensándolo bien, tal vez me expreso mal y lo que la hace hermosa es justamente el que sea colectiva.
   Quizás haya quien, leyendo estas líneas, la recuerde conmigo. Alguien que haya estudiado o dado clase en aquel centro escolar minúsculo, que no debía de superar entre los tres cursos del bachillerato de entonces –hablamos de 1984, si no me falla la memoria- el exiguo número de 60 alumnos, y que ni siquiera alcanzaba la categoría de instituto, solo era una extensión del que sí había en Grado.
   Teverga, una localidad asturiana de montaña, cobijada por la pena (peña) Sobia, a la que no le faltan su laguna y su leyenda, fue escenario de un espectáculo donde el público actuó antes de que lo hicieran los actores.
   El desencadenante de todo fue la intención de celebrar una muestra de teatro escolar, que a los profesores se nos pasó por la cabeza y que había de abrirse al pueblo. Se trataba de traer a grupos de institutos de Asturias, ofreciéndoles el pago del transporte y la oportunidad de actuar fuera de sus localidades. Cerraría la semana una compañía profesional, Margen, con una obra que volvía escenario la calle.
   Aunque el presupuesto que hicimos era muy ajustado, cómo conseguir el dinero donde no había un céntimo se reveló de inmediato un problema. Me acuerdo de que el ayuntamiento respondió a nuestro requerimiento de apoyo económico con la promesa de completar la cantidad, lo cual era obvio que significaba que habíamos de disponer de un buen punto de partida, incluso casi del de llegada.
   Después de desechar iniciativas mucho más factibles para recaudar el montante necesario, optamos por una que nos cautivó nada más enunciarla: íbamos a hacer una suscripción pública. A los profesores, que no llegábamos a diez, nos correspondería predicar con el ejemplo e iniciarla. Luego el turno pasó a los maestros del colegio público, a los que visitamos y expusimos el proyecto, y a los médicos con quienes solíamos tomar un vino al mediodía. También se dejaron convencer los tasqueros y los de la casa de comidas donde almorzábamos, y el farmacéutico.
   La lista de contribuyentes engrosaba a ojos vista cada día. La colocábamos en lugares públicos, y circulaba también de mano en mano entre los estudiantes, hasta que no quedó nadie en el pueblo que no la conociera. Con tales mimbres, no es extraño que pronto alcanzáramos la cantidad deseada.
   Entonces, de repente, nos dimos cuenta de que, de los grupos contactados, solo Margen necesitaba únicamente de buen tiempo para su representación, por desarrollarse esta al aire libre. Los demás habían de subirse a un escenario, pero ¿a cuál?
   Nos entregamos al pánico, que duró poco. Justo hasta que alguien recordó el viejo cine, que justificaba su existencia funcionando como salón de baile. Conservaba el escenario, pero habían desaparecido las butacas, obstáculo para su nueva andadura. Naturalmente, a estas alturas no iba a detenernos un quítame allá esas pajas. Si no había asientos, se inventaban. En realidad, ya estaban inventados e inventariados en el centro escolar, solo había que transportarlos. Y como manos sobraban, se hizo una cadena humana y volaron las sillas del uno al otro hasta llegar al salón y amueblarlo.
   Así fue cómo llegó a celebrarse la I Muestra de Teatro Escolar en Teverga. No me diréis que no merecía la pena contarlo.

miércoles, 17 de octubre de 2012


UN INTERMEDIO EN LA TELEVISIÓN

Es mi “telediario” favorito: no solo nos sitúa ante lo que pasa; es que, encima, y por deprimente que resulte la realidad, nos hace reír, sin edulcorarla, poniéndola en el punto de mira, más bien.
  Quien oprima el botón de La Sexta a eso de las 21.30, de lunes a jueves, se encontrará con las palabras  que inician El Intermedio, esas que dicen: “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad”.
  Le esperan, tras ese sumario juicio, que es a la vez una declaración de intenciones, comentarios satíricos, risas cómplices, un formato ágil, que no escatima ingenio ni retrocede ante el absurdo, antes bien, se mete de cabeza en situaciones de surrealismo puro.
   En el peculiar repaso a la actualidad al que asistirá el televidente, a la hora de sacar punta a los sucesos, el humor, vario en matices, se erigirá en inseparable compañero de viaje.
   Buena parte del mérito le corresponde a un personaje singular, que usa tirantes y apicara o agrava el gesto según sea el caso, y siempre afila la lengua. Es el Gran Wyoming, irreductible superviviente de mil batallas, que no se corta un pelo. El mismo que lleva a Sandra Sabatés, que ejerce de presentadora, a dar muestras de su versatilidad, y a transitar de la seriedad a la risa, en respuesta a las puntadas con que apostilla sus informaciones.
   Está bien acompañado el Gran Wyoming en su buen hacer. Y, pese a su madurez, no lo amilana -se diría incluso que lo incentiva- la juventud de sus colaboradores, con quienes constantemente interactúa.
   Un si es no es provocadora, juega a hacerse la atrevida Thais Villas y entrevista a gente conocida, a la que en ocasiones pone en un brete. Suele aportar  Dani Mateo en sus intervenciones un punto expresionista. Y Usun Yoon, la surcoreana andaluza, sale a la calle, siempre dispuesta a descolocar al personal. A Gonzo, le cae a veces en suerte hablar con personalidades inmersas en conflictos, a quienes a menudo pone contra las cuerdas, incisivo aunque sin perder nunca la templanza.
   Asoman en la pantalla individuos un tanto estrambóticos, que, sin embargo, son reales, y salen, sin que medie previo ensayo, pillados en medio de su cotidianidad. Otras veces, milagros de la técnica, vemos cantar a personajes tan revestidos de su importancia que seguramente no lo hacen ni en la ducha; o presenciamos diálogos imposibles, sin que estén juntos sus protagonistas ni hayan imaginado estarlo. Y por si fuera poco, El intermedio convoca a los espectadores a participar en originales movilizaciones, algunas muy secundadas, como la que recientemente llamaba a permanecer en casa el domingo pasado a las 7 de la mañana para protestar por los recortes.
   Quien apenas encuentre sitio ante el televisor y no carezca de sentido del humor, tiene aquí un espacio donde refugiarse.

viernes, 12 de octubre de 2012


DRAMATURGIA POLÍTICA

Desde hace un tiempo, no se me quita de la cabeza la idea de que nuestros políticos se han transformado en dramaturgos.
   Todo empezó cuando, un día, observé que la intervención de la protagonista de una escena teatral coincidía más o menos con otra de la ministra de Sanidad. Ambas ponderaban las virtudes curativas de los productos naturales, en un contexto de ahorro de gasto farmacéutico. Lo curioso es que en la obra aludida no se pretendía reflejar el mundo real, sino caricaturizarlo.
   Como el discurso teatral era anterior al de la ministra, podría pensar lo que no pienso, o sea, que ella elaboró sus declaraciones a partir de un texto literario. Sin embargo, lo que verdaderamente me preocupa no es que estemos ante un plagio, sino que, por el contrario, se trate de una mera coincidencia. Desde entonces, albergo la sospecha de que buena parte de nuestros políticos, entre los que ocuparían un lugar destacado quienes asientan sus posaderas en los sillones de los consejos de ministros, nos toman a los ciudadanos por actores que representamos sus ideaciones. 
   La ficción se ha apoderado de España, o sea que los mejores guiones, particularmente en la modalidad del teatro del absurdo, o los más llamativos al menos, nos los ofrece la vida que se nos impone. No importa cuánto de incrédulo se sea, siempre desafía cualquier capacidad de asombro y hace verdad lo que siempre se tuvo por fantasía. Pero si la literatura es creación y la realidad presente se empeña en superar lo imaginable, esta última no deja espacio a aquella, se lo arrebata.
   He aquí otro daño colateral, otro efecto secundario propiciado por la situación de crisis que sufrimos. Ahora resulta que, no contentos con reducir salarios, recortar prestaciones sociales, aumentar impuestos, facilitar despidos..., nuestros dirigentes también nos quitan la capacidad de fabular.
   Ellos inventan y escriben en el libro de la vida, trasladan a esta sus ficciones, ignorando que cada plano tiene sus propias normas. Y encima les da por cultivar la tragedia. Solo que,  al parecer, olvidan que sus personajes son personas de carne y hueso.

domingo, 7 de octubre de 2012


“ENCUENTROS EN LA BADÍA”, de Fernando Llorente


 La badía es el espacio del Sahara que los marroquíes no pisan, que está fuera de su control, más allá de las murallas donde han pretendido, y no logrado, encerrar el espíritu libre de los saharauis. Hasta esa zona desértica, habitada por unos miles de personas, con gobierno del Frente Polisario, se trasladó el autor, que nos ofrece su testimonio.

   Estamos ante un meritorio ejercicio de lucha contra el olvido, que en este caso afecta a todo un pueblo. Fernando Llorente nos habla del Sahara o, más precisamente, de los saharauis expoliados de su tierra por el reino alauí, con la displicencia, cuando no la complacencia, del mundo occidental, incluida la España de antes y aun la de ahora.
   Para hacerlo, no ha elegido la forma del ensayo, sino la narrativa. Ha creado un personaje, el del “viajero”, que recorre la parte de la badía que le enseñan y habla en tercera persona. Este desdoblamiento facilita un juego de perspectivas: el autor se muestra a sí mismo preguntando, con más frecuencia escuchando o, incluso, omnisciente, pensando. Se objetiva, así, una visión que, sin embargo, responde a una vivencia personal. Cuenta desde la empatía, como acaso no haya otra manera de hacerlo dado el caso, y su discurso se tiñe de afectividad, solidario con quienes encuentra en el camino, enfrentado a quienes los despojan de su derecho.
  Y la empatía no se manifiesta solo con la causa: también afecta a las costumbres y a los paisajes. El lirismo con que se contempla lo descrito -véase el ceremonial de los tres tes-, elimina cualquier tinte costumbrista. Algo similar sucede con el territorio, su mirada lo humaniza, lo descubre como depositario de tradiciones y de mitos: magnífica, por ejemplo, pero hay muchas más, la evocación en el capítulo que titula El encuentro. Y está también el lenguaje, otro medio de acercamiento, que nos permite aproximarnos a la gente  viendo cómo  nombra en hassania: deyar o buscador de camellos perdidos, wilaya, campamento o provincia, hammada o desierto pedregoso…
   A mí, en fin, me parece que una buena forma de reivindicar a un pueblo es hacerlo carne y darle voz, y de eso muestra saber mucho Fernando Llorente en este libro. Son esas, en mi opinión, sus mejores páginas, literariamente hablando. Porque hay otras, cuyo valor no pongo en duda, que, más que por lo poético de la palabra, destacan por la denuncia directa de la injusticia que soporta este pueblo entrañable. Entonces, el lenguaje se vuelve mucho más crudo y descarnado.  

    P.S.: “Encuentros en la badía” está editado por la ONG Cantabria por el Sahara y lleva como subtítulo Gdeim Izik, presente, en homenaje al campamento saharaui de protesta que el 8 de marzo de 2010 fue desmantelado violentamente por las fuerzas de ocupación marroquíes y que llegó a albergar a más de 20.000 personas.

jueves, 4 de octubre de 2012


NUESTROS JÓVENES

Estudiaron matemáticas o historia, se graduaron, completaron sus carreras con másteres o cursos de posgrado que sus padres costearon, a menudo pasando estrecheces para que tuvieran un mejor futuro, acorde con su esfuerzo. Ahora, cuando al fin han terminado su preparación como profesores, ven cómo otros que los precedieron salen de colegios e institutos, no para dejarles el sitio a ellos, sino porque, simplemente, se quedan, también, sin trabajo.
   Y arquitectos, ingenieros, sanitarios, licenciados en Bellas Artes, economistas y un largo etcétera de titulados jóvenes, incluidos los de formación profesional, formulan y reformulan sus currículos y los envían a esta empresa, a aquel organismo público, cuidando de no omitir ningún dato que pudiera favorecerlos en sus demandas de empleo, esmerándose en la presentación, que para eso dominan, además, la informática.
   Es fácil imaginarlos día a día ante la pantalla del ordenador, los ojos muy abiertos, inquietos, atentos a la aparición del mensaje que acaso responda a sus desvelos, siquiera sea con la invitación a una entrevista laboral. A las primeras citas, si llegan, irán con la mirada limpia y una actitud esperanzada, ni muy arreglados ni poco, que hay que estar en todo, y quizás hasta se beban una taza de tila; luego, cuando se amontonen las malas experiencias y las expectativas se diluyan, procurarán, además, no dejarse vencer por el desánimo.
   Hay otros -¿o son los mismos?- preparando oposiciones que, sin embargo, apenas convoca ya nadie; o que se afanan por dominar el inglés aun mejor de lo que ya lo hablan, o continúan haciendo cursos de perfeccionamiento, sumando saberes, como si les pareciera imposible que, siendo tan sabios, nadie los fuese a contratar. O que, siguiendo un camino, no exista una meta que se pueda alcanzar. Y se entiende, porque no son precisamente ellos los que han equivocado la ruta.

domingo, 30 de septiembre de 2012


“LE HAVRE”

Es una película del director finés Aki Kaurimäki que he visto en la filmoteca y que me ha gustado mucho. El  ritmo narrativo, lento, muy francés, subraya cada momento, cada gesto o cada palabra y los dota de trascendencia, más allá de la cotidianidad de lo descrito. Durante hora y media, va contándonos una historia que son en realidad dos, una de carácter social –ligada a la inmigración ilegal-, la otra más personal, centrada en la enfermedad, mortal de necesidad, ambas con una ligazón en apariencia débil, traída de la mano del personaje central, que las engarza.
   La crudeza de esos motivos podría inducir a un tratamiento efectista y melodramático, y, sin embargo, no es así. No hay aquí sensibilería, sino sensibilidad. .Sin más sobresaltos que los necesarios, y aun estos presentados con suavidad, el espectador se hace con situaciones de extrema dureza, que no excluyen momentos de distensión, a menudo tiernos, incluso de humor, y las repudia o simpatiza con ellas, según sea el caso.
   Quizás haya quien juzgue que existe en la película una excesiva idealización, un buenismo en las actitudes de determinados personajes, o de un barrio casi al completo, que los vuelve difícilmente creíbles. Ya de entrada, el cine es fabulación, como la literatura, y no puede pedírsele que se limite a constituirse en mero retrato de la realidad, tarea imposible, por otra parte, si se considera que siempre hace falta un punto de vista, un encuadre que la transforma. Y ese enfoque es para mí, en este caso, el que destaca el mejor lado del ser humano, su solidaridad, la capacidad de ponerse en lugar del otro y actuar en consecuencia...
    No encuentro, en fin, otro modo para definir “Le Havre” que, con permiso de Rubén Darío, calificarla de canto de vida y esperanza.

miércoles, 26 de septiembre de 2012


“Y DON QUIJOTE SE HACE ACTOR”, DE JUAN MANUEL FREIRE

No voy a valorar un libro escrito por mí, claro. Pero es que hace algún tiempo la editorial me comunicó que iniciaba la impresión de la 2ª edición, casi agotada ya la 1ª. Y quiero que se sepa que sigue, por tanto, en las librerías, o que puede encargarse  si no lo tienen. Y, ya puestos, informaré, a quienes no dispongan de un ejemplar, de su contenido, con la intención, que no oculto, de animar a su lectura.
   Escribí esta obra en forma definitiva después de llevarla al escenario en más de 30 ocasiones con el Colectivo de Dramatización del I.E.S. “Ría del Carmen”, y ha sido publicada por la editorial CCS en su colección “Galería del Unicornio”.
   Se trata de una escenificación del clásico cervantino. Como se dice en la contraportada del libro, a su través descubrimos cómo se puede jugar con la literatura, experimentando con la obra de más renombre en castellano, cambiándola de género, volviendo teatro lo que es novela. Se respeta la palabra del original y se reserva la imaginación para la puesta en escena, con técnicas del teatro de sombras, del mimo, de la danza clásica y la oriental, de la interpretación basada en la voz y el movimiento, en fin.
   Por lo demás, la idea que me ha guiado en la composición del texto es, aparte de ofrecer la adaptación,  recrear la representación, de tal modo que permita a quien no asistió al espectáculo hacerse con él. De ahí que, a lo largo de sus páginas, el género dramático se hibride con el narrativo.
   Al escribir esta obra aprendí a acercarme de una manera diferente a El Quijote y al teatro. Ahora aspiro a que también a vosotros su lectura os sirva para alcanzar esos mismos fines…

sábado, 22 de septiembre de 2012


Lo importante es trabajar para resolver la crisis, sobran las algaradas. Con esas o parecidas palabras se argumenta en los aledaños del Gobierno, si no es el Gobierno mismo quien así arguye. Y uno se queda estupefacto cuando lee tales cosas. Porque quienes las dicen son precisamente los que han de buscar soluciones, y si la gente se lanza a la calle es justamente porque no lo están haciendo como deberían.
   Y hay más. La democracia no consiste en prescindir de la gente y de sus opiniones salvo en períodos electorales. Por el contrario, el ciudadano tiene el derecho de orientar en todo momento la acción política, o de pedir que cambie, si no le satisface, sobre todo cuando el Gobierno hace justo lo contrario de lo que prometió en la llamada a las urnas, como es el caso, pero también ante situaciones que demanden nuevos planteamientos que no se llevan a cabo. Manifestaciones, encierros, huelgas, concentraciones, referendos... constituyen formas de expresión de la voluntad popular que exige ser escuchada, ser tomada en consideración. Tratar de descalificarlas o de ningunearlas no deja de ser una maniobra muy burda, que tarde o temprano pasará factura a sus promotores.

lunes, 17 de septiembre de 2012


Recuerdo nítidamente a un tío mío, médico, caballero sobre una guzzi por carreteras desiertas y caminos impracticables, al encuentro de algún enfermo al que curar. Mis ojos de niño se iban siempre tras el brillo rojo de aquella moto, pero lo que me admiraba sobremanera era que sanara a quien estuviera malo, cómo devolvía a la vida diaria al postrado en el lecho.
   Naturalmente, que lo admirase no quería decir que fuera a seguir sus pasos. No me veía yo cosiendo una herida, o enfrentado al sufrimiento o en el trance de acertar con un diagnóstico que salvara al doliente.
   Solo que estos días,  cincuenta años después, he leído que unos 2.000 médicos se han declarado objetores a la ley que les prohíbe atender a inmigrantes sin papeles en centros de salud y hospitales públicos españoles. Y ahora sí que lamento no haber estudiado Medicina. Es que siento no poder estar en esa lista.

jueves, 13 de septiembre de 2012


ADIÓS

   Todo comenzó cuando mi padre, maestro como mi madre y como su propio padre, me preguntó qué quería estudiar. Yo, aunque por aquel entonces distaba de saberlo, estaba ya cautivado por la magia de las palabras y le contesté que ingeniero de caminos. Él me habló de lo que me gustaba la lectura, de mi afición por escribir y actuar. Parecía un diálogo extraño en el que los dos no habláramos de lo mismo, pero yo entendí muy bien lo que quería decirme y además seguí su consejo y fui profesor de lengua y literatura. Y hoy, más de cuarenta años después, volvería a hacerlo.
   Pero me toca, nos toca hoy, decir adiós.
   Viene uno, a la compañera y amiga Gloria también le pasa, ya muy despedido. Primero fueron los alumnos de primero de bachillerato. Uno me dejó escrito: “Gracias por enseñarnos a disfrutar de la literatura”; y otra, más farandulera, me recomendaba que aplicase en el día a día de la jubilación “la frase que tú (o sea, yo) nos enseñaste, Carpe diem”.
   Los de segundo me pidieron que, en su ceremonia de graduación, les dijese unas palabras, y al final del acto salí  con la sensación de que habían sido ellos quienes me habían homenajeado a mí.
   Y estuvieron, en fin, los de teatro, los de nuestro colectivo de dramatización. Ya sin clases ni exámenes, se concertaron, luego lo supe, a través de sus redes sociales, y, por medio de esa megafonía que en tantas ocasiones los había convocado a ellos, me llamaron a que acudiera al aula de ensayos. Mis “calamidades”, como ellos mismos se autodenominaban adjudicándose el calificativo que a veces cariñosamente les había dirigido, no querían dejar que me fuera sin su recuerdo. Incluso se permitieron enriquecer mi fondo de armario con este jersey rojo que ahora luzco.
   Me han devuelto el afecto que les entregué. Nunca he pensado en la enseñanza como la mera ocupación de un espacio desde el que impartir conocimientos y disciplina. Cierto que les he exigido esfuerzo y dedicación y que he intentado que aprendieran y fueran siempre a más. Pero también he querido ver en ellos las personas que son y hasta he disfrutado de su espontaneidad y su sinceridad, de sus ganas, de ese ser siempre joven que me devolvía mi propia juventud.
   ¿Qué deciros, en fin, a vosotros, conserjes, profesores, limpiadoras, secretarias? He hecho grandes amistades en el instituto en estos años  cántabros,   me he sentido muy bien acompañado en el último tramo  de mi quehacer profesional. Gracias por haber aguantado una actividad incesante, incluso a menudo participado de ella: ¡Si hasta llegasteis a actuar, en número de veinte, como fondo humano de La pequeña cerillera, y vestidos de época! Al lado de preocupaciones compartidas por el trabajo, ¡qué buenos ratos hemos pasado juntos! Hablo, claro, de quienes llevan (o llevaban) tiempo en el centro, pero también la cordialidad de los más jóvenes me ha alcanzado. A todos os llevo en la memoria, ahora que mi vida laboral concluye.
   Me voy como llegué, peleando, si entonces era porque estaba todo por hacer, ahora para que no se destruya lo conseguido con tanto esfuerzo. En ese camino, seguiremos encontrándonos.
            (Palabras que no leí, y sin embargo llevaba escritas, en la comida de despedida  del instituto el 27 de junio de 2012).
                         

lunes, 10 de septiembre de 2012


VALORACIÓN DE LECTURAS: LA TRILOGÍA DE NUEVA YORK, DE PAUL AUSTER.

Se trata de tres novelas cortas que siguen, aunque de forma un tanto peculiar, las pautas del género policíaco.
    Son historias perturbadoras, que transcurren en una realidad nada corriente, sombría y desconcertante.  Un mundo inquietante abduce a los personajes –por lo demás, solo uno detective profesional- y acaba con ellos. La destrucción, o la autodestrucción, asoma en los dos primeros casos y casi (parcial o no tan parcialmente) en el tercero. Y los desencadenantes son investigaciones a que se ven llamados los protagonistas, que se cruzan extrañamente en sus vidas, y a las que se entregan  totalmente. Los porqués de ese comportamiento se me escapan, y los caminos que conducen a desenlaces desusados resultan sumamente tortuosos.
   Escribe bien Paul Auster. Pese a que dedique páginas y páginas a describir estados anímicos y procesos deductivos o a que se detenga en la recreación de anécdotas, sin que, en tales casos, el argumento apenas avance, las tramas intrigan. Eso, y que su estilo sea limpio y claro, sería, de por sí, suficiente para constatar su maestría, si no fuera porque hay más...

miércoles, 5 de septiembre de 2012


DESPEDIDA A LOS ESTUDIANTES DE 2º DE BACHILLERATO EN SU FIESTA DE GRADUACIÓN

Me habéis encargado despediros, a mí, que también digo adiós al instituto. No es tarea fácil. Nunca lo es. Nos hemos visto las caras demasiadas mañanas, y todo un mundo de afectos ha ido colándose entre las tareas académicas. Os hemos enseñado lo que nos habéis dejado, pero también hemos aprendido a quereros, y os vamos a echar de menos, lo sabéis. Yo, con mayor motivo, porque sois, habéis sido, mis últimos alumnos.
   Pero hablemos de vosotros, de vosotras. Aun sin activar la memoria, todavía podéis veros cuando llegasteis al instituto. No hay más que echar una mirada al patio en los recreos para asistir a lo que erais y lo que sois. Los niños que fuisteis, corriendo descontrolados, sin darse un tiempo para el reposo, en confusa gritería. Vosotros, sentados en el suelo o en las aceras, templados, más contenidos, conversando de vuestras cosas u observándolos, sin aprobar su proceder corretón y deslenguado.
    Y es que os habéis hecho mayores, y no solo en envergadura. Algo habéis aprendido, algo más sabios seréis que cuando llegasteis, quizás incluso alguno escriba sin faltas de ortografía. Habéis conocido durante estos años experiencias nuevas, entablasteis amistades entrañables, disfrutasteis tal vez del primer amor… El instituto nunca se olvida, ya veréis.
   Claro que vosotros no pensáis en este momento en lo que fue, sino en lo que está por venir.
  ¿Sabéis a qué me recordáis ahora? Pues a las cigüeñas. No lo digo porque hayáis crecido demasiado deprisa y ofrezcáis una apariencia desgalichada, ni tampoco porque casi nunca cerréis el pico. Cuando yo vivía en Plasencia, a menudo levantaba los ojos cansados de los exámenes y se me iba la mirada a las torres de un palacio que había frente a mi balcón. Allí habían dispuesto sus nidos las cigüeñas. Cuando los pollos se volvían volanderos, hacían ejercicios, preparando sus alas. Y un buen día, se lanzaban al vacío, dispuestos a anchear su universo.
   Como a ellas, también a vosotros os aguarda el mundo ahí fuera. Como ellas, vais a sentir el vértigo del vuelo, esa sensación que trae consigo la libertad. Como os diría María José, vuestra profesora de Filosofía, no olvidéis en ese futuro que os aguarda a vuestra amiga Hanna Arend y su invitación a que penséis y actuéis por vosotros mismos, para poder ser libres.
   Volad, pues que os han dado alas, pero no perdáis de vista el posadero, no nos perdáis de vista.
           Juan Manuel Freire,  I.E.S. “RÍA DEL CARMEN”, 20-VI-2012

domingo, 2 de septiembre de 2012


CROACIA, DE VUELTA (y 7). No quisiera poner punto final a esta serie sin anunciar que existe la ciudad de Trogir. Está ahí, en la costa adriática, en el solar de una isla diminuta, entre la tierra continental y otra isla, con las que mantiene como único asidero sendos puentes, que vuelan sobre estrechos canales.
   En el escaso kilómetro cuadrado que ocupa, despliega su encanto y nos emboba los sentidos. Resulta difícil cerrar la boca en su interior, porque a un pasmo sucede otro. Es toda ella casco antiguo que hace de la piedra  arte y habla de historia. Si no hay un palacio, hay una iglesia; donde no se ve una fortaleza o un lienzo de muralla, se levanta una catedral o el edificio de una logia, y  todo ello componiendo una auténtica sinfonía de estilos.
   Mientras nos sumamos a la muchedumbre que colma sus callecitas y sus pasadizos  o se expande por sus plazas, sale del recinto amurallado y da, más allá de un paseo de palmeras, en el puerto, me pregunto si no habrá en Croacia una villa normal, de las corrientes, que no destaque por nada. Si la hay, desde luego esta no es.

viernes, 31 de agosto de 2012

CROACIA, DE VUELTA (6). Si vas a Primosten, puedes hacer lo que nosotros y trepar como el pueblo colina arriba, hasta alcanzar la cumbre, en cuyo borde se detienen las casas. Siéntate en un banco de los que hay en esa cima, al abrigo de la sombra de un árbol, donde la soledad calla y la mirada se expande sobre un mar bien abastecido de islas,  que no conoce de horizontes. Entre tú y esa inmensidad azul, lápidas de tumbas excavadas en tierra trazan un arco en torno a la iglesia que queda a tus espaldas. El tiempo se volverá nada, como un vacío que te ensimismara. Y de no ser por las campanadas que marcan las horas, pensarías vivir instalado en una placentera eternidad.

miércoles, 29 de agosto de 2012


CROACIA, DE VUELTA (5). Suenan, leves, las olas y, estridentes, las cigarras, que ya se va alzando la mañana. No es tarde para nuestros usos, pero tampoco temprano para el sol, que ya desde primeras horas del día se empeña en mostrarse en plenitud.
   Decenas de automóviles se aquietan en la carretera, en fila india, con el motor apagado y las puertas abiertas a la generosidad del mar, del que llega un aire suave de  abanico. Todos aguardamos a ser engullidos por la panza del transbordador al que vemos venir desde la cercana isla de Cres, donde queremos olvidarnos, hoy, del mundo.
   En los prolegómenos del viaje, un grupo de trileros hace de la cola caladero y tiende la caña y el cebo. No dicen nada, se limitan, sobre una mesita plegable, a exhibir sus habilidades, como si solo pretendieran entretenernos, aunque los fajos de billetes que ostentosamente enseñan desvelen sus non sanctas intenciones de incitar al juego.  Miramos con desmayo sus manejos y nadie entra al trapo.
   El barco que al fin nos lleva se aleja de una costa y se aproxima a otra. Atrás va quedando una tierra tan verde como la que tenemos cada vez más delante. Cuanto más nos acercamos a la isla, más hemos de elevar la mirada para abarcarla en toda su altura, que en su longitud fuera tarea vana intentarlo.
   Volaríamos si no nos sustentase el suelo, tan arriba nos encontramos al poco de atracar. La carretera está mal asentada y es estrecha, de las de línea continua si la hubiera, y los quitamiedos producirían pavor, si se pensara en lo que ocurriría de necesitar de su amparo. Aun así, una manada de automóviles asciende, encaramándose a la ventura, a donde el paisaje deja de ser tal para transformarse en vértigo. En el sentido de la marcha, la mirada se despeña por acantilados cuya hondura supera cualquier medida. Muchas calas se adivinan en el roquedo que pone límite al abismo y al mar. Quienes vengan a bordo de yates o motoras apetecerán sin duda sus aguas celestes, pero desde donde circulamos solo aspiramos a no acabar en ellas.
   No desentona esta carretera de un entorno montaraz y despoblado, de cuya espesura podría salir en cualquier momento un jabalí, si acaso no estuviera emboscado, descansando de sus correrías nocturnas entre robles, olmos o castaños, cuyas ramas se entretejen de tal forma que fácilmente se confunden y producen la impresión de que la naturaleza ha ensayado en la arboleda injertos imposibles.
   Estos parajes sin nadie que los habite hacen un alto en el camino, mucho después, cuando ya hemos perdido la sensación de insularidad, en el pueblo que da nombre a la isla, o lo toma de ella, que eso no sabemos. La localidad de Cres es un entramado de calles medievales y apretadas, que se abren a una bahía recoleta, refugio de un puerto que, aunque tenga su paseo, se diría de juguete. La pequeñez de esta villa, de arquitectura popular y pinturera, con casas de poca altura y colores pastel, completa su encanto con muestras del gótico y el renacimiento,  y no falta algún palacio.veneciano.
   Enseguida pasa a ser solo un recuerdo, que este oficio de viajar trae consigo un constante afán de descubrimientos, particularmente cuando su práctica se limita a una semana del verano. En esa búsqueda de lo que está por conocer, llegamos, kilómetros más allá, a otra isla, de nombre Losinj, y la alcanzamos sin que medie milagro ni transbordador. Solo un canal la separa de la de Cres y dicen que es artificial, del tiempo de los romanos, que de lo que era una tierra hicieron dos. Un puente vuelve hoy las cosas a su sitio y pone en contacto lo que antes se separó, aunque haya que elevarlo a veces para dejar vía libre a embarcaciones.
   Aún lo desconocíamos, pero acabaríamos por dar, yendo siempre más y más al sur, a un lugar donde no es preciso soñar, porque él mismo parece un sueño. En las inmediaciones de Veli Losinj, el mar dibuja una hendidura entre pinares y ofrece al expedicionario el cristal de sus aguas. Sobre su fondo pedregoso, patrulla, buceando, la sombra oscura de un cormorán, y remueve el aire a aletazos la figura grácil de una gaviota de las reidoras, como anuncian el capuchón negro de su cabeza  y un pico rojo como una herida. En lo idílico del cuadro solo  falta que un bando de delfines asome en la ensenada. Y todo es posible todavía, porque haber, los hay.