Lo importante es trabajar para resolver la crisis, sobran las algaradas.
Con esas o parecidas palabras se argumenta en los aledaños del Gobierno, si no
es el Gobierno mismo quien así arguye. Y uno se queda estupefacto cuando lee
tales cosas. Porque quienes las dicen son precisamente los que han de buscar
soluciones, y si la gente se lanza a la calle es justamente porque no lo están
haciendo como deberían.
Y hay más. La democracia no
consiste en prescindir de la gente y de sus opiniones salvo en períodos
electorales. Por el contrario, el ciudadano tiene el derecho de orientar en
todo momento la acción política, o de pedir que cambie, si no le satisface, sobre
todo cuando el Gobierno hace justo lo contrario de lo que prometió en la
llamada a las urnas, como es el caso, pero también ante situaciones que
demanden nuevos planteamientos que no se llevan a cabo. Manifestaciones, encierros, huelgas,
concentraciones, referendos... constituyen formas de expresión de la voluntad
popular que exige ser escuchada, ser tomada en consideración. Tratar de
descalificarlas o de ningunearlas no deja de ser una maniobra muy burda, que
tarde o temprano pasará factura a sus promotores.
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