domingo, 21 de octubre de 2012


RECUERDO DE TEVERGA

Nunca había escrito esta historia. Alguna vez la conté de viva voz, pero ya se sabe que las palabras se las lleva el viento, y yo quiero que no se pierda en los desaguaderos de la memoria, porque es bella y, además, es comunitaria. Aunque, pensándolo bien, tal vez me expreso mal y lo que la hace hermosa es justamente el que sea colectiva.
   Quizás haya quien, leyendo estas líneas, la recuerde conmigo. Alguien que haya estudiado o dado clase en aquel centro escolar minúsculo, que no debía de superar entre los tres cursos del bachillerato de entonces –hablamos de 1984, si no me falla la memoria- el exiguo número de 60 alumnos, y que ni siquiera alcanzaba la categoría de instituto, solo era una extensión del que sí había en Grado.
   Teverga, una localidad asturiana de montaña, cobijada por la pena (peña) Sobia, a la que no le faltan su laguna y su leyenda, fue escenario de un espectáculo donde el público actuó antes de que lo hicieran los actores.
   El desencadenante de todo fue la intención de celebrar una muestra de teatro escolar, que a los profesores se nos pasó por la cabeza y que había de abrirse al pueblo. Se trataba de traer a grupos de institutos de Asturias, ofreciéndoles el pago del transporte y la oportunidad de actuar fuera de sus localidades. Cerraría la semana una compañía profesional, Margen, con una obra que volvía escenario la calle.
   Aunque el presupuesto que hicimos era muy ajustado, cómo conseguir el dinero donde no había un céntimo se reveló de inmediato un problema. Me acuerdo de que el ayuntamiento respondió a nuestro requerimiento de apoyo económico con la promesa de completar la cantidad, lo cual era obvio que significaba que habíamos de disponer de un buen punto de partida, incluso casi del de llegada.
   Después de desechar iniciativas mucho más factibles para recaudar el montante necesario, optamos por una que nos cautivó nada más enunciarla: íbamos a hacer una suscripción pública. A los profesores, que no llegábamos a diez, nos correspondería predicar con el ejemplo e iniciarla. Luego el turno pasó a los maestros del colegio público, a los que visitamos y expusimos el proyecto, y a los médicos con quienes solíamos tomar un vino al mediodía. También se dejaron convencer los tasqueros y los de la casa de comidas donde almorzábamos, y el farmacéutico.
   La lista de contribuyentes engrosaba a ojos vista cada día. La colocábamos en lugares públicos, y circulaba también de mano en mano entre los estudiantes, hasta que no quedó nadie en el pueblo que no la conociera. Con tales mimbres, no es extraño que pronto alcanzáramos la cantidad deseada.
   Entonces, de repente, nos dimos cuenta de que, de los grupos contactados, solo Margen necesitaba únicamente de buen tiempo para su representación, por desarrollarse esta al aire libre. Los demás habían de subirse a un escenario, pero ¿a cuál?
   Nos entregamos al pánico, que duró poco. Justo hasta que alguien recordó el viejo cine, que justificaba su existencia funcionando como salón de baile. Conservaba el escenario, pero habían desaparecido las butacas, obstáculo para su nueva andadura. Naturalmente, a estas alturas no iba a detenernos un quítame allá esas pajas. Si no había asientos, se inventaban. En realidad, ya estaban inventados e inventariados en el centro escolar, solo había que transportarlos. Y como manos sobraban, se hizo una cadena humana y volaron las sillas del uno al otro hasta llegar al salón y amueblarlo.
   Así fue cómo llegó a celebrarse la I Muestra de Teatro Escolar en Teverga. No me diréis que no merecía la pena contarlo.

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