RECUERDO DE TEVERGA
Nunca había escrito esta
historia. Alguna vez la conté de viva voz, pero ya se sabe que las palabras se
las lleva el viento, y yo quiero que no se pierda en los desaguaderos de la
memoria, porque es bella y, además, es comunitaria. Aunque, pensándolo bien,
tal vez me expreso mal y lo que la hace hermosa es justamente el que sea
colectiva.
Quizás haya quien, leyendo estas líneas, la recuerde conmigo. Alguien
que haya estudiado o dado clase en aquel centro escolar minúsculo, que no debía
de superar entre los tres cursos del bachillerato de entonces –hablamos de
1984, si no me falla la memoria- el exiguo número de 60 alumnos, y que ni
siquiera alcanzaba la categoría de instituto, solo era una extensión del que sí
había en Grado.
Teverga, una localidad asturiana de montaña, cobijada por la pena (peña) Sobia, a la que no le faltan
su laguna y su leyenda, fue escenario de un espectáculo donde el público actuó
antes de que lo hicieran los actores.
El desencadenante de todo fue la intención de celebrar una muestra de
teatro escolar, que a los profesores se nos pasó por la cabeza y que había de
abrirse al pueblo. Se trataba de traer a grupos de institutos de Asturias,
ofreciéndoles el pago del transporte y la oportunidad de actuar fuera de sus
localidades. Cerraría la semana una compañía profesional, Margen, con una obra que volvía escenario la calle.
Aunque el presupuesto que hicimos era muy ajustado, cómo conseguir el
dinero donde no había un céntimo se reveló de inmediato un problema. Me acuerdo
de que el ayuntamiento respondió a nuestro requerimiento de apoyo económico con
la promesa de completar la cantidad, lo cual era obvio que significaba que habíamos
de disponer de un buen punto de partida, incluso casi del de llegada.
Después de desechar iniciativas mucho más factibles para recaudar el
montante necesario, optamos por una que nos cautivó nada más enunciarla: íbamos
a hacer una suscripción pública. A los profesores, que no llegábamos a diez,
nos correspondería predicar con el ejemplo e iniciarla. Luego el turno pasó a
los maestros del colegio público, a los que visitamos y expusimos el proyecto,
y a los médicos con quienes solíamos tomar un vino al mediodía. También se
dejaron convencer los tasqueros y los de la casa de comidas donde almorzábamos,
y el farmacéutico.
La lista de contribuyentes engrosaba a ojos vista cada día. La
colocábamos en lugares públicos, y circulaba también de mano en mano entre los
estudiantes, hasta que no quedó nadie en el pueblo que no la conociera. Con
tales mimbres, no es extraño que pronto alcanzáramos la cantidad deseada.
Entonces, de repente, nos dimos
cuenta de que, de los grupos contactados, solo Margen necesitaba únicamente de buen tiempo para su representación,
por desarrollarse esta al aire libre. Los demás habían de subirse a un escenario,
pero ¿a cuál?
Nos entregamos al pánico, que duró poco. Justo hasta que alguien recordó
el viejo cine, que justificaba su existencia funcionando como salón de baile. Conservaba
el escenario, pero habían desaparecido las butacas, obstáculo para su nueva
andadura. Naturalmente, a estas alturas no iba a detenernos un quítame allá
esas pajas. Si no había asientos, se inventaban. En realidad, ya estaban
inventados e inventariados en el centro escolar, solo había que transportarlos.
Y como manos sobraban, se hizo una cadena humana y volaron las sillas del uno al
otro hasta llegar al salón y amueblarlo.
Así fue cómo llegó a celebrarse
la I Muestra de
Teatro Escolar en Teverga. No me diréis que no merecía la pena contarlo.
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