jueves, 4 de octubre de 2012


NUESTROS JÓVENES

Estudiaron matemáticas o historia, se graduaron, completaron sus carreras con másteres o cursos de posgrado que sus padres costearon, a menudo pasando estrecheces para que tuvieran un mejor futuro, acorde con su esfuerzo. Ahora, cuando al fin han terminado su preparación como profesores, ven cómo otros que los precedieron salen de colegios e institutos, no para dejarles el sitio a ellos, sino porque, simplemente, se quedan, también, sin trabajo.
   Y arquitectos, ingenieros, sanitarios, licenciados en Bellas Artes, economistas y un largo etcétera de titulados jóvenes, incluidos los de formación profesional, formulan y reformulan sus currículos y los envían a esta empresa, a aquel organismo público, cuidando de no omitir ningún dato que pudiera favorecerlos en sus demandas de empleo, esmerándose en la presentación, que para eso dominan, además, la informática.
   Es fácil imaginarlos día a día ante la pantalla del ordenador, los ojos muy abiertos, inquietos, atentos a la aparición del mensaje que acaso responda a sus desvelos, siquiera sea con la invitación a una entrevista laboral. A las primeras citas, si llegan, irán con la mirada limpia y una actitud esperanzada, ni muy arreglados ni poco, que hay que estar en todo, y quizás hasta se beban una taza de tila; luego, cuando se amontonen las malas experiencias y las expectativas se diluyan, procurarán, además, no dejarse vencer por el desánimo.
   Hay otros -¿o son los mismos?- preparando oposiciones que, sin embargo, apenas convoca ya nadie; o que se afanan por dominar el inglés aun mejor de lo que ya lo hablan, o continúan haciendo cursos de perfeccionamiento, sumando saberes, como si les pareciera imposible que, siendo tan sabios, nadie los fuese a contratar. O que, siguiendo un camino, no exista una meta que se pueda alcanzar. Y se entiende, porque no son precisamente ellos los que han equivocado la ruta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario