DESAHUCIO DE LA VIDA
Se llamaba X. Era un personaje anónimo, fuera de su pueblo no se le
conocía, hasta que se murió. No murió porque le hubiese llegado su hora, de
viejo o porque una enfermedad hubiese dado término a su camino, ni siquiera por un
desgraciado accidente, sino porque anticipó el momento en que le correspondería
morir.
Indigna pensar que el suicidio de X podría haber sido evitado. Habría
bastado algo tan simple como un poco de humanidad.
Pero la banca carece de entrañas. Sus
balances y sus cuentas no se nutren de actitudes compasivas, la solidaridad social es un concepto que le resulta ajeno. En cambio, asume de buen grado que
todos paguemos sus débitos.
Desde hace unos días dicen que van a cambiar la ley de desahucios, pero
por qué no lo hicieron antes. Cuentan que data de hace un siglo. ¡Cuánto tiempo
tuvieron! Tal vez si la hubieran modificado, entonces X no se habría sentido
empujado a cerrar sus ojos para siempre. Todavía tendría unos cristales a
través de los que mirar la calle, estaría dentro y no fuera, expulsado, sin
casa, como otros trescientos cincuenta mil en los últimos años de España.
P. E. No he escrito nombres,
aunque eso no significa que no los tuvieran. Eran exactamente como uno
cualquiera de nosotros.
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