sábado, 17 de noviembre de 2012


“TIEMPO DE VIDA”, de Marcos Giralt Torrente

Siempre me asalta la misma duda. No sé si llamar novela a este tipo de literatura, que remite a la vida real del autor. No ignoro que este, de alguna manera, se transforma en personaje literario, e igual ocurre con su entorno, alterado por la perspectiva o el sentir. Pero si lo que predomina es la intención de reflejarse, tal vez fuera preferible catalogar a estas obras como relatos autobiográficos novelados.
   “Tiempo de vida”, escrita en primera persona, con un estilo directo, de frase breve, es un texto intenso. En ocasiones, la concisión se desborda y tras el punto y aparte solo aguarda una palabra, que reclama para sí todo el espacio y la atención. O, por el contrario, usa de estructuras reiterativas, sirviéndose, insistente, de la anáfora. Pero el lirismo, más que en el lenguaje, se concentra en la sustancia de lo narrado, la relación del autor con su padre, separado de su madre, y, por tanto, aunque no totalmente, de él mismo, en un antes y un después de que el progenitor se vea afectado por una grave enfermedad.
    En ese recuerdo de lo que fue, impera el discurso cronológico, con alguna mención anticipatoria de su final. La cronología se amalgama con el fragmentarismo, lo que siente se trasluce en las anécdotas seleccionadas, que son como breves pinceladas de sus encuentros o desencuentros con el padre, cómo le afectan. Pero también hay lugar para  interludios que ofrecen interpretaciones, datos, momentos para la introspección o, incluso, reflexiones casi filosóficas. Lejos de ser percibidos estos incisos como obstáculo para el desarrollo de la trama, son un medio para profundizar en ella.
   En un relato tan íntimo, las referencias contextuales pasan a segundo plano, son rápidas y hacen ver cómo vivieron hechos trascendentes los protagonistas. La misma razón justifica la escasa importancia que adquieren los personajes secundarios, salvando, en buena medida, a la madre y, en la última parte, a “la amiga que (su padre) conoció en Brasil”.
   Hay una confesión, un desnudarse del alma a través de los hechos contados, que sitúa al lector ante al narrador y su padre. Parece una cuestión meramente personal, suya. Si solo fuera eso, el lector sería una especie de voyeur literario, que se acercaría al libro con afán de hurgar en las interioridades familiares del autor. Pero el interés, a medida que nos adentramos en el texto, se revela otro, que lo trasciende y lo engrandece: incide en un tema, las vivencias en la relación paterno-filial, que a todos afecta. Seguramente por eso me ha emocionado tanto, sobre todo la segunda parte, más honda, más profunda, pese a su admirable sentido de la medida, a su contención. Creo que si hubiera llegado a llorar –a lo mejor se me ha escapado alguna lágrima- lo haría mansamente, no con un llanto incontenible. Conmovido más que sentimentalmente desbordado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario