“TIEMPO DE VIDA”, de Marcos
Giralt Torrente
Siempre me asalta la misma duda.
No sé si llamar novela a este tipo de literatura, que remite a la vida real del
autor. No ignoro que este, de alguna manera, se transforma en personaje
literario, e igual ocurre con su entorno, alterado por la perspectiva o el
sentir. Pero si lo que predomina es la intención de reflejarse, tal vez fuera
preferible catalogar a estas obras como relatos autobiográficos novelados.
“Tiempo de vida”, escrita en primera persona, con un estilo directo, de
frase breve, es un texto intenso. En ocasiones, la concisión se desborda y tras
el punto y aparte solo aguarda una palabra, que reclama para sí todo el espacio
y la atención. O, por el contrario, usa de estructuras reiterativas,
sirviéndose, insistente, de la anáfora. Pero el lirismo, más que en el
lenguaje, se concentra en la sustancia de lo narrado, la relación del autor con
su padre, separado de su madre, y, por tanto, aunque no totalmente, de él
mismo, en un antes y un después de que el progenitor se vea afectado por una
grave enfermedad.
En ese recuerdo de lo que fue, impera el
discurso cronológico, con alguna mención anticipatoria de su final. La
cronología se amalgama con el fragmentarismo, lo que siente se trasluce en las
anécdotas seleccionadas, que son como breves pinceladas de sus encuentros o
desencuentros con el padre, cómo le afectan. Pero también hay lugar para interludios que ofrecen interpretaciones,
datos, momentos para la introspección o, incluso, reflexiones casi filosóficas.
Lejos de ser percibidos estos incisos como obstáculo para el desarrollo de la
trama, son un medio para profundizar en ella.
En un relato tan íntimo, las referencias contextuales pasan a segundo
plano, son rápidas y hacen ver cómo vivieron hechos trascendentes los
protagonistas. La misma razón justifica la escasa importancia que adquieren los
personajes secundarios, salvando, en buena medida, a la madre y, en la última
parte, a “la amiga que (su padre) conoció en Brasil”.
Hay una confesión, un
desnudarse del alma a través de los hechos contados, que sitúa al lector ante
al narrador y su padre. Parece una cuestión meramente personal, suya. Si solo
fuera eso, el lector sería una especie de voyeur
literario, que se acercaría al libro con afán de hurgar en las
interioridades familiares del autor. Pero el interés, a medida que nos
adentramos en el texto, se revela otro, que lo trasciende y lo engrandece:
incide en un tema, las vivencias en la relación paterno-filial, que a todos
afecta. Seguramente por eso me ha emocionado tanto, sobre todo la segunda
parte, más honda, más profunda, pese a su admirable sentido de la medida, a su
contención. Creo que si hubiera llegado a llorar –a lo mejor se me ha escapado
alguna lágrima- lo haría mansamente, no con un llanto incontenible. Conmovido
más que sentimentalmente desbordado.
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