MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS
Remontando el curso del río
Narcea, en dirección oeste, por las Asturias del interior, llegamos a Cangas.
Sin embargo, nos guía otro afán, y en su busca continuamos por la carretera que
conduce a las minas de Rengos. Antes de alcanzarlas, donde la calzada dispara
un ramal a las alturas del puerto del Connio, lo enfilamos para abandonarlo
después, ya en el pueblecito de Moal.
Entonces nos internamos por un camino de tierra, donde cedemos el paso a
las vacas que salen al pasto, mientras resuenan en nuestros oídos los ladridos
vigilantes de los perros de aldea o las imperiosas voces de mando del pastor,
apenas un zagal, de trasero remendado y ojos vivos.
Luego ya solo es el eterno monólogo del río, abroncado e insurgente unas
veces, otras remansado y casi inaudible, siempre transparente, como si diese
continuidad al aire; a ese mismo aire que nos trae la silueta de un pájaro, la
conversación lejana, pero nítida, de algún campesino, el ruido del azadón en su
encuentro cotidiano con la tierra.
A cada momento tememos el golpe seco de una piedra que, al chocar contra
los bajos del coche, interfiera en los cantos de las aves. Atendemos al frente
de la vereda, no vaya a ser que aparezca otro automóvil y nos plantee el
problema, que se nos antoja irresoluble, de que en el espacio ocupado por uno
quepan dos. Cuando finalmente las montañas estrechan tanto el valle que en su
fondo solo hay cabida para el carril y el río, contemplamos el anuncio de nuestro destino.
Está tallado en madera, como para no desentonar con el bosque que tupe las
laderas y sube cumbres, y dice “Bosque de Muniellos”.
Es mi santuario. El lugar oculto elegido para sentirme tierra, árbol,
nube, lago. Le llevaba a Beatriz, por ver si la contagiaba y nos uníamos también
en el culto panteísta a la naturaleza.
Post scriptum- Lea la próxima entrega quien
desee entrar con nosotros en Muniellos. Aunque una cosa os advierto: si lo
hacéis, os resultará insoportable la idea de no verlo con vuestros propios ojos.
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