EL OTRO 23F
El pasado domingo, fui uno de los
5 millones de espectadores del programa Operación
Palace, de Jordi Évole sobre el fracasado golpe de Estado del 23F .
Asistí, perplejo, a lo que se nos
presentaba como una sorprendente revelación de lo que habría sucedido en
realidad. Según nos contaban, Tejero había irrumpido en el Congreso
interpretando, sin saberlo, una ficción teatral, dirigida por José Luis Garci e
ideada por los líderes políticos, con la colaboración del rey y la aquiescencia
de los servicios secretos. Con esa pantomima, buscaban hacer inviable,
adelantándosele, una intentona golpista, esta sí verdadera, que se avecinaba.
Yo estaba dividido en dos. “¡No me lo puedo creer!, ¡No puede ser!”,
decía a cada paso, y en voz más alta de la que acostumbro a usar. Pero por otra
parte, allí seguía, prestando oído a aquella fabulación, como hipnotizado ante
la posibilidad de que, por inverosímil que me pareciera, y contra toda
evidencia, pudiera ser cierto lo que se decía.
Daba pie la situación a toda clase de delirios. Creo que en algún
momento hasta imaginé qué cara estarían poniendo los autores de libros o
artículos sobre el 23F ,
al constatar cómo sus investigaciones históricas acababan de convertirse en
obras de ciencia-ficción.
Qué digo, si hasta me recordé a mí mismo en aquellas horas turbias del
golpe, alejado de mi domicilio, buscando refugio o maquinando una resistencia
improbable contra la insania del franquismo redivivo, como sucediera a tantos.
¿No habíamos sido, todos, sino actores secundarios de un drama devenido en
farsa?
Confieso que, ya después, cuando se nos desveló el engaño, me costó
mucho poner en práctica el consejo de un personaje unamuniano, que recomendaba
como hábito saludable reírse de uno mismo cada vez que se presentase la
oportunidad. Y esta, desde luego, no era menor.
Se no é vero, é molto ben trovato,
me dije, como disculpa a mi actitud ingenua, que lo había sido, por más teñida
de incredulidad que hubiera estado. Y sin embargo, esas palabras de Giordano
Bruno, lejos de tranquilizar mi ánimo, dieron paso a una constatación
inquietante.
A menudo, contar bien algo, por falso que sea, lo vuelve verdad a ojos
de la mayoría. No tiene importancia, siempre que se nos revele finalmente su
falsedad, como fue el caso. Lo grave es que no solo no se nos descubra la
mentira, sino que, además, se pretenda que creamos ella. ¿A cuántas
manipulaciones asistimos, que hacen blanco de lo negro o tratan de que un gato
se transmute para nosotros en liebre? ¿Os acordáis, y es tan solo un ejemplo,
de lo que sucedió a propósito del 11M?
Gracias por la lección, Jordi Évole (aunque, qué quieres que te diga, me has cabreado bastante).
Yo reaccioné de una manera parecida, aunque creo que yo me iba enfadando más que tú a medida que oía cosas como "lo hicimos por la democracia". Cuando se desveló el engaño me lo tomé muy bien, con alivio. O casi.
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