POR
EE UU (23): TRES MIRADAS MÁS A SAN FRANCISCO Y UNA HAMBURGUESA DE AÑADIDURA
Una.
Contemplo por última vez el Golden Gate,
que, como un trazo dibujado en el aire, salva limpiamente la bahía. Desde lejos,
semeja una pasarela que, de puro esbelta, no necesitara de sujeción, pese a sus
casi tres kilómetros de largura. Las dos torres que la sustentan, ahuecadas
como escaleras de pared, salen del agua y a menudo se las traga la niebla antes
de que alcancen el cielo. El cableado se curva graciosamente y la distancia lo
vuelve de hilo fino, que la proximidad desmiente. Me encandila su color de nube
teñida por la luz de un improbable ocaso de sol.
Sesenta y siete metros debajo, está el mar.
Más de millar y medio de suicidas lo supieron antes de ahora.
Dos.
No abandonaremos San Francisco sin acercarnos al número 261 de la Columbus Avenue. En ese edificio
esquinado en chaflán, de ladrillo cara vista, asienta sus reales la librería City Lights, un icono del progresismo de
las letras a nivel internacional. Tiene un aire familiar y cercano, con
estancias cuyas dimensiones parecen multiplicarse en pasillos interiores, hechos de
estanterías y de libros. Vamos de uno a otro de esos espacios, salvando
desniveles y estrecheces, oliendo a papel. La literatura no está sólo en los
anaqueles, también se respira en el entorno.
Salimos con un ejemplar titulado “A short
history of San Francisco”, de Tom Cole.
Tres.
A un costado del parque Álamo, dando cara a Steiner
Street, acapara nuestra mirada la hilera de Damas Pintadas. Son una buena representación de las muchas casas de
estilo victoriano que hay en la ciudad. Con más de un siglo a sus espaldas, no
han perdido encanto. Maquillan sus fachadas en tonos pastel, acordes con sus
estampas delicadas. Componen una armonía de escalinatas y dinteles curvos, de
galerías que no escatiman en cristal y terracitas desde donde ver pasar la vida
en días de sol, de molduras como cenefas finas. Un tejado a dos aguas acoge en
el triángulo que dibuja su frontal una ventana, como en la ilustración de una
casita de cuento.
Me gustaría saber pintar, para hacer mía esa
imagen.
La
hamburguesa la comimos, cómo no, cerca del muelle. In and out era el nombre del local. Nos
lo habían recomendado porque sus dueños contratan a estudiantes universitarios
y les pagan bien, y porque la carne era de confianza. Estaba a tope de familias
y de jóvenes, de nativos y gente foránea. Primero esperabas a que te preparasen
la bandeja con lo que pedías y te hacías con la bebida en un expositor, luego aguardabas
a que una mesa quedara libre. Y ya sólo restaba disfrutar.
Creo que volveremos a San Francisco algún
día.