LA FOTO
La
traía en portada el diario El País,
el miércoles 24 de octubre.
En primer plano, dos hombres se saludan.
Desde el fondo, se cuela en el espacio entre ambos un secundario: es un cámara
que graba el encuentro. La kufiyya,
una especie de toca de cuadritos rojos y blancos que les cubre la cabeza y los
hombros y se sujeta con el agal, un
cordón circular negro, pone una nota de color en sus túnicas de albura
inmaculada. El personaje de la derecha completa, además, el atuendo con un aba,
un sobre-abrigo oscuro, ribeteado por un bordado dorado, símbolo de
prestigio. Es el heredero de la corona saudí. Al pie de la imagen, un titular
identifica también a su antagonista e informa de la situación. “El príncipe
sospechoso recibe al hijo del periodista asesinado”, dice. El periodista
asesinado es Jamal Khashoggi, a quien mató un tropel de agentes del servicio
secreto de Arabia Saudí en el consulado de ese país en Estambul.
El hijo de la víctima es casi un muchacho,
lampiño, salvo por un apunte de bigote y sotabarba. Me llamó la atención por la
dureza de su expresión, que realzaba la postura corporal. Miraba a quien se ha
señalado por sus presuntas responsabilidades en el crimen de su padre con un
gesto muy grave, de infinita seriedad. Los labios, cerrados, se hacían
cómplices de los ojos. Me impresionó la determinación con que los clavaba en
los de su oponente. Se mantenía erguido, la cabeza formando línea recta con el
cuerpo. Tendía un brazo que no acortaba distancias, antes bien, se extendía
como para mantener alejado de sí al otro. Y la mano no hacía sino reforzar esa
actitud de desapego. Tan sólo la palma
se deslizaba por entre la de su oponente. Lo más llamativo eran los dedos, que
sobresalían como si escapasen de un cepo.
Del otro lado, la testa principesca se
inclinaba muy levemente y entre la poblada barba casi sonreía la boca. No
apretaba, pero si tomaba con su diestra la del chico. Se mostraba aparentemente
relajado, frente a la evidente tensión del hijo del asesinado.
Me temo que, si la monarquía saudí pretendía conseguir
un lavado de cara ante la opinión pública mundial, el tiro le ha salido por la
culata.
Todavía no me he repuesto del todo del
golpetazo emocional que me produjo esta escena. Aún, cuando la rememoro, siento
espanto.