PALABRAS
OTOÑALES
Miro
a través de la ventana de mi estudio y olvido de qué iba a escribir para el
blog. Afuera, tras el cristal, hay un parque.
Ha venido el viento a pintar el aire. Siendo,
como es, de otoño, ama el amarillo, que extrae del follaje de los tilos. Pero
tampoco desdeña el rojo, que toma de arces o cerezos. Las pinceladas verdes las
consigue con bufidos, que arrancan hojas aún vivas en las ramas, si no son de
olivos o encinas, que resisten sus embates amparadas en un ser perenne y
coriáceo.
Es como un arco iris que cayese del cielo,
quebrado en mil fragmentos. Y sin embargo, vienen de la tierra esos colores,
que bailan incansables una danza sin reglas, bajo la caprichosa batuta de los
vientos. Va de acá para allá la hojarasca, que si durante meses envidió a las
aves desde su forzada quietud, las imita ahora en un vuelo tan caprichoso como
incierto.
Adónde irán a parar esas hojas. Trazan
aéreas coreografías, dibujan formas cambiantes, ninguna combinación cromática
les resulta suficientemente atrevida, por insólita que sea. Son un cuadro que
nunca es el mismo ni se da por acabado, un museo de arte que viene del
principio de los tiempos y es, sin embargo, muy moderno.
No obstante, si el álamo que alza su esbelta
figura sobre la arboleda deja de oponer su elasticidad al soplar del viento y
recobra la rectitud, ocupado tan sólo en buscar alturas, entonces es que a la
agitación sucede la calma. Y ya no es el vacío el teñido de colores, sino la
tierra, donde las hojas esconden la hierba. El espectáculo se torna
audiovisual. Un can corretón juega y a su paso levanta surtidores de diversos
tonos y un crepitar de crujidos.
Pero voy a tener que interrumpir mi
ensoñación y bajar al parque. Una señora se cuelga de las ramas bajas de un
nogal para acercárselas, cuando no está apaleando las que le quedan más arriba.
Va en procura de los frutos que regala el otoño. Lo hace con tal vehemencia que
existe el peligro de que alguna vara se desgaje o quede maltrecha.
No sé si, antes de ir a su encuentro, pasarme
por la cocina y coger nueces del frutero, para ofrecérselas...
Del verano austral al otoño boreal, siempre con textos hermosos y muy certeros.
ResponderEliminarEl otoño siempre me ha olido a pimientos asados, compota de manzana y, como no, nueces, pero nueces verdes, de esas que se pelan (nueces de pelar las llamamos en casa) y que en León se comen mucho... mientras duran. En Cantabria no se consumen. ¿En Galicia?
Un beso.
No sé qué decirte. Siempre que las he comido he tenido que pasarlas previamente por el cascanueces. Pero si tengo ocasión, probaré con ésas de pelar que dices.
Eliminar¡Qué bien has sintetizado el otoño, Rosa!
me ha encantado tu esntrada corta clara magnifica
ResponderEliminarAqui en Miami no hay Otoño Siempre es verano un abrazo grande escritora
Comparto tu valoración del comentario de Rosa. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno. En su caso resulta cierto, pero también lo es que, aunque más extensos, sus juicios sobre libros son magníficos. Supongo que ya lo habrás comprobado leyendo su blog.
EliminarUn saludo y gracias por pasarte por aquí desde Miami.