REBURBIAR
Reburbiar
es una palabra que no existe, ni siquiera como onomatopeya. Eso no obsta para
que yo lleve utilizándola media vida (y ya soy mayor). La última vez, como
acotación en el parlamento de un personaje de “La tienda impropia”, un texto teatral
que acabo de escribir, si bien en este caso aparece en su forma adjetiva, reburbión. ¡Ya veis, un término que aún
no ha nacido y ya cuenta con derivados de su raíz!
Supe de su inexistencia porque alguien a
quien había dejado a leer el libreto de la obra me preguntó por su significado.
Se trata de persona docta en filología y al pronto me extrañó que lo ignorase.
Si no me alarmé fue porque pensé de inmediato que era vocablo gallego, que
inadvertidamente había incorporado al castellano. Cuando, hechas las
indagaciones oportunas, que me llevaron a consultar diccionarios y expertos,
hube de desechar esa posibilidad, sí que empecé a preocuparme.
Mi mujer, que es de ascendencia cántabra, sí
conocía esa voz, y en esa constatación creí hallar una tabla de salvación a que
agarrarme. No obstante, ella no la había aprendido del lenguaje familiar, ni la
había oído en el entorno regional. “Tú la trajiste contigo”, me dijo, y mi perplejidad
se incrementó.
Si nadie más que yo, o quien me había oído,
era conocedor de esa expresión, lo más probable es que me la hubiera inventado.
Empecé a sentir algo similar al vértigo. Eso de haber creado una palabra,
aunque fuera, por el momento, de uso exclusivamente personal, comenzó a
parecerme motivo de orgullo. Y una cosa trajo otra, y pensé que, si tal
había hecho con reburbiar, ¿quién me
decía a mí que no sucedería lo mismo con más términos? ¿cuánto del vocabulario
que utilizaba no sería de cosecha propia? Tan atractiva me resultó la idea que
me propuse someter a revisión mi habla o poner una mayor atención al corrector
cuando escribía, por si pillaba en mí alguna originalidad lingüística más.
A punto estaba de entregarme a la tarea,
cuando una colega asturiana a quien di cuenta del caso me informó de que, no reburbiar, pero sí reburdiar, era bable. Lo que no cambiaba era el significado,
rezongar o protestar por lo bajo. Así que de lo que yo suponía invención mía, no
quedaba sino la deformación de una voz astur-leonesa. Menuda cura de humildad.
Aunque hubo segunda parte, y
ésta fue mejor. Porque mi informante me preguntó a su vez por el sentido de saltupar, que había leído en mi novela
“Desde el cuarto de Amadora”, de reciente publicación. En ninguna
lengua, más que en la que yo hablaba, tenía ella noticia de que existiera saltupar…
Pues yo soy leonesa y no había oído en mi vida eso de reburdiar. Claro que soy de la capital, igual en alguno de los pueblos de la montaña sí que se conoce.
ResponderEliminarPero no peirdas la esperanza. A lo mejor con saltupar consigues haber inventado una palabra.
Un beso.
Si lees el comentario que sigue al tuyo, verás que tampoco "saltupar" es palabra que me deba su invención. Es patrimonio familiar. Me siento aún más orgulloso que si yo la hubiera creado...
EliminarSaltupar era una palabra usada frecuentemente en nuestra familia, sobre todo por mamá. La usaba para definir a las personas que saltaban de un lado para otro pero en espacios reducidos. A mi muchas veces me decia: deja de saltupar y estate quieta... cuando yo era niña claro.
ResponderEliminarPues cada vez que yo la utilice en adelante, estaré haciéndole un homenaje. Uno más, entre los muchísimos que se merece...
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