LA
SABIDURÍA DE LOS LOBOS, de Elli H. Radinger
Ya
de entrada, este libro me resultaba atrayente. La Naturaleza es para mí algo
más que una afición. Me relaja y me expande recorrer sus caminos, saber de sus
criaturas, sorprenderme con encuentros inesperados que me depara. Cuanto más
conozco, más quiero averiguar. En mis salidas campestres, lobos en estado
salvaje no he visto todavía ninguno. Así que me interesan sobremanera estudios
que traten de ellos. Y este ensayo prometía.
¿Cumplieron sus cerca de trescientas páginas
mis expectativas?
Se lee bien. El estilo es ágil y carente de
alardes literarios. Con todo, eso no significa que la autora vaya siempre al
grano, que se quede en la frialdad de los testimonios que aporta No habla del
cánido con neutralidad, y entre observación y observación se extiende en
digresiones cordiales hacia el animal y su comportamiento. La suya es una
mirada afectiva, más que científica o meramente empírica. Cierto que desvela datos,
que da cuenta de numerosas experiencias sobrevenidas durante su trabajo de
campo en el parque nacional de Yellowstone (EE.UU.), que relata muchas
anécdotas, o se extiende en el análisis de facetas de la vida de este predador,
del que muestra ser excelente conocedora, y entonces es cuando más me gusta.
Pero se diría que la domina la admiración, que está entregada. La objetividad
cede ante el mundo de las emociones, y el resultado no puede ser otro que una
visión humanizada.
Llega a decir:
“Todos
los que observamos animales salvajes durante un período prolongado de tiempo
establecemos una conexión con ellos. Tenemos una visión íntima de sus vidas y
los conocemos. Es como una relación amorosa”.
Incluso extrae de su conducta enseñanzas
modélicas para sí misma y para los otros:
“Los
lobos me han enseñado a respetar profundamente mis raíces y mis orígenes y me
han aportado la conciencia de saber a qué lugar pertenezco”.
“Sobre
todo, he aprendido (de
los lobos de Yellowstone) a aceptar lo
que no puedo cambiar, a adaptarme y disfrutar de la vida al máximo, y a hacerlo
todos los días”.
Más allá –o más acá- de disquisiciones
filosóficas, o en algún caso cuasi místicas, yo me quedo con lo mucho que he
aprendido de cómo es la realidad del lobo. No sólo a través de las palabras de
la autora, también del discurso de imágenes, de fotografías de extraordinaria
calidad que acompañan al texto. Y una cosa lleva a la otra y como suele ocurrir
en este tipo de libros se dedica atención al paisaje y surgen hermosas
descripciones, o se nos presentan otros seres, presas (ciervos, bisontes…) o
competidores (coyotes, osos, águilas…), que comparten el ciclo vital de los
protagonistas de este libro. Por no hablar de la a menudo conflictiva interrelación
con nuestra especie, que no se obvia. Y, además, está esta cita de un proverbio
ruso:
“Tu hogar no es el lugar donde conoces todos los
árboles, sino el lugar en que todos los árboles te conocen a ti”.
Pues fíjate que lo que más puede llegar a interesarme del libro es esa falta de objetividad y humanización del lobo. De ser objetiva parecería un manual de biología y de eso ya he tenido mucho en mi vida.
ResponderEliminarMe quiere recordar a los estudios sobre primates que hicieron las tres estudiosas de gorilas, chimpancés y orangutanes en África.
Un beso.
A mí la vida salvaje me suscita una inmensa curiosidad. En la biblioteca y en el recuero, almaceno el preciado tesoro de tantas vivencias... Incluso he escrito un libro -"En el morral de la memoria"- , siempre inconcluso, que no sé si algún día verá la luz...
EliminarUn abrazo fuerte
Estaría muy bien leer ese libro. Sugiere alguno de los de Delibes sobre los campos y la caza.
Eliminar"recuerdo", no "recuero"...
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