HACIA
EL NACIMIENTO DEL ASÓN
Se
iniciaba mayo, entre azules sin nubes. Una brisa que venía de nordeste
estorbaba el esfuerzo del sol por calentar el día. A cambio, volvía prístino el
aire, nítido el paisaje. Habíamos dejado el coche orillado en un carril, donde
las casucas que llaman del Asón, en las inmediaciones del pueblo del mismo
nombre, y nos adentrábamos en una lujuria de verdes.
La senda que nos encaminaba fluía a
contracorriente de un río que, apenas nacido, ya buscaba su próximo encuentro
con el mar. Discurría, encajonado y límpido, entre dos sierras. Carecería de
color, de no ser porque se lo prestaban un fondo de guijarros y arena,
ocasionales algas o el musgo de los peñascos que sorteaba, y que le daban un
aire como de cuento. Según nos acercamos a su fuente, se hacía menor su caudal,
cuando aún no le habían salido al encuentro torrenteras que lo volvieran mayor.
Salvábamos el cauce saltando de un pedrusco a otro, fiados a la sabiduría de
los pies, que, tras cortos vuelos, se posaban en superficies redondeadas,
esquivando humedades y posibles resbalones.
Muy arriba, de tarde en tarde, aparecen y
desaparecen sobre las cresterías aves rapaces. Miran desde los cielos una
vegetación que se atreve a escalar cumbres. Sus sombras se deslizan, rápidas,
sobre escuetos prados alpinos, pero no veo ningún lance de caza, siquiera en
esbozo.
Oímos
balidos y enseguida perturbamos la siesta de tres mastines, que se levantan con
perezosa desgana a nuestro paso. Se contentan con ladrarnos un poco.. Alabo su
saber estar. Para qué mostrarse amenazadores con quienes apenas echamos una
ojeada curiosa al rebaño de cabras que pastan entre la espesura, y que
únicamente ellos pastorean.
A escasa distancia, un herbazal acoge a una
manada de vacas, entre las que distingo un toro, y no hay vallado que nos separe.
Miro en derredor, buscando una tabla de
salvación para caso de necesidad. Pero me tranquiliza la apariencia apacible
del animal, que, como si tuviera la mente ocupada en más sabrosas imágenes, ni
repara en nuestra presencia fugaz.
Un urbanita no gana para sustos en campo
abierto.
Atravesamos lugares especialmente hermosos.
Nos bordean varas de avellano, de grandes hojas, que al tacto semejan
terciopelo. Aún no les han brotado a las hayas, que queda mucha primavera por
delante; pero sí a los robles, más madrugadores. Unos y otras esparcen raíces
como troncos, que dibujan en el suelo un inextricable entramado. Sólo por
admirar a estos gigantes, ya merecería la pena haber venido. Hay que mirar muy
alto para alcanzar la cúspide de sus copas, y ni uniendo nuestros abrazos
abarcamos todo el grosor que acumulan. A su alrededor se clarea el espacio y se
forman casi como dehesas en miniatura, donde despunta la hierba o, al paso de
la brisa, se cimbrea la fragilidad de los helechos.
Los espinos albares nos llaman la atención
por su número, los acebos por su mera existencia. Un fresno pone a prueba
nuestro conocimiento botánico. Y que no haya eucaliptos nos produce una
sensación muy placentera.
Van ya
dos horas de caminata cuando la montaña lanza a tierra una cortina de agua, tan
fina que parece cendal. Un saliente que aflora en la verticalidad del paredón
la escinde en dos mitades. Abajo aguarda a ambas una poza, que es y no es siempre
la misma, pues constantemente se renueva. Lo que entra como lluvia sale como
germen de lo que será río. Hemos llegado a donde cuentan que una anjana castigó las travesuras de su
hermana enterrándola en una cueva, de la que, no obstante, sobresalía,
colgante, una plateada cabellera. Porque el Asón, como muchas cosas bellas,
comienza como una leyenda…
Preciosa tu descripción de la caminata y de la cascada del Asón. Hace muchos años, teníamos alquilada una casa en Regules y desde allí fuimos muchas veces a ese paraje.
ResponderEliminarAunque con el día invernal que hace hoy, no apetece mucho, con los maravillosos días soleados anteriores ha tenido que ser todo un gusto.
Un beso.
Volví tan encantado como si estuviera bajo el hechizo de una anjana buena. Muchas veces me pregunto qué tendrá la naturaleza que tanto me relaja, sobre todo si es de montaña de lo que hablamos...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Ahora cuando se va al campo de paseo se llevan instrumentos diabólicos que van marcando la ruta, señalan puntos, indican desniveles, etc. (creo que se llaman "tracks"). Luego se suben a la nube para que otros sigan esos tracks y hagan la misma ruta.
ResponderEliminarFreire lleva sentidos y memoria.
Veo mejor la ruta con éstos que con aquellos.
Nos vemos por los bosques y entre verdes.
Abrazos.
He aprendido mucho de ti, amigo Rafa. Y siempre echo de menos tu sabia compañía, que tanto enriquecen a esa memoria y esos sentidos de los que hablas.
EliminarUn abrazo de los fuertes, en espera de que volvamos a vernos, por los bosques y entre verdes.