RIBADELAGO,
DONDE OLVIDÉ AL LOBO (y 3)
Fui
un fin de semana primaveral al noroeste de Zamora a ver si me topaba con el
lobo ibérico y, al relatar esas andanzas, ya pasado un tiempo, sigo anclado en
la catástrofe de Ribadelago, cuyas huellas sí encontré, aun sin buscarlas.
Yo era todavía imberbe en 1959, cuando el
derrumbe del muro de contención de una presa mal edificada se había cobrado la
vida de 144 personas, y, aunque por
fuerza oiría hablar del suceso a mis mayores –todo el país se condolía por el
desastre y se solidarizaba con los supervivientes-, fue como si, tantos años
después, la desgracia me pillara de nuevas. Si hubiera estado más atento en
aquel entonces, quizás recordaría un dato que estaría presente en las
conversaciones familiares, como en los periódicos o las emisiones radiofónicas.
Desde luego, hoy sería imposible que me pasara desapercibido.
Tal vez empujado por la oleada de
solidaridad nacional e internacional que se había despertado, el régimen de
Franco se había sentido dadivoso, dicho
sea con ironía amarga y la peor de las intenciones. Anunció indemnizaciones a
los deudos de las víctimas, que, encima de su racanería, no siempre llegaron a
sus destinatarios. Por otra parte, llama la atención en estas ayudas el talante
discriminatorio que evidencian, la concepción brutalmente patriarcal que
traslucen. Sin complejos, se informaba de que se concederían 95.000 pesetas por
hombre fallecido, 80.000 por mujer y 25.000 si el muerto era niño. Como si el
vacío que dejaban en la vida variase
dependiendo del género o de la edad. Como si no se privase a los supervivientes
por igual del cariño que los desparecidos daban o se les daba.
La risa de un pequeño, la ternura que
inspira, el futuro que supone… son de por sí impagables. Pero, además, ¿qué
especie de iniquidad justificaría que su pérdida se valorase en menor medida
que la de sus mayores? Claro que, si de éstos hablamos, no disminuye el
desafuero. Las compensaciones que se ofrecieron diferían, como se ha visto,
según el sexo de la víctima.
¿Impacta, no?
Incluso después de la muerte pervivía la
consideración de la mujer como ser inferior al hombre...
Si se tiene poco valor vivo, menos aún muerto. Es lo que hay.
ResponderEliminarUn beso.
Nunca había visto nada parecido, y mira que aún hoy se oyen -peor todavía: se hacen- barbaridades... ¡Cuántas lecciones, incluso por lo negativo, encierra la historia, Rosa!
EliminarUn abrazo de los fuertes