“LA
SOMBRA DE LA RUTA DE LA SEDA”, de Colin Thubron
Yo
pensaba que ya no existía gente así: alguien que a finales del siglo XX se
pusiera a recorrer 11.000 km, Asia Central adelante, solo, sin contar con la
seguridad de un medio de transporte contratado previamente para el sucederse de
los días; sin saber en qué cama dormiría
cada noche o qué comería y dónde, con quién
conversaría. Pero me equivocaba, sí que hay personas de ese calibre. Quien
quiera comprobarlo no tiene, por ejemplo, más que meterse en las páginas de
este libro y encontrarse con Colin Thubron y su peripecia.
Se dará cuenta, entonces, de que ser viajero
implica, necesariamente, entregarse a la aventura, con un espíritu que oscila
entre la temeridad y la confianza en uno mismo y en los demás. Cómo, sin partir
de esa premisa, podría alguien emprender una ruta que discurre desde Xian hasta
Anatolia, atravesando Kirziguistán, Uzbekistán, Afganistán, Irán. No hacer
ascos a un autobús, por destartalado que esté, a la caja de un camión, a
vehículos privados que piden a gritos el retiro, a trenes que conducen a lo que
parece ser ninguna parte. Alojarse donde pinte, ya sea como único huésped de un
hotel sin estrellas de un pueblo perdido, ya en casas particulares. Interesarse
por cómo viven y obtener respuestas de quienes, a su vez, esperan las suyas.
Desafiar una epidemia de neumonía atípica, que se hace viral durante su
travesía y lo detiene más de lo que quisiera en las fronteras. El lector
constata cómo se las arregla, no sólo para entenderse en idiomas dispares,
también para salir adelante en las situaciones que se le plantean. Ello no
sería posible sin contar con la hospitalidad, o al menos el respeto, de las
gentes con quienes va entrando en contacto. El afán por saber del otro también
lo tienen ellos.
Transita, por carreteras que a menudo no son
tales, paisajes de montañas enormes, inacabables planicies, desiertos y oasis,
ciudades y aldeas. Desde el presente de sus encuentros, con las frustraciones y
expectativas de los habitantes, hace incursiones a un pasado rico en historia y
leyendas. Habla de los pueblos que allí habitaron, de quienes los acaudillaron,
de las huellas que dejaron, Y no sólo lo cuenta, también lo ve. Se interna en
monasterios budistas, habla con monjes; se desplaza hasta olvidados mausoleos o
tumbas, fortalezas en ruinas.
Con él, descubrimos un mundo ignoto,
No me suelen atraer los libros de viajes, pero tus palabras hacen este muy atractivo y, desde luego, los parajes por los que transita el viajero son de los que me llaman mucho la atención.
ResponderEliminarEnorme diferencia la que hay entre turista y viajero. Ahora cualquiera, todos, puede ser turista. Para ser viajero se necesita un talante muy especial. Yo, desde luego, no sería capaz. Me gustan los hoteles llenos de estrellas.
Un beso.
Incluso en "hoteles llenos de estrellas" tienen cabida los viajeros. Para mí, lo que los separa de los turistas es, sobre todo, cómo miran lo que ven, el sentir del descubridor, la capacidad para captar lo diverso. Aunque confieso que si a todo ello se suma la aventura, el viaje gana mucho...
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