“LE HAVRE”
Es una película del director finés
Aki Kaurimäki que he visto en la filmoteca y que me ha gustado mucho. El ritmo narrativo, lento, muy francés, subraya
cada momento, cada gesto o cada palabra y los dota de trascendencia, más allá
de la cotidianidad de lo descrito. Durante hora y media, va contándonos una
historia que son en realidad dos, una de carácter social –ligada a la inmigración
ilegal-, la otra más personal, centrada en la enfermedad, mortal de necesidad,
ambas con una ligazón en apariencia débil, traída de la mano del personaje
central, que las engarza.
La crudeza de esos motivos podría inducir a un tratamiento efectista y
melodramático, y, sin embargo, no es así. No hay aquí sensibilería, sino
sensibilidad. .Sin más sobresaltos que los necesarios, y aun estos presentados
con suavidad, el espectador se hace con situaciones de extrema dureza, que no
excluyen momentos de distensión, a menudo tiernos, incluso de humor, y las repudia
o simpatiza con ellas, según sea el caso.
Quizás haya quien juzgue que existe en la película una excesiva
idealización, un buenismo en las
actitudes de determinados personajes, o de un barrio casi al completo, que los
vuelve difícilmente creíbles. Ya de entrada, el cine es fabulación, como la
literatura, y no puede pedírsele que se limite a constituirse en mero retrato
de la realidad, tarea imposible, por otra parte, si se considera que siempre
hace falta un punto de vista, un encuadre que la transforma. Y ese enfoque es
para mí, en este caso, el que destaca el mejor lado del ser humano, su
solidaridad, la capacidad de ponerse en lugar del otro y actuar en consecuencia...
No encuentro, en fin, otro modo para definir “Le Havre” que, con permiso
de Rubén Darío, calificarla de canto de vida y esperanza.