MAMÁ
ÁFRICA (2): FLASHES
Sucedía
cuando circulábamos por carretera. Ya desde lejos, veíamos la señal de stop en una de las rectas inacabables que se dibujan
en el paisaje despoblado de Botsuana, sin que ningún cruce peligroso
justificara su existencia. Era un puesto policial para la prevención de la
fiebre aftosa. Parece que ha habido un brote en alguno de los países vecinos y
se trata de evitar que se propague. Podría producir una hecatombe entre el
ganado doméstico y en la fauna salvaje. De modo que bajamos del jeep y pisamos
donde se nos dice, en un charco dispuesto a un lado del asfalto, que huele a
desinfectante. El vehículo pasa por otro más grande, que moja sus grandes
ruedas. Solo entonces, ya libres de polvo y paja, volvemos a subir a él.
Ajenas a esas medidas precautorias, en las
cercanías de pueblos o cabañas dispersas, o a considerable distancia de
cualquier lugar habitado, casi nunca bajo la vigilancia de un pastor, vacas de
buena presencia se afanan en ramonear entre la arena una hierba que no veo, o
se sombrean atechadas por la copa de una acacia, circular y desparramada, como
paraguas verdes en una llanura llena de sol. Tan inconscientes como ellas, se
mueven de acá para allá grupos de asnos, que parecen desprovistos de toda
obligación. Alguien aclara que fueron regalados a Botsuana en época de hambruna
y que desde entonces forman parte de sus parajes, muchos asilvestrados.
No
dejan de llamarme la atención los termiteros. Están por todas partes,
diseminados entre la vegetación. Son como estatuas que forjara la imaginación
de un artista y que, a base de adoptar múltiples formas, no tuvieran finalmente
ninguna definida. No todos están ocupados, aunque eso no quiere decir que ya no
valgan más que para recrear la vista del viajero. Los elefantes les sacan
partido como rascadores con que, arrimándose a ellos, aliviarse de picores, y
seguro que no son los únicos. Los leopardos no les harán ascos como oteaderos,
y los lugareños los aprecian porque su tierra es buena para la construcción de
sus viviendas.
Pero lo que centra mi interés cuando no
atiendo a un punto concreto de la ruta es la luz, que llama a la mirada a
mirarla. No hay mácula que la manche, es diáfana como solo sabe serlo un río
que recién ha nacido. Cuando comparece y saca a los objetos de la nada,
proporciona tal pureza a sus formas y colores, tal profundidad a los espacios
abiertos, tamaña transparencia al aire, que semeja estar creándolos en ese
instante, devolviéndonos a los orígenes ya no de la Humanidad, sino del mundo.
Hola Juan.
ResponderEliminarTengo que venir hasta el instituto unas horas en las que aprovwcho para ver el correo, organizar alguna tarea y de recreo leer tus relatos viajeros que me resultan tan placenteros.
Me quedo con África y su luz que ya me contarás en registro de oralidad.