A
POR LOS ESCRITORES DE EDAD…
Anoche
me desperté con un sobresalto mayúsculo. No me venía el susto de fuera de mí
mismo, de un ruido que se hubiera producido en el entorno. Nada turbaba el
silencio de la habitación. La razón de mi desvelo se localizaba en mi mente.
Bueno, en mi mente y en el Gobierno del Partido Popular.
El escenario de mi pesadilla no estaba al
borde de una cornisa, donde me hallara a punto de precipitarme en el vacío,
como alguna vez me sucediera. Paradójicamente, lo que me había angustiado no
era sino la innegable impresión de haber conseguido un éxito literario.
Si hubiera seguido dormido un poco de tiempo
más, me habría visto desprovisto de mi pensión de profesor jubilado y condenado,
tal vez, a vivir de modo precario el resto de mis días, que, aunque ya voy mayor,
aspiro a que sean todavía muchos.
Estaba soñando que una novela, “Desde el
cuarto de Amadora”, que publicaré próximamente en Amazon, era solicitada por
más lectores de los que yo pensara. Y para colmo, a su rebufo, “Y don Quijote
se hace actor”, que lleva ya tiempo olvidada en las librerías, experimentaba un
renovado tirón de ventas. Los derechos de autor que me corresponderían se iban
acercando peligrosamente a los 9.000 euros anuales. Si los sobrepasaba, según
la normativa impuesta por el PP en la pasada legislatura, perdería el derecho a
cobrar la jubilación por la que había cotizado 39 años y medio, y habría de
hacer frente, además, a una cuantiosa multa.
¿Por qué se me habría ocurrido a mí
escribir? Y dar a la imprenta el resultado de tal dedicación para que otros la
conozcan, vaya una temeridad, estando en manos de quienes hasta ahora hemos
estado.
Amanecía y, al volver al mundo de lo real,
no experimenté el alivio que habitualmente sigue a los horrores con que en
ocasiones nos castigan los sueños.
Me encontré con Luis Landero, con Antonio
Gamoneda, con Caballero Bonald, que, como tantos otros, acaso dejarán de
contribuir con su literatura al acervo cultural de nuestro país, si continúa
pendiendo esa espada de Damocles sobre sus creaciones y sus vidas. No sólo
serían ellos en tal caso los damnificados, también los lectores resultarían
perjudicados, los de hoy y los de mañana. Los de todos los mañanas que vengan
en adelante.
¿Cabe un despropósito mayor de cara al mundo
de la cultura? Estoy por asegurar que, de ser así, este Gobierno y su partido
ya lo hubieran encontrado.