LA
ARGENTINA QUE VI (16): HORA DE COMER
Dejadme
que os diga algo que ya conocéis. Un país no sólo es valorable a la vista de
sus paisajes o monumentos, o por el entrañable ser de sus gentes: también sabe.
Para averiguar a qué, nada mejor que destapar sus ollas y llevarse a la boca lo
que contienen. Y es mi opinión, pero mejor hacerlo donde la tradición manda.
Ocurre con el comer como con las palabras, que cobran sentido en un contexto.
Acudimos, pues, a uno de esos lugares que en Galicia llamamos enxebres, o sea, imbuidos de un tipismo que
no les viene de ajustarse al tópico que buscan los turistas, sino del paso del
tiempo, al que sobreviven hasta dar en clásicos.
Se llama “La Brigada”, y está en el barrio
de San Telmo de Buenos Aires. Como El
templo de la carne, se define en la prometedora leyenda que campea en su
fachada. Devotos feligreses como somos de don Carnal, no pasaremos por alto la
oportunidad de participar del culto que allí se le rinde.
Se nos acomoda en una estancia que es
comedor de no mucha amplitud, con mesas separadas lo justo, el techo más bajo que
alto, y recubierto con camisetas de equipos de fútbol. Decoran en cambio las
paredes retratos del famoseo que nos precedió en la liturgia del buen yantar. Proliferan
estanterías y aparadores, donde, sorprendido por la luz de las lámparas, brilla
el cristal. Parece una exposición de vajillas y copas, cuando no de botellas.
Entre tanto vidrio, descolocan la mirada elementos disonantes, como balones,
escudos o enseñas. A veces, llama a los ojos una policromía de verdes, rojos y
amarillos.
Al
poco, se acerca un camarero de gesto grave, que no adusto, en su seriedad
afable. Enseguida vamos a devolverle la pregunta que nos hace para tomar recado
de nuestra elección: le pedimos consejo, a quién si no. Inquiere a su vez sobre
nuestro apetito y nuestros gustos. Fruto del diálogo que mantenemos vendrá poco
después con un plato de lomo y un bife de chorizo, que resulta ser solomillo. Lo
veo actuar con movimientos medidos, profesional y sin pamemas, mientras parte
con una cuchara la carne, lo cual da fe de su blandura. La acompañamos de vino
patagónico, aunque con mesura, sin seguir la advertencia que hemos leído en un
cartel del local, donde se nos recuerda que no lo hay en el cielo y se nos exhorta a
beber mucho sobre la tierra.
Si algo frustrase nuestras expectativas en Argentina, no sería,
desde luego, esta experiencia gastronómica…
Una de las cosas que más me gustan de los lugares por los que viajo, es su comida. Nada más triste que esos turistas que se pasan el viaje añorando los huevos con chorizo y la tortilla de patatas.
ResponderEliminarEn Argentina la carne tiene que ser todo un espectáculo. Yo estaba deseando probar el bife de chorizo (soy una enamorada del chorizo), pero ya me he enterado de que, a pesar de su nombre, nada de chorizo.
Eso de cortar la carne con la cuchara me ha dejado con muchas ganas.
Un beso.
También en la comida nos (re)conocemos... y con los sabores nos enriquecemos. Allá donde voy, siempre pruebo.
ResponderEliminarUn abrazo de los fuertes