LA
ARGENTINA QUE VI (17): UN CAMINITO EN BUENOS AIRES
Caminito que el tiempo
ha borrado,
que juntos un día nos
viste pasar,
he venido por última
vez,
he venido a contarte mi
mal.
¿Quién no ha oído cantar estos versos y
sentido su lamento de amor, quién, incluso, no los ha tarareado alguna vez? Se
me vienen a la mente, acompañados de la cadencia de su melodía, cuando encaro
la callecita rebautizada en su memoria como Caminito, allá donde Buenos Aires
se vuelve el barrio porteño de La Boca. Ciento cincuenta metros, que tardo en
recorrer mucho más tiempo que si sólo me dedicase a andar. No se transita un
museo, así sea al aire libre, como una calle cualquiera. Cómo ir de pasada,
cuando tanto creador nos ha dejado huellas de su hacer. La contemplación del
arte conlleva entregarse a una placentera morosidad.
Pisamos
un suelo empedrado de adoquines, pulidos por el paso del tiempo y de tantos
pies anónimos que aquí se dan cita. Como originales biombos, encuadran la vía,
en tiras que cuelgan de estructuras tubulares, acrílicos y acuarelas, pinturas
sin enmarcar que venden sus propios artífices. De cuando en cuando, una
escultura, un bajorrelieve o un mural nos reclaman una mirada. Y en algún punto
suena un acordeón y una voz entona,
desgarrada, un tango. Una pareja se entrega a bailarlo con tal fervor que tal
parece que danzan más para sí mismos que para quienes les hacen corro.
Un decorado casi naif enmarca esta concurrencia de artes varias. Aunque mejor sería
decir que se suma a tal encuentro, como un protagonista más, que brillara con
luz propia. Son dos hileras de casitas, dispuestas a uno y otro lado de la
calzada, de dos alturas, laboriosamente construidas con chapa, madera y
uralita. Realza la ingenuidad de sus diseños un cromatismo de arco iris. A
veces, empinadas escaleras de metal ascienden al piso superior, donde, como
banderas, ondean prendas de ropa puestas a secar a un sol de primavera. Las
llaman conventillos, antiguas
viviendas colectivas, humildes, de inmigrantes, mayormente italianos. Me
parecen un canto a la arquitectura popular. Entre sus paredes, de cuando en
cuando, aflora la filigrana de una farola, que nos hace anhelar el anochecer.
Apenas iniciada, se acaba esta calle, que no
nació para ser grande. Y, a despecho de la máxima de Gracián –“Lo bueno, si
breve, dos veces bueno”- me deja con ganas de más.
Juan Manuel, contigo vamos conociendo tu ciudad y sus calles,sus edificios y las costumbres. Gracias por mostrarnos tu punto de vista. Te leo y no siempre te comento. Un abrazo.
ResponderEliminarBueno, Carmen, no es mi ciudad... La conocí durante unos pocos días de otoño, que era allí primavera, y, como siempre que viajo, comparto ahora lo que vi...
EliminarSoy fiel seguidor de tu blog.
Un abrazo fuerte
Qué preciosidad tiene que ser esa calle. ¿Estaba bordeada de trébol y juncos en flor? ¿Estaba cubierta de cardo?
ResponderEliminarLo que el tango olvidó mencionar son los conventillos. Los he buscado en Google. Tienes razón, el arcoiris hecho edificio.
Hace mucho que tengo ganas de ver cómo son esas construcciones que conozco por el cine y la literatura.
Un beso.
Esta calle no inspiró el tango, sino al revés. No he visto trébol, ni juncos en flor, ni cardos. Pero sí que merece la pena perderse en ella, tan escasa en metros como sobrante en alicientes. Supongo que se notará lo mucho que me gustó.
EliminarUn abrazo de los fuertes, Rosa.