LA
ARGENTINA QUE VI (18): DE TANGOS
Es
una tarde noche de primavera en Buenos Aires. Nos aguarda la tanguería Querandi,
vecina del barrio de San Telmo, vivero de ese arte, donde no das un paso sin
toparte con un establecimiento que te lo ofrezca. Entramos en un local no
pequeño ni muy grande, hecho de madera oscura y techos y espacios blancos, con
columnas y espejos. Nos sirven primero una cena de carne argentina y vino de la
tierra, que pedimos, desechando otras opciones. El menú se acomoda de tal modo
al espectáculo que semeja formar parte de él.
La cosa va de la historia del tango, y se
manifiesta en vivo, con cuerpos enlazados y palabras desgarradas, que la música
parece traer consigo.
En el
tablado, desde una esquina, conversan entre sí, pero también monologan, según los casos, piano, contrabajo,
acordeón y violín. A veces actúan estos instrumentos de consuno, como orquestina,
pero también saben hablar solos. Ya llenen el vacío que dejan los bailarines
cuando se cambian, ya hagan posible el diseño de sus pasos tras su retorno, la
interpretación siempre conmueve. A menudo se funden con voces de arrabal que cantan
en lunfardo y suenan tristes o
exasperadas, habitualmente en clave de
amor o desamor. Pero no se completaría el cuadro sin la comparecencia de varias
parejas que danzan sobre el escenario, y bajan a veces a ras de suelo. Incluso,
en un momento dado, su virtuosismo se afina encima del estrecho sitio que les
concede una barra de bar.
Viendo cómo evolucionan, no podría decir si
fue primero la canción o el baile, aunque sí sé que ahora son indisociables.
El tango se asoma al vértigo erótico,
sensual y contenido, siempre apostando más que llegando: hace gala de una
desenvoltura que linda con el descaro, más popular que refinado. Aunque nunca
se pase de la raya, sí la roza. Piel con piel, se sincronizan los movimientos, hombre
y mujer son como un ser bifronte y disímil, que en su asimetría siempre va a la par. Es la suya
una coreografía arrebatada, de posturas atrevidas e instantáneas, que dibujan
en el aire un flirteo, una pasión, un desengaño. No se besan los labios, aunque
en ocasiones pudieran, dicen las miradas, se deslizan las piernas jugando a
mimar poses impensables. Y uno descubre, más allá del tópico, algo parecido a
una esencia. Como en Andalucía sucede con el flamenco, cuando es verdadero.
Dan ganas de escribir poesía.
Leyendo tu entrada, he recordado una maravillosa novela que leí hace unos años: "CIELO DE TANGO" de ELSA OSORIO. Allí habla de la historia del tango, de cómo surge como una música de bacanes, caficios y mujeres de mala vida. Una novela que creo que te gustaría.
ResponderEliminarUn beso.
¿Maravillosa novela? ¡Tengo que leerla!
EliminarGracias por la recomendación, Rosa.