ISRAEL
Israel bombardea la
franja de Gaza. No dirige sus proyectiles contra tanques o instalaciones
militares. Sus objetivos son viviendas, domicilios de militantes de Hamás,
dicen a modo de exculpación de sus actos execrables. Silencian que en esas
casas viven niños, abuelos, mujeres… También callan que ningún tribunal ha
sentenciado a quienes ellos acusan. Y en 5 días ya han matado a un centenar
largo de personas.
Me confieso incapaz de ponerme en el lugar
de un anciano que ha perdido a toda su familia en uno de esos ataques. Creo que
solo podría hacerlo si fuera judío y hubiera vivido el Holocausto. Por eso me
asombra que las víctimas de ayer se transfiguren en los verdugos de hoy sin el
menor escrúpulo.
Entre los israelíes también hay gente
decente, yo lo sé. Inexplicablemente, la prensa occidental no nos da noticia de
su existencia, pero a buen seguro se estarán levantado contra esa orgía de
muerte y destrucción.
Los poderes del mundo han dejado solos a los
palestinos. Como mucho, apenas dejan entrever muecas de tímida contrariedad.
Uno se pregunta para qué sirve la ONU, o el Tribunal Penal Internacional, si no
se pone fin a esta masacre, si quedan impunes delitos de lesa humanidad,
atrocidades como estas.
Una vez más
corresponde a los pueblos enfrentarse a la sinrazón y el crimen de Estado.
Vista la inoperancia o, peor aún, la complicidad de instancias internacionales,
es a la gente del común a quien nos toca elevar la voz hasta que nuestro grito
sea tan intenso que lo llene todo y frene tanta iniquidad. Es nuestro turno, el
momento de la calle, de la repulsa de esta guerra contra civiles y la exigencia
de responsabilidades.
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