martes, 22 de julio de 2014

ISRAEL (2)

No es que se queden cortas las palabras. Es que lo de Israel no tiene nombre. Acaban con niños que juegan en sus habitaciones, o que son enviados a la casa de sus abuelos como precaución inútil, o que huyen en una playa de un primer proyectil que no les había alcanzado… Y tampoco se libran mujeres, y ancianos, y hombres… Y bombardean hospitales atestados de heridos, y residencias de incapacitados que no pueden moverse, y chiringuitos donde se ve fútbol y hasta cementerios y mezquitas…
   La contabilidad del ejército de Israel se nutre de civiles muertos. Casi 500 iban ya esta mañana, más de 100 de ellos menores.  Y 28 miembros de una misma familia…
   Horroriza la sola mención de tal espanto, de estos crímenes de lesa humanidad. Y no únicamente por las víctimas. También espeluzna por los verdugos, no solo porque sean capaces de actuar de ese modo, sino porque ellos mismos, como pueblo, sufrieron en sus carnes el drama terrible del Holocausto.
   Culpabilizan a los palestinos. Dicen que quienes lanzan cohetes desde Gaza utilizan a la población como escudo, como si eso, aun en el caso de que fuera cierto, justificase la masacre, exonerase de responsabilidad al ejecutor. ¿Os imagináis a un tribunal, que el gobierno israelí encima no lo es, condenando a muerte, y sin juicio alguno, no solo al supuesto reo, sino también a su familia y convecinos? Pues multiplicad esa barbarie y sus efectos y entenderéis adónde conduce un argumento que añade perversidad al daño insufrible que causa una formidable maquinaria de guerra a civiles indefensos.
   Aducen asimismo que Israel tiene derecho a defenderse. Pensarán que los padres gazatíes asistirán impávidos a la muerte de sus hijos, o que estos no sentirán nada hacia aquellos que les han privado de sus progenitores, o de sus hermanos o amigos. Olvidan que, a la postre, recoge tempestades quien siembra vientos.
   La seguridad de Israel no vendrá de la mano de matanzas reiteradas de palestinos, de asentamientos y ocupación de su territorio, de cerrar sus fronteras e impedirles salir del reducido espacio que habitan, de no reconocerlos como Estado. Deberían empezar por defenderse de sí mismos, de quienes les gobiernan, para dejar de ser el Caín de esta historia trágica y alcanzar algún día la paz.

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