UN GUIÑO MÁS A VOTANTES INCAUTOS
Hace
unos días, contra toda evidencia, frente a toda lógica, me creí en un país nórdico. Acababa de ver en
primera página de un periódico la imagen del presidente del Gobierno montado en una bicicleta, pedaleando espacios
que me parecieron madrileños, y lo eran sin duda, porque no circulaba solo,
sino que lo flanqueaban las candidatas del Partido Popular a la alcaldía y a la
presidencia de la Comunidad de Madrid. Iban sonrientes, casi se diría que
alborozados, tan pimpantes como si fuese para ellos habitual desplazarse sobre
dos ruedas, lo que, ciertamente, no casaba con mis recuerdos. Por mucho que
escarbara en la memoria, y mira que hice esfuerzos, ni siquiera salían de ella
estos sujetos como usuarios de transporte público, a no ser que adjudiquemos
categoría de tal a los coches oficiales.
Cabalgan ahora sobre el sillín como quien
quiere aparentar lo que no es y, encima, pretende que nos lo creamos. Y, no
obstante, en ese gesto para la galería, yo veo algo más que una impostura. Algo
así como descubrirse en lo que no son. Se disfraza de lagarterana quien no lo
es, y se rodea, además, de una mojiganga festiva buscando una cercanía
momentánea con el elector, el cuerpo a cuerpo, la distancia corta que logre su
empatía para cuando vaya a la urna.
Pero deberían andarse con cuidado estos
inopinados ciclistas, no vaya a salirles el tiro por la culata. Igual que la
fiebre revela la existencia de una enfermedad, su guiño velocípedo a votantes
incautos puede, por contraste, constituirse en síntoma. Hacer en tiempo
electoral lo contrario a lo que se hace durante la legislatura no proporciona,
precisamente, credibilidad. Sobre todo, cuando llueve sobre mojado. Y, para
postre, se corre el riesgo de que el elector, por inocente que les parezca,
considere que se le toma por tonto. Y no hay engañabobos que funcione sin
bobos...
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