A
QUÉ LLAMAN RADICALIDAD
Los
de las mayorías absolutas de antaño se
desgañitan hogaño. A la complacencia del poder, ha sucedido la ira contra
quienes la ciudadanía ha puesto en el lugar que consideraban suyo. Los
electores los han situado en la oposición, que sus méritos hicieron. Incapaces
de asumir esa nueva condición, se entregan a una frenética y deslenguada
actividad desligitimadora de nuevos regidores.
La argucia más recurrida en esta labor de
zapa consiste en motejarlos, en un discurso reiterado y machacón, de
extremistas. Aquejados de radicalidad de izquierda –advierten, apocalípticos- nos conducirán al caos.
Por sus actos los conoceréis, reza un viejo
adagio castellano. O por sus medidas de gobierno, tratándose, como es el caso,
de concejales de municipios o de diputados autonómicos, de alcaldes o
presidentes de comunidades. De la actividad de los parlamentos nada se puede
decir, pues aún no se han constituido. Pero los ayuntamientos ya han empezado a
andar y algo se puede valorar sobre las políticas que están adoptando, sobre
todo cuando un día sí y otro también se les niega el pan y la sal desde los
medios de la derecha, sin concederles siquiera el beneficio de la duda durante
los 100 primeros días de gobierno.
¿Qué hacen estos antisistema que tanto
alarman a los biempensantes garantes del orden, qué está pasando en ciudades
como Valencia o A Coruña, en Cádiz, en
Madrid o Barcelona para que llamen a rebato contra sus corporaciones?
Los
regidores se bajan, y no en poco, el sueldo con respecto a quienes los
precedieron en el cargo (que son los mismos que ahora los ponen a pan pedir),
renuncian al uso de coches oficiales salvo en casos imprescindibles y se les ve
acudir a su trabajo a pie, en metro o en bicicleta; entablan negociaciones con los
bancos para impedir los desahucios y estudian fórmulas para que nadie se quede
en la calle por no poder hacer frente a su hipoteca; se consignan presupuestos
para combatir la desnutrición infantil durante las vacaciones escolares; en
Galicia, y es de suponer que lo mismo hará el resto cuando la ocasión se
presente, los alcaldes de Santiago, Ferrol y A Coruña no asistirán a
actividades religiosas por defender el principio de no confesionalidad del
Estado...
Lo malo, para el PP, de estos que tilda de revolucionarios es que son muy razonables. El retrato que de ellos emerge para nada
resulta alarmante. Antes al contrario, de sus decisiones se deduce un
afán por acercar a quienes ejercen el poder a la ciudadanía y un interés por
defender a quienes se había abandonado a su suerte y abocado a la exclusión
social o al hambre, o la determinación de no comprometer a las instituciones
con ninguna creencia religiosa.
Quien sale malparado de las acusaciones de
extremismo no son, precisamente, los supuestos radicales, sino los que lanzan
esos denuestos. Una vez más, enseñan la patita y se muestran en su fea catadura:
insolidarios, defensores de privilegios, desentendidos de las víctimas que
provoca su política. Al final van a tener razón cuando hablan de que les falla
la comunicación. Calladitos estarían mejor.
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