MAMÁ
ÁFRICA (7): ODA A UN BAOBAB
Me
gusta pronunciar el nombre del baobab, que parece sacado de un canto africano.
Su sonoridad es al tiempo rotunda y suave, tan rítmica que casi incita a
danzar. Bajo su copa me sumo, sin embargo, en una perpleja inmovilidad, nacida
de la contemplación de lo nunca visto.
Llegamos a sus pies a bordo de dos jeeps,
cuando desde el pueblo de Gweta nos dirigíamos al salar de Makgadikgadi. El
camino se había hecho laberinto, sin que hubiera señal alguna que sirviese de
orientación, ni nos saliese al paso ninguna Ariadna con un ovillo de hilo que ir
soltando para volver atrás en caso de pérdida. En los cruces y bifurcaciones
que se sucedían sin pausa, habían de fiarse los conductores únicamente de sus
recuerdos para no errar el rumbo.
Enseguida que lo vimos, nos pusimos, como
empequeñecidos, a mirar para arriba. Asomaba por encima de todos los demás
árboles, por altos que fuesen. Ya desde muy lejos se le divisaba, como si fuera
un faro que a partir de entonces nos guiara sin necesidad de luz.
En el grosor inconmensurable de su tronco,
se encarnaba el tiempo. Produce vértigo imaginar de dónde viene, cuántos siglos
lo hicieron, qué de sucesos presenció, la de cantos que albergará su memoria. Lástima
que no pueda hablar, con tanto como tendrá que contar. Para llegar a este
ahora, resistió sequías, disuadió al rayo de que lo buscase desde la nube,
asombró tanto al leñador que apartó de su corteza el hacha.
Desde su altura, ve pasar el mundo. Hasta un
ave sentiría vértigo si alcanzase a posarse en su cúspide. Camina hacia el
cielo con el mismo tesón con que el viajero encara el horizonte, sabiendo que
nunca lo alcanzará, pero sin que nadie le quite la ilusión de hallarse cada vez
más cerca.
Deshojado como está, parece un árbol seco, un
mausoleo vegetal. Pero es solo la apariencia que le da el invierno, y si
hipnotiza ahora la mirada, qué no ocurrirá cuando la primavera se asiente en
sus ramas y las colme de verdor. Entonces, él solo será un bosque,
verticalmente expandido.
Lo veo irse según nos vamos, embobado en su
grandeza. Hasta que un nuevo encuentro sustituye la admiración ante lo
inabarcable por el sentimiento de ternura que proporciona la contemplación de
lo pequeño. En este continente de contrastes que es África, acabamos de
toparnos con una familia de diminutos suricatos. Avanzan campo a través, como
un ejército en miniatura. A cada poco se detienen, unos erguidos, vigilantes;
los otros, escrutando entre la hierba insectos que sacien su hambre. También
ellos, cuando nos alejamos, dejan en el ánimo la impresión de que, una vez más,
hemos vivido, sin dormir, un sueño.
Siete relatos que me atrajeron por su emotividad y por la cercania del narrador al expresar sua vivencias de un modo tan íntimo.
ResponderEliminarMe lo paso muy bien y estás consiguiendo que me apetezca ir a África auque me rodee lo desconocido.
África con todos sus colores, olores, fauna y flora refulge en su luz única, en toda la maravilla de su inmensa Naturaleza. Tus relatos la retratan en su grandiosidad y te retratan en la conciencia humilde y divertida de nuestra insignificancia a su vera.
ResponderEliminarMe ha encantado tu "memoria de los prodigios" de ese viaje. A ver si llego a tiempo de emularte. Veo que hace falta una buena forma física para disfrutar de esas maravillas y para resistir las condiciones poco aptas para gente de cierta edad, más si está acostumbrada a las comodidades de nuestro mundo.
A mí, desde luego, me ha merecido la pena vencer mis miedos. Y nunca sabemos de lo que somos capaces si no lo intentamos... Así que ¡ánimo y a preparar el viaje!
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