MAMÁ
ÁFRICA (9): EN EL BOTETI Y SUS ALEDAÑOS
Los
buitres nos ponen en alerta. Volando en círculos bajos o posados sobre ramas de árboles, anuncian un drama y componen una
imagen siniestra. Algunos salen a escape del suelo, cuando nuestro jeep se
detiene. Serán los que han llegado tarde al banquete y apuran las migajas. Tiene
su punto que del primer ñu que encaramos en nuestro periplo africano sólo sean reconocibles la cabeza y
las pezuñas. Y más aún que, en adelante, nos aguarden otros restos. El reguero
de cadáveres habla de una noche pródiga en escenas de caza, con mugidos de
espanto y desenlaces trágicos.
Los leones han dejado tras de sí su impronta.
Si sobre el terreno arenoso sus huellas se solapan con las de los necrófagos
alados, los despojos de sus víctimas son reveladores de sus andanzas, y también
informan de su número. Muchos debe de haber para precisar de tanta carne, pero,
por más que aguzo la vista, no distingo a ninguno en derredor. Tal vez nos estén
observando ellos a nosotros con sus ojos amarillos desde detrás de un matorral
espinoso o disimulados entre arbustos cuyas hojas tan bien imitan a las de los
manzanos.
Al pronto, ahogamos exclamaciones de
asombro. El espacio se abre a nuestros pies, para contento de los ojos. Debajo
del talud donde nos paramos, acaba de hacer su aparición el río Boteti. Es como
si fluyese sin corriente, de tanta calma como se lo toma. El anchuroso cauce alberga
islas verdes, que rompen el azul de las aguas, más oscuras que claras. A la superficie
de ese archipiélago han llegado ñus y cebras, que pastan, a veces
entremezclados el marrón de los bóvidos y el rayado en negro de sus vecinas, la
basta pinta de los unos y la finura de las otras. Componen una estampa
apacible, olvidados de su condición de despensa de felinos. Cuando iniciamos el
descenso a la ribera, dejan momentáneamente de comer para calibrar cuánto de
amenaza suponemos.
Unas plantas acuáticas, de pequeñas hojas y
extraño color cobrizo, resultan ser nenúfares, que desde las profundidades
buscan el aire. Sobre ese follaje que
flota, corretean purpúreas jacanas de largas patas, tan livianas y escasas de
peso que no se hunden. El ibis sagrado, que juega a imitar a la luna en la
curvatura de su pico y la blancura de su cuerpo, prefiere, en cambio, para
mostrarse las orillas, como sus vecinas las garzas. Algo más lejos, ese
prodigio cromático que son los gansos del Nilo navega aguas ajenas a su
apellido. Y del cielo cae a plomo la visión fugaz de un martín pescador pío,
que por un instante bucea, para emerger de nuevo con un pececillo como captura.
Desde su posadero, un águila pescadora vocinglera dedica un interés pasajero al
lance.
Al abandonar el entorno del río Boteti,
hemos de abrirnos camino entre un bando de carroñeros a la rebatiña por hacerse
con los últimos bocados de unos despojos. También aquí los fantasmas de la
noche hicieron su trabajo…
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