ORLANDO,
REFLEXIONES A POSTERIORI
Uno
puede entender que a veces pase. Que un individuo o varios burlen los controles
establecidos por la ley y se haga, se hagan, con armas, ya sea recurriendo al
mercado negro o sustrayéndolas. Lo que es difícil imaginar es que se puedan comprar,
como si nada, legalmente. Y ya parece rizar el rizo de lo absurdo que formen
parte de la oferta fusiles de asalto de los utilizados en las guerras, de esos
que matan a decenas de personas en cuestión de instantes.
Resulta impensable semejante cosa, si bien con
una salvedad: que el interesado en adquirir dichos artefactos mortíferos sea
estadounidense y viva en su propio país. Entonces todo es posible, incluso si
el sujeto en cuestión ha sido investigado por el FBI dadas sus simpatías yihadistas.
O aunque su exmujer lo haya dejado por las palizas que le propinaba. Hablo de
Omar Mateen.
No se
trata de un hecho aislado. Pero por mucho que se multipliquen las matanzas en
Estados Unidos, la Asociación Nacional del Rifle se sale con la suya frente a
cualquier intento de prohibición de venta de armas. Peor aún, encuentra en esas
atrocidades un desquiciado argumento para promover la sinrazón del negocio.
Estando todos los ciudadanos armados, claman, podrán enfrentarse a cualquier
ataque. Qué miedo da, ese caminar en dirección contraria al sentido común y a
la conveniencia general.
Como también lo produce la atribución de
culpabilidad a más allá de los responsables de las agresiones. Porque ésa es otra. En
lugar de precisar de quién prevenirse, no faltan sectores sociales influyentes
en EE.UU que hacen a una comunidad entera reo del delito. Si el asesino que
acabó con 49 personas en el club gay Pulse
de Orlando se declaró seguidor del DAESH, y el DAESH dice ser musulmán, todos
los musulmanes pasan a situarse en el punto de mira. Lo cual, aparte de una
injusticia, constituye un error de proporciones colosales.
Criminalizar a toda una comunidad implica desenfocar
el objetivo contra el que dirigirse, facilita que éste se disimule dentro del
conjunto al que se señala con dedo acusador. Esa demonización favorece, además,
una dinámica de confrontación. Nada mejor para conseguir enemistades que
ponerse, gratuitamente, enfrente de los otros, atribuyéndoles complicidad o
aquiescencia con crímenes de los que son inocentes. Se restan aliados donde más
se necesitan. En un mundo, el islámico, que, en su inmensa mayoría, es
contrario al terrorismo islamista…
Estamos ante un hecho tan terrible que pone los pelos de punta. Es más terrible (si es que el terror se puede medir) que el disparar indiscriminadamente contra cualquiera que se pone a tiro porque supone un odio visceral, una condena sin paliativos de una comunidad, en este caso la gay, que nada ha hecho para merecer tal inquina, una comunidad que de lo único que son culpables es de reclamar su libertad para amar a quien deseen y que se ha visto azotada religiosa, social y hasta sanitariamente (no conozco virus más cruel que el VIH).
ResponderEliminarLa segunda parte viene cuando, al posicionarse en contra de este crimen, se criminaliza a toda una comunidad, esta vez la musulmana sin darnos cuenta de que generalizar es muy fácil con lo ajeno, pero no nos gusta que se generalice con lo propio. Los musulmanes, como los cristianos, son, en su mayor parte, buena gente que labora y que tiene que sufrir entre sus filas a un porcentaje ínfimo de mala gente que camina y va apestando la Tierra.
Muy buena reflexión.
Borré el anterior por una errata que quedaba fea.
Un beso.
Gracias, Rosa, por tus palabras, en particular las referidas al horror de la homofobia. Completan lo dicho en esta entrada y se anticipan a la siguiente.
EliminarUn abrazo fuerte.