JURELITOS
AVINAGRADOS
Sigo
instalado, como en el artículo anterior, en el recuerdo de las mejilloneras de
Lorbé, cuando todavía no había pasado el
medio siglo que vendría después y me haría lo mayor que soy. Allí estaba
el adolescente que era entonces, con mi tío Luis, mentor de esta receta, que a
mí únicamente debe el nombre.
Se bamboleaba el andamiaje de la batea que nos
sustentaba sobre el mar, igual que si nos meciese. Tal vez graznasen desde el
cielo las gaviotas o crujiera con ruido desacorde el maderamen, pero para mí
esos sonidos eran compases de música marinera. Unos cientos de metros atrás, los
pinos se detenían justo al borde de la línea de costa y la contorneaban en
verde. Aunque les diésemos la espalda, se hacía notar donde estábamos su aroma,
que olíamos y respirábamos con fruición.
La sensación era relajante y placentera.
Flotábamos sobre un azul que se diluía, si
mirábamos a nuestros pies, en la transparencia del agua. Por entre el laberinto
submarino que dibujaban las cordadas de mejillones, se movían con galbana, a
más de otros peces, los jureles, que en zonas de Galicia llaman chinchos y chicharritos en otros lugares. Los veíamos picar antes, incluso, de
sentir en los dedos el tirón del hilo del que pendía el anzuelo, hasta tal
punto era translúcido el Atlántico.
Estábamos en la gloria, pero a un goce
sensorial sucedería otro, que sobrevendría ya en torno a la mesa, si bien, si
de jurelitos hablamos, aún se demoraría un día la degustación. Os explicaré
cómo se preparaban y entenderéis de inmediato el porqué de ese retraso.
Una vez lavados, habían de secarse, que
nunca fueron bien avenidos el agua y el aceite, más si éste estaba muy
caliente, como había de ser. Antes de ir a la sartén, se salaban y, después de
fritos, se dejaba que enfriaran en un plato.
En tanto, dorábase cebolla en aceite limpio
y, apartado luego el sofrito del fuego y ya tibio, se le echaba, sin muestra
alguna de racanería, pimentón dulce. A renglón seguido, se le añadía un volumen
de vinagre de jerez que equivaliera a tres o cuatro medidas del aceite
utilizado.
En un táper no muy plano, se le unían los
peces e iba todo a la nevera. Al día siguiente los comíamos en frío. Estoy por
asegurar que, aunque no hayáis pescado vosotros los jurelitos, no os defraudarán,
si hacéis como aquí se os ha indicado.
Me encanta el jurel en todos sus tamaños y me gustan los escabeches de pescado, menos los de carne, aunque también.
ResponderEliminarSe me hace la boca agua, leyendo tu receta. Y esta parece fácil. la apunto.
Un beso.
Precisamente los saboreé aún ayer. Y he comprobado que no me engañaba la memoria. Estaban deliciosos. Sólo una recomendación: cómelos con patatas -mejor si son de Galicia o, si cántabras, de Valderredible-, cocidas aparte inmediatamente antes de llevarlos a la mesa. ¡Y a disfrutar...!
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