LA
SOMBRA INCÓGNITA
Me
topé con ella cuando, desde mi balcón, ojeaba el jardín público que se despliega a sus pies. Se dibujaba sobre un cercado de tuyas que, enfrente, bordea otro edificio. Era una forma que se movía, deslizándose por la pared vegetal. Me fijé
en que remedaba vagamente una figura humana un tanto distorsionada. El viento
sur había traído consigo el sol, así que nada tenía de extraño que fuese la
proyección del perfil de un cuerpo situado ante sus rayos.
En otra circunstancia, seguro que me habría
desentendido de ese hombre o esa mujer reales y me centraría en las evoluciones
de su sombra, quizás fantaseando sobre si se desplazaría a su libre albedrío,
sin ser el sosia de nadie. No obstante, vete a saber por qué, me interesé por
la persona que la originaba.
Entonces la ficción que podría haber creado
mi mente se materializó. Delante de la sombra no había individuo alguno a la
vista. Era como si tuviera vida propia, como si en un momento dado se hubiera
desentendido de quien la generara y éste y ella siguieran caminos diversos.
La situación se prestaba a fabular. ¿Había
huido la sombra de su dueño, aburrida de cumplir con su obligación de
constituirse en reflejo? Tal vez se hubiera perdido. Aunque casi me tentaba más
suponer que había sido su alter ego
corpóreo quien la había abandonado. Verdaderamente, puede resultar agobiante
encontrar a otro que te imita constantemente, al lado, detrás de ti o
precediéndote, según sea el caso. Tal vez aprovechó una pausa de nubes para
dejarla allí, como olvidada.
Pero ¿adónde iba? De pronto, echó a correr,
y sucedió lo que tenía que pasar. Llegó en su carrera al final del seto, pero
no por ello desapareció. Simplemente, abandonó su posición vertical y se hizo horizontal
al trasladarse al suelo.
Un poco después, ya no pensaba que soñaba o
estaba asistiendo a un fenómeno que desbordaba los límites de la credibilidad. Desde
detrás de una zona arbolada, algo lejana, había asomado el personaje cuya
silueta y movimientos remedaba la oscura figura que concentraba mi atención.
Lo curioso fue que no sentí ningún alivio
por haber dado, a aquellas alturas ya sin buscarlo, con el quid de lo
aparentemente inexplicable. Por el contrario, me hubiera gustado quedarme
instalado en el misterio y sus consecuencias. ¡Si ya me veía saliendo todos los
días al balcón para averiguar si la sombra enigmática no se había ido para
siempre! Quién sabía, incluso, si, bajando al jardín, lograría que la mía
estableciera contacto con ella.
Es lo que tiene la realidad: a veces, decepciona.
A veces decepciona y a veces es más misteriosa que la ficción. En este caso ha tenido la indiscreción de dar explicación a lo poético e inexplicable. Como de cía Serrat: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un beso.
Y mejor comentario...
ResponderEliminarGracias, Rosa, una vez más.
Un abrazo fuerte