ESCENARIO SIN FRONTERAS, TEATRO SIN
MÁSCARAS.
El estreno de “Un escenario sin fronteras” el pasado 8 de julio motivó la
crítica de Marisa del Campo Larramendi que reproduzco a continuación. Considero
que sería una pena privar a los lectores de este blog de sus valoraciones, que
agradezco.
Al principio es la palabra. Abierto el telón descubrimos a hombres y
mujeres dispuestos y sentados en una línea encarada al público. Entonces la
narración oral se adueña del escenario. Cuentos que mecieron infancias
distintas y distantes son contados al público. El cuento subsahariano con los
fuertes hipopótamo y elefante perdiendo frente a la inteligente tortuga; el
cuento marroquí del padre, el hijo y el burro que vayan como vayan por el
camino serán criticados; el cuento español del erizo, la tortuga y la amistad
como lazo que une a los diferentes y complementarios; el cuento colombiano que…
pero más que cuentos subsaharianos, marroquíes, españoles o colombianos,
deberíamos hablar de fábulas narradas por subsaharianos, marroquíes, españoles,
colombianos. Todas estas narraciones tienen un aire de familia, ese encanto del
érase una vez, esas enseñanzas para la vida que los padres y abuelos transmiten
en forma de peripecias a sus hijos.
En el segundo acto las voces callan y el ojo se detiene en el movimiento y
el gesto. Una ciudad cualquiera, una calle cualquiera, una hora cualquiera. La
multitud pasa, cada átomo humano absorto en su mundo indiferente al resto.
Personajes diversos se cruzan en la imaginaria avenida: un cura, el hombre que
lee el periódico, el atareado portador de un maletín, las mujeres elegantes, el
consumidor cargado de bolsas, hasta un jugador de baloncesto precedido de un
fotógrafo que evidencia su fama y a quien se acerca una joven a pedir un
autógrafo. Porque de pedir se trata. La música subraya los momentos en que la
multitud pasa y los instantes en que el tráfago se congela. Y en ese alternar,
se mueve la mano que se extiende y pide limosna, el cuerpo mendigo que nada
recibe porque ni siquiera es visto. Y la multitud pasa y repasa, mientras la
pobreza se desvanece sentada en la acera de cualquier calle, de cualquier
ciudad, a cualquier hora.
En el tercer acto la alternancia de luz y oscuridad nos muestran la
historia que una voz fuera del escenario nos va contando. Como viñetas de comic
ilustrando una lección. Porque es una lección la que recibe la mujer blanca de
la historia a manos del hombre negro del cuento. Sucedió en Suiza nos dice la
voz: una mujer entró en un bar y pidió un tazón de sopa. El escenario, hasta
entonces callado y sumido en la oscuridad completa, se ilumina y nos muestra el
cuadro congelado de un camarero y una mujer pidiendo en la barra. Durante un
par de segundos la imagen se clava en nuestra retina… luego la oscuridad
vuelve. Retorna la palabra a la narración y nos informa que la mujer se ha
sentado a una mesa. De nuevo el escenario se ilumina y podemos observar la
estampa del camarero en la barra y la mujer sentada a una mesa frente a un
tazón de sopa. Todo es expresión en esa inmovilidad significativa que nos
ofrecen por otro par de segundos. Y la oscuridad vuelve. Y a través de este
sucederse de oscuridad e instantáneas de vida iluminada se nos va contando una
historia que sucedió en Suiza y que nos advierte de nuestros prejuicios dando
vuelta a los tópicos.
Por último “La cruzada de los niños” de Bertolt Brecht. Unos niños
encarnados por hombres y mujeres de diferentes colores, algunos de los cuales
casi alcanzan los dos metros de altura. Pero eso daba igual. El pacto de
ficción ya estaba firmado entre el público y el escenario sin fronteras.
Mujeres hechas y derechas y hombres como castillos nos hacían vivir las
peripecias de un grupo de niños y niñas, solos y perdidos en un mundo en
guerra…
Porque quizás sea esto último lo más destacable de la emocionante
experiencia vivida ayer en La Casa Municipal de Cultura Francisco Díez sede de
la asociación Genoz de Cacicedo durante la representación de “Escenario sin
fronteras”, un montaje teatral fruto de la colaboración del Proyecto Dínamo de
inserción social de ACCAS y de la Agrupación Escénica Unos Cuantos: un
escenario sin actores profesionales o aficionados, un teatro sin máscaras.
Y no deja de ser llamativo y aleccionador que un grupo de personas
marginadas por una sociedad egoísta y opulenta, que nunca han actuado en su
vida, tan solo con unos cuantos ensayos y una sabia dirección, sean capaces de
sacar de sí mismos la esencia del teatro: la palabra que dice, el gesto que
muestra, la expresión que define, el movimiento que cuenta. En definitiva:
capaces de encarnar otras vidas, que en muchos aspectos son las suyas propias,
y hacérselas ver y sentir a esa multitud hecha momentáneamente público… que por
desgracia en la vida cotidiana muchas veces pasa y repasa junto a ellos sin
verlos, ni reparar en que existen.
Es la magia de un escenario sin fronteras, de un teatro sin máscaras.
Marisa del
Campo Larramendi
Se ve que ha sido una obra en el que todos os habéis implicado mucho, sobre todo los "actores" esos que no son actores, pero es como si lo fueran. Me alegro mucho por lo satisfechos que os debéis de sentir.
ResponderEliminarA ver si para la próxima puedo asistir.
Un beso.
También yo espero que tengas ocasión de verlo. Y no sólo por ti. Que se vuelva a representar significará que este hermoso proyecto continúa adelante.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte