MÁS
QUE UN ABRAZO
Que
un hombre y una mujer, vestidos ambos a la usanza occidental, se fundan en un abrazo y compartan lágrimas con alguien a
quien sus ropajes señalan como musulmán, ya sería de por sí destacable en estos
días convulsos. Transmite un mensaje fraterno, de unidad, tras los atentados de
Barcelona y Cambrils. Cobra aún mayor relieve cuando se conoce la identidad de los protagonistas. La pareja
son los padres de Xavi, un niño de tres años, que fue uno de los que perecieron
en el atentado de La Rambla el jueves 17 de agosto. El otro es Dris Salym, imán
en una mezquita de Rubi. La imagen está tomada durante una concentración de
repulsa y de solidaridad, que congregó a unos setecientos vecinos, a los que se
ve aplaudir.
Están diciendo al mundo que no es el islam
quien mata. Se lo dicen al Estado Islámico, para quien sería un regalo que nos
dividiésemos en dos bloques, que considerásemos enemigos a los millones de
seguidores de esa fe. ¿Imagináis lo que pensarán los del ISIS al ver esa
fotografía? Se aviene tan mal con sus planes… Los condena al ostracismo, los
aísla, los deja donde tienen que estar, solos, y, por ende, vulnerables.
Qué más quisieran, que su crimen sirviese
para que se señalase a la comunidad musulmana con dedo acusador, haciendo que
pagasen justos por pecadores, propiciando sentimientos de exclusión y
hostilidad mutua.
No son los únicos que se llevarán las manos
a la cabeza en señal de disgusto ante esa imagen. A rebufo del brutal
atentado, se multiplican en nuestra sociedad actitudes y discursos islamófobos,
con alguna agresión incluida. A menudo asoma detrás la torva faz de grupos
extremistas de derecha.
Pero esas reacciones alcanzan también a
sectores de la población que, sin simpatía por esos ultras, se dejan llevar por
sentimientos primarios. No se detienen a pensar. Si así lo hicieran, verían que
bombas o atropellos masivos no distinguen de culturas cuando matan. Más aún: si
así es en nuestro suelo, qué no sucede en África o en Asia, donde los
musulmanes damnificados por el Daesh o sus secuaces se cuentan por millares.
Es injusto culpar de la barbarie a quienes
también la padecen. Y además, peligroso. Desenfocando el objetivo –los
terroristas- éste se vuelve más ilocalizable. Y al culpabilizar a toda una
creencia, se pierden entre sus fieles aliados para combatirlo, tal vez se
favorezca incluso que algunos, resentidos, se sumen a las filas del odio y la sinrazón.
Hay mucho de humanidad en ese abrazo. Pero
también de lección. Gracias.
Por cada atentado que se padece en occidente, hay unos cuantos en países musulmanes; por cada muerto en occidente, hay varias decenas de muertos musulmanes. Los terroristas no atacan nuestro estilo de vida, atacan la vida y son musulmanes quienes más los padecen.
ResponderEliminarEl abrazo que mencionas debió servir, al menos, para que los que no son ultras (los ultras tienen sus intereses espurios y nada se espera de ellos), hubieran reflexionado, pero nada de eso ocurre. En las redes sociales, en watsapp, en cada plataforma en la que se puede opinar impunemente han seguido los razonamientos para encefalogramas planos, las opiniones para enanos mentales, las reflexiones de quienes ven la vida en blanco y negro y con un resentimiento que no sé de dónde les viene.
Odio, detesto y aborrezco a los terroristas, y me avergüenzo de todos esos "ciudadanos de bien" que no ponen bombas pero matan la solidaridad, asesinan los derechos humanos y secuestran la posibilidad de entendimiento.
Un beso.
Sobran palabras cuando todas han sido dichas, y tan bien dichas como las tuyas, Rosa. No me queda sino suscribirlas.
ResponderEliminarUn abrazo de los fuertes