ESTO
NO PUEDE VOLVER A PASAR (y 3)
Confieso
que, si es verano o, aun no siéndolo, hace calor y falta la lluvia, siento
cierta prevención cuando salgo a la
montaña, sobre todo si está arbolada. Me da por pensar en que a lo peor se
incendia y quedo atrapado por las llamas. Ese temor se incrementa cuando
todavía no se ha disipado el humo en Galicia, en Asturias, en Portugal.
Alguien puede prender un cigarrillo en el
campo que asuela la sequía. Una brasa desprendida, una colilla mal apagada, que
aviva la brisa, encontrarían un entorno propicio para propagarse. No sería la
primera vez que una barbacoa hace de su derredor una pira gigantesca. O que a
un vecino se le ocurre quemar rastrojos, o restos de una poda, o matorral, sin
contar con las condiciones climatológicas o la voracidad del fuego.
Y quién me dice a mí que no ronda los
parajes que apetezco andar un pirómano, de ésos que se satisfacen en lo que a
todos horripila, y que con tal de darse gusto son capaces de provocar una
catástrofe. Quizá, alucinado por las llamas, haga oídos sordos a los gritos de auxilio.
¿Lo satisfará también, al día siguiente, la contemplación del paisaje
carbonizado que deja tras de sí?
Para
rematar la lista de peligros a que me aventuro en mis excursiones, oigo que se
habla en ocasiones de gentes, que, sin mediar escrúpulo, sacan partido de que
se calcine el bosque y le arriman por ello la cerilla.
Tal vez debería quedarme en casa mientras no
decaiga el estiaje, pienso, en tanto me calzo las botas y requiero con los ojos
los prismáticos pajareros o el bastón de caminante. Habrá que mirar el cielo
por si trajera el aviso de la humareda, y oler, no sea que del aire estén
desapareciendo las fragancias y huela únicamente a chamusquina.
Se me ocurren tantas cosas, que pondrían
freno a mis inquietudes y, sobre todo, a tanto drama comunal… Ni siquiera son
ideas originales: desbrozar el sotobosque, cuidar los cortafuegos, incrementar
la vigilancia, educar y concienciar a toda la población dentro y fuera de los
centros escolares, prohibir totalmente el aprovechamiento de la madera o el
suelo quemados, diseñar una política de reforestación que reniegue de especies
pirófilas (eucaliptos, pinos) y, por supuesto, favorecer la ampliación de los
medios anti-incendios… Algo se ha hecho, pero no es para darse por contento…
¡Será por dinero! ¿Cuánto se ha gastado en
la extinción? ¿Cuánto se ha perdido en lo que ha ardido? Y esas vidas, que ya
no serán.
En este país no se entiende el largo plazo. ¿Para qué limpiar el monte o cuidar los cortafuegos? Igual no hay incendios y hemos gastado el dinero a lo bobo. Luego, claro, llega el incendio y entonces no queda más remedio que actuar y ni aún así, con las llamas calcinando el terreno, parece que la actuación haya sido ejemplar.
ResponderEliminarY sí, hay muchas prebendas, para quien sepa aprovecharlas, en un suelo arrasado por el incendio.
Un beso.