Está en Estambul, cercana al mausoleo del sultán Ahmed I, que la
mando edificar.
Estilizados como agujas, sus seis minaretes
juegan a ser aire. El patio, que atravesamos, es inmenso y porticado. En una
fuente hexagonal, algunos fieles, todos hombres, practican sus abluciones:
antes de orar han de limpiar de impurezas su cuerpo.
Con los zapatos en una
bolsa de plástico, pasamos adentro del templo. Las mujeres se embuten, además,
en velos que les cubren la cabeza y los hombros, y que les han proporcionado en
la entrada. Si fuesen musulmanas, habrían de separarse de los hombres para
orar, ocultándose a sus ojos tras celosías.
Sin imágenes ni
reclinatorios, sin altares que la importunen, la mirada se expande en libertad
y el espacio se agranda. El suelo es alfombra mullida, a la que solo ponen coto
muros lejanos. No suenan nuestros pasos y el
silencio se amalgama con el aire. Apenas un susurro aislado, una tos reprimida,
un grito de admiración que se sofoca enturbian esta paz muda. Ni siquiera los
rezos la estorban, pues las plegarias se hacen de gestos o de palabras que la
mente piensa.
El protagonismo es del vacío y la claridad. Toda
la mezquita es un inmenso receptáculo de luz. Solo nos faltan alas para
creernos en mitad del firmamento. Un entramado de cúpulas llama a elevarse a la
mirada y parece traer el cielo a la tierra. A acrecentar esa sensación etérea
contribuye el sol, que pasa de amarillo a azul cuando se introduce en el
interior de la mezquita. Artífices de ese milagro, numerosísimas vidrieras y
azulejos pintados en tonos celestes domeñan sus rayos, alterando su color
natural. A cambio, el astro rey subraya los más de cincuenta diseños de
tulipanes, los cipreses, las flores o las frutas representados en la cerámica
que manos desconocidas modelaron casi cuatro siglos atrás. O las letras
arábigas que, escritas por los más afamados calígrafos, reproducen pasajes
coránicos. Y, como si hiciera falta, el sol ve reforzada su labor de
iluminación por lámparas de araña que penden de los techos y ocultan entre las
perlas de cristal huevos de avestruz con que repeler a los insectos a los que
se asemejan y a sus telas.
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