Daba lo mismo que se tratara de
responder a un examen que de formular una declaración de amor o encarar una
entrevista de trabajo: dediqué más de media vida a insistir a los estudiantes
en que debían cuidar su expresión en cualquier situación que se les planteara. Y ahora me encuentro con esto:
“La
indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido en forma
efectivamente de simulación, simulación de lo que hubiera sido en diferido en
partes de lo que antes era una retribución... Aquí se quiso hacer como hay que
hacerlo, es decir, con la retención a la seguridad social”.
Lo ha dicho, tal cual, la secretaria de organización del PP en rueda de
prensa. Pretendía aclarar en función de qué concepto su partido pagó al Sr.
Barcenas durante los dos últimos años una cuantiosa cantidad de dinero. Le
habían preguntado si se trataba de una indemnización o una nómina, si lo habían
despedido o seguía trabajando en la casa durante ese tiempo.
No cabe generalizar, pero ya sabíamos que en el mundo de la política, y
sobre todo por quien ejerce el poder, es frecuente el uso del eufemismo, que
evita llamar a las cosas por su nombre, para así dulcificarlas o encubrirlas.
A eso estamos acostumbrados, forma parte de nuestro paisaje nacional. Lo
sorprendente en las palabras de Dolores de Cospedal es su falta de lógica, su
lenguaje inconexo, su incoherencia léxica, que lo invalidan como discurso.
Claro que si se hubiera expresado con corrección, la habríamos comprendido. Y
tal vez de eso se trate, de que no se la entienda, de utilizar la lengua no
como medio para comunicar, sino para la incomunicación. Hay cosas que,
realmente, no tienen explicación o, si la tienen, es demasiado demoledora para
aclararla.
Tal y como está el patio, no sería extraño que se extendiera este tipo
de elocución, gramaticalmente inválida. Ya imagino una prensa llena de anacolutos
y otros absurdos del habla. Todo será que ciertos políticos vean la utilidad de
no decir nada sin quedar callados.
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