jueves, 18 de diciembre de 2014

BRUSELAS (y 2), CAPITAL DE DOS EUROPAS

Éramos dos más entre el gentío que paseaba las inmediaciones de la Grand Place. En una calle peatonal, vi que se nos acercaba una señora muy mayor, con trazas de haber sido zarandeada por la vida. Al allegársenos, extendió una mano pedigüeña y musitó unas palabras que no necesité entender, o que entendí aunque no dominara su lengua, e hice lo que pensé que debía, y después correspondí a su sonrisa con la mía.
   Pero no bien había andado tres pasos cuando de entre la multitud salió otra anciana, que se auxiliaba de un bastón y dirigía una mirada implorante a los viandantes. Y poco después nos aguardaba una más, y más luego. Viéndolas, costaba poco ponerse en su lugar y sentir un estremecimiento que no era solo de frío. Me parecía obvio que al padecimiento físico sumaban las presiones, quizás los malos tratos, y seguro que el despojo de cuanto obtenían, por parte de algún grupo mafioso que las obligaría a mendigar.
   El final de una vida forjada a base de duelos y quebrantos no se merece algo así. Más que una limosna, necesitan esas mujeres, y todos necesitamos que la tengan, una residencia que las cobije, y palabras de cariño y caricias que las consuelen de los males de la edad y de los que han sufrido para llegar hasta aquí.
   Más tarde, visitamos la catedral. Al salir, un cámara de televisión filmaba a una periodista, que preguntaba a algunas personas, imaginamos que por su sentir ante el fallecimiento de la exreina Fabiola, acaecido aquellos días. Hacía tanto frío que debía de costarles mucho que alguien se detuviese. A su alrededor, únicamente permanecían quietos varios indigentes ateridos, que se defendían de las bajas temperaturas temblando, abrazados a sí mismos o con movimientos espasmódicos. Recuerdo que uno se mostraba tan inánime como si se anticipase a su propia muerte.
    Estábamos en la capital de la Unión Europea.

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