“RELATOS
SALVAJES”, dirigida por Damián Szifron
Había
ido al cine con mucha prevención, renuencia incluso. No me apetecía pasar las
dos últimas horas de la tarde de un sábado sufriendo, y el título de la
película no me auguraba otra cosa que padecimiento y quizás también
sobresaltos. Pero es lo que tiene no ser uno solo, que no han de priorizarse
las apetencias personales y hay que saber ceder (dicho sea de paso, esas
concesiones me han deparado hallazgos que, si de mi voluntad hubiera dependido,
nunca se hubieran producido).
Los relatos eran seis y, en efecto, sitúan
al espectador ante situaciones extremas. Los protagonistas son seres corrientes
que pasan, en un momento dado y acaso sin proponérselo, al otro lado, el lado
oscuro de la existencia, aquel donde habitan nuestros demonios. De los
personajes se enseñorean, entonces, el deseo de venganza, el resentimiento, la
crueldad, los celos, la corrupción, la ira.
Todo parecía acomodarse a mis
previsiones y me dispuse a pasar un mal
rato. Para lo que no estaba preparado era, en cambio, para el placer que iba a
experimentar. Y fue una pena, porque tardé un tiempo en abandonar mis temores,
y mi suspicacia no me permitió gozar plenamente lo que veía hasta ya avanzada
la proyección.
Solo
sé que en determinado momento empecé a dejarme llevar por una forma de contar
que no fija mucho la cámara, como si escapase de dar relevancia a lo que, sin embargo,
la tiene. La dureza de los acontecimientos, por fuertes que sean, que lo son, se aminora, la
atención no se agobia y tras cada esquina aguarda una sorpresa, que, a despecho
de la temática (trágica, propicia para la asfixia), no nos mete la angustia en
el cuerpo. No es este un cine que prime la lentitud, o los efectos especiales,
que busque sobrecoger al espectador o convulsionar su ánimo. Por el contario,
la ligereza narrativa, la presencia de cierto desenfado cuando la sangre está
llegando al río, diluyen el dramatismo. Y a ello contribuye eficazmente una
dosis de humor bien traído, que nos descoloca y nos arranca una risa con lo que
no contábamos.
Todo lleva a que no nos involucremos, a que
nos distanciemos emotivamente del desastre humano que contemplamos. Mira tú por
dónde he ido a descubrir a Brecht en una película argentina.
Y, en
fin, pensándolo bien, si mis recelos impidieron que saboreara sin desconfianza
alguna el espectáculo, también me ayudaron a degustarlo. ¡Cuánto lo enalteció a
mis ojos que no fuera lo que preveía, cómo disfruté el alivio que sentí!
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